Los
coleccionistas
somos caprichosos, pero
tenemos decidido el tipo de muñecas que nos gustaría encontrar.
Algunos coleccionan principalmente las
“muñecas maniquí”, por la belleza de sus ropas y la finura de sus caras. Otros prefieren los muñecos bebés por sus caritas de niños gordinflones y hay otros a los que sólo les gusta
coleccionar muñecos étnicos consiguiendo bonitas colecciones.
Iniciada una colección,
al continuarla debemos documentarnos por todos los medios que tengamos a
nuestro alcance, visitando anticuarios, ferias, museos, expos y, sobre
todo, leyendo libros de muñecas de los que hay en el mercado y con los
que aprenderemos cada día un poquito más. Hay que ser muy constante en
la búsqueda pues a veces resulta una ardua tarea.
Para
los coleccionistas de muñecas es siempre motivo de alegría encontrar alguna
pieza que les guste y mayor alegría cuando se encuentra en un buen precio.
Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que esa muñeca encontrada pasa a
formar parte de nuestra familia: llegamos a casa con nuestra muñeca, la
colocamos en el mejor lugar de la vitrina y no nos cansamos de mirarla; incluso
parece que nos habla para agradecernos el haberla rescatado del olvido al
que generalmente ya estaba destinada para convertirla en la reina de nuestra
vitrina.
Pero el coleccionista es
perseverante y enseguida empieza a pensar en la siguiente pieza.
Es así como, poco a poco y casi sin darnos cuenta, vamos formando nuestra
colección. Cada una de las muñecas tiene sus recuerdos, sus luchas por
conseguirla y, al final, la satisfacción de verla en casa.
Todos estos sentimientos sólo los pueden
entender los coleccionistas, no importa el motivo de la colección. Pero tengo
una cosa comprobada: es muy difícil encontrar, en el divertido mundo del
coleccionismo de muñecas, gente que no sea capaz de transmitir su felicidad a
los demás y, de esta manera, conseguimos un mundo más agradable para todos.