El invasor

Un pequeño cuento de evocación, mientras observaba a mi hijo.


 

 

Me hizo saltar en la butaca cuando con un estruendo
abrió la puerta y entró con los aires de quien es dueño completo de la
situación.


Desde su traje de
soldado hasta su mirada apuntándome –coordinada- con el arma que movía de mi
rostro al pecho, helada y un tanto burlona. No me moví, porque no me atemorizaba el intruso, quise observar sus
movimientos, adivinar lo que quería y no encontraba.

 Abrió golpe a golpe cada
uno de los cajones del escritorio, jadeante, con el sudor del que teme no llegar
a tiempo, no terminar nunca ni alcanzar. Sonrió
y me di cuenta que había dado con lo quería, introduciéndolo rápidamente en
el lado izquierdo de su pantalón de fatiga.

Bajó el arma y como quien quiere huir, súbito, me besó mojándome con
su sucia transpiración y su ansiedad la mejilla, dejándome la angustia sin
respuesta y lanzándose apresurado hacia la calle.

No lo seguí. Nada
podía decir mientras, desde la ventana, observaba como se acercaba ya a los de
su ralea que, impacientes, lo aguardaban situados e inmóviles cada uno en su
sitio.

Individuos de toda clase: sucios ladrones, vaqueros enlodados, un par de indios, otro soldado, un
policía y una especie de bombero con futbolista aun por definir.

Formados todos con respeto, cuando la música como una canción -un
himno- del carro de las paletas, las sodas, los helados, se acercaba a sofocar
el bochorno de un mundo que alguna vez fue también mío, de otros como ellos…
y de nadie más.