Escuchamos
sus palabras, observamos sus actos. Tal vez hasta estemos pendientes de sus
movimientos.
¿Quiénes
son? Hombres o mujeres, jóvenes o grandes, son seres que irradian. Atracción,
autoridad, influencia simpática emanan de ellos sin ningún esfuerzo.
A
veces los definimos como magnéticos. Hasta el origen de la palabra que los
describe es interesante. Proviene de Magnesia, un lugar del Asia Menor donde los
griegos –siglos después que en el Oriente- redescubrieron la virtud atractiva
de la piedra imán. Imanes vivientes, obtienen fácilmente asentimiento,
colaboración, complacencia.
¿Qué
hace que lo sean? Ni altura, ni estilo. Ni belleza, ni porte. Tampoco tiene que
ver con la riqueza o pobreza externa.
Nuestros
imanes vivientes tienen algo en común: su magnetismo procede de la vida
interior, de su naturaleza psíquica.
Aunque
evidentemente en muchos casos su apariencia física, su sociabilidad o su finura
psicológica nos tientan de por sí.
La
capacidad de concentración y contención parece ser su invisible columna
vertebral. En la primera lo concentrado es el pensamiento. Resuelto. Hirviente.
Intensamente decidido.
La
contención es una actitud tanto de autocontenerse –lo opuesto a esa molesta
sensación de dependencia y desparramo que tantos de nosotros conocemos bien-
como de contener a los demás.
Comprendiendo
sus motivos. Atendiendo a sus necesidades. Hablando el mismo idioma cada uno de
nosotros influye consciente o inconscientemente, de manera débil o fuerte, con
armonía o desastrosamente a nuestro alrededor.
Pero
no es un designio la forma que esto haya tomado en nuestra vida hasta el día de
hoy. Todos podemos ser positivos imanes. Gente magnética. Peces del juego
infantil. Alfileres en vuelo. Calesita centrífuga. Así podemos sentirnos si
estamos en su orbita. Faros. Núcleos celulares. Canto de sirenas. Raíces de
manantial. Así podemos sentirnos si lo somos.
Fuente: Intuitivas