La culpa la tuvo el sushi

Cuando por una de esas cosas de la vida, la máxima “piensa mal y acertarás”, es desacertada. Y pensar mal hace que nos salga el tiro por la culata. Sobreviene un alivio que es difícil de explicar pero hermoso de experimentar...

Una, madre reincidente por segunda vez, sabe cuándo es preciso tener un test de embarazo a mano.  Por fortuna, a veces, una se equivoca. 

Pero cuando se anda con cola de paja o con el rabo entre las piernas…nada como un buen test para salir de dudas. 

Cabe acotar, sin embargo, que el medio ambiente que nos rodea, inclusive conocidos, amigos y parientes no infunde mucho valor que digamos y ante nuestra desorientación –desorientada, por habernos pescado algunos síntomas sospechosamente embarazosos, no hace más que hincharnos los miedos.   

Y una, en vez de enfriar la mente y ponerse a repasar mentalmente lo último ingerido angurrientamente una semana atrás, no tiene mejor idea que, ponerse a hacer cuentas paranoicas de cuántos fueron los últimos bostezos que tuvo. 

No importa que estuvieran sumamente justificados por una semana digamos un poco movidita de trabajo, criar dos nenes, y mucha parranda de ir a bailar miércoles, jueves, viernes y sábados por si fuera poco. 

Poco importa, también que llegando a fin de año y a punto de estrenar año nuevo, toda ocasión es propicia para un brindis.  Y resulta ser que chin, chin, de acá, chin, chin de allá, tampoco hay hígado que aguante.  

Ni toilette que resista visitas recurrentes y frecuentes a su trono.   Ah, claro, pero como el para nada amistoso color verde aceituna que solemos portar después de dichos revoleos gastronómicos y vitivinícolas, no aportó y brilló por su ausencia, zás decimos, metí la pata. 

Para ayudar a mi optimismo  contabilizo la cuenta de cuántas veces fui al baño en los últimos cinco minutos.  Inclusive si ha sido solamente para  maquillarme. 

Y para colmo de males ya pensamos futurísticamente, recórcholis, hay un espermatozoide que hizo la fiestita con uno de mis óvulos, sin mi permiso.
Ni que hablar si llego a tener nauseas.  Porque me internan del jabón súbito que me pego, nomás.  Claro está, que la baja presión y el calor no ayudan mucho. 

Y menos si un amigo, de los que nunca faltan, de esos que dicen quererte mucho, no te pregunta: ¿no estarás embarazada vos, no?  Como estás un poco más gordita. 

Acota, haciendo caso omiso, de una mirada furibunda que intenta descifrar un: y a vos quién te preguntó.  Una se reojea con desconfianza los rollos de siempre, y como ya está en estado perturbado absoluto y pleno, se los ve magnificado y ampliado con zoom que implicaría una panza de poco menos tres meses. 

Bien alucinatorio, lo nuestro, porque de confirmarse nuestra sospecha, es de, con mucho pedir, quince días.  Afiliadas al melodrama eterno, no hay nada mejor, entonces, para hacernos drama y ganarle a Migre, que pensar lo peor. 

Para qué vamos a revisar la última cena.  Y sí, porque si confirmamos lo peor, sí que será la última cena, porque por los restantes tres meses le vamos a tener asco a todo. 

Sobre todo a nuestros manjares predilectos. No vaya a ser cosa que descubramos que no había por qué diablos asustarse tanto.  Sigo indagando al oráculo que me hizo pensar cuando elegí los amigos que elegí. 

Porque en ese estado de marras y desesperación-desesperada, ya tenía ganas de hacer una masacre, empezando por mí y finalizando por ellos.  Justo a esa altura con mi estado mental y físico totalmente descontrolado y listo para un chaleco de fuerza, chic,  mi amiga se acordó que su novio tenía el mismo estado nauseoso. 

¿Qué?  le pregunté, me vas a decir que él también está embarazado.  No…el cocinó el sushi…Y ahí sí, que con una bronca atragantada repasé los instantes finales, como esa película que dicen uno se pasa en cuenta regresiva, viendo su vida en instantáneas antes de morir.  Y entonces sí, mi instinto homicida eligió un solo blanco.  Mi amiga y su novio. 

Ocurre que, yo había llegado en perfectas condiciones sanitarias a su morada.   Pero después de su mucha insistencia de ella, porque soy tímida a ultranza. 

Y solo me siento en confianza, con los que tengo absoluta familiaridad.  Esto es con los que los puedo matar a destajo y ellos a mí, que finalmente seguimos siendo amigos de por vida. 

Bien, y considerando que dos son compañía y tres multitud, lo último que quería era yo en esta vida era ser la multitud entre dos tórtolos que se aman, se pelean y sobre todo se reconcilian y yo no sé donde meterme en ese ínterin.  

No importa, resolvió mi amiga, invitamos a su amigo.  Optó a su personal manera de expeditivamente resolver la cuestión, como es su costumbre. 

Yo sintiendo que la vergüenza me afloraba colores bordó al rojo violento intenté desistir, inventar mil pretextos, pero le tuve más miedo a su ofensa de por vida y accedí a ir.  Una vez en la escena del crimen, de su casa. 

Cuando nos encontramos, dos amigas que hacía dos días que no se veían, aunque todavía charlaban por teléfono, lo único que francamente pensamos fue en ponernos al día.  

Todo bien, pero habíamos olvidado que había dos cromañones con apetito de churrasco de dinosaurio mariposa a la plancha, o en su defecto al horno. 

Los mismos que dos por tres y por diferentes excusas se asomaban al living recordándonos, primero con una delicadeza forzada y sumamente educada, que se aproximaba la hora de la comida. 

Y después con voz de mando de rango militar.  Ya a las 22 horas nos importunaron con un: no piensan comer uds.  Que traducido hubiera sido, no piensan cocinar uds. 

Como cómplices con mi amiga nos miramos y seguimos parloteando el tema de la comida quedó en sus manos.  Ofuscado el novio dijo, cocino yo. 

Y cocinó él,  sushi.  A las 00.30 hs, digamos que ya era tarde para unas cuantas cosas.  Irme, la primera.  Hubiera sido muy cobarde de mi parte pero saludable para mi vergüenza frente al amigo de ellos y sobre todo para mi estómago que tiene vedado el ingreso al sushi. 

No me gusta.  No obstante no iba a perder mis buenos modales de pato donald que supe conseguir y no quería quedar más mal delante del consorte de mi amiga, de lo que había quedado. 

Ergo.  Probé el sushi.  Con tan mala pata, que, quedé con hambre.  El esfuerzo por no perder mis buenos modales quedó a medio camino.  No sabía como diablos agarrar los condenados, dichosos palitos con que se comen. 

El amigo de ellos se hizo el festín con el sushi y de paso conmigo y el color bordó se afilió a mi cara no dejándome en paz hasta la hora de la retirada. 

No del todo convencida con mi felicidad de ver a mi amiga casada, de ahí en más estuvo siempre compartida, con el bochorno a cuestas me retiré a mi residencia. 

Tenía tanto sueño acumulado que si ya me sentía mal no lo había notado.  Pero al otro día.  Cayó la ficha.  El estado era paupérrimo. 

Dado los síntomas y un atraso que empezaba a ser considerable, más del susto, que de otra cosa, creo entre en la trastornada sospecha del embarazo para que después de tanto desvelo y veinte mangos derogados en el test de embarazo me mostrara una sola rayita ultravioleta y un cartel fucsia fosforescente que decía:  LA CULPA LA TUVO EL SUSHI. 

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