Celos masculinos y femeninos: ¿son iguales?

Los seres humanos somos, según se dice, neuróticos, sicóticos, o perversos, pero cuando de celos se trata, la gente no piensa en las estructuras que nos definen, y siempre se pregunta si hay una distinción entre los celos masculinos y los femeninos...

Dejando la infidelidad de lado, que es lo obvio, y no tiene sexo fijo, en la cotidianeidad, los hombres no queremos que a ellas las toque nadie, y cuando digo nadie, es Nadie, salvo nosotros.

Las mujeres se quejan de otro sentido, del de la vista: las atormenta la mirada masculina (no la que posan los otros tipos sobre ellas y parece que las van a dejar embarazadas) si no la que sus novios, maridos, amantes, enfocan en otras.

Y al decir otras digo a Todas las Otras, incluyendo a las virtuales, las de las tapas de revistas, carteles y las de Bailando Por Un Sueño. 

Democracia y destape, martirio femenino 

Debe ser difícil ser una muchacha celosa hoy, cuando en los mega afiches se exhibe Araceli en paños menores y las chicas de Tinelli (¿y de Sofovich?) muestran sus partes pudendas a todo color en pantalla gigante.

Argentina ha vivido muchos años bajo dictaduras temporarias que siempre dejaron pesadas secuelas.

En los recreos de democracia, los medios de comunicación apostaron a exceder los límites en las imágenes y en el lenguaje, siempre con fines ultra comerciales.

Del 84 en adelante algo que comenzó a inundar lentamente los quioscos de diarios fueron las publicaciones con tapas “triple equis”. Primero aparecían en revistas bizarras cubiertas por bolsitas negras.

Después se cayeron las bolsitas y hasta en la portada de un magazine sobre ajedrez te metían la mina en bolas delante. Y de las sugerencias abiertas, triviales y a veces atrevidas de la fotografía de la década del setenta y principios de los 80, se pasaron a las poses y semidesnudos que funcionaban como símbolo detonador, como espuela que evocara sensaciones y deseos inhibidos en los consumidores de una sociedad sufrida.

Claro que esas tapas de revistas y esas bailarinas de tv que brillaban alrededor de Roberto Galán eran “monjas de clausura” relacionadas con las que vimos en los últimos años.

Me refiero a que las poses sexuales de las chicas de algunos shows hiper mediáticos y de las portadas en las que están ofreciendo el trasero desnudo en primer plano a la humanidad, ya resultan una pedrada en el ojo.

Si es cierto que existen el Yo, el Súper Yo y el Ello, como aseguraba don Sigmund, como componentes del aparato psíquico, los editores de esas revistas y los productores de esos programas apuntan directo al Ello. Sin miramientos.

Obvio que conmueven, porque en su descreimiento del erotismo natural humano, bordean el exhibicionismo perverso, (similar al del personaje callejero que se abre el impermeable y está sin ropas), haciendo abstracción total de la presencia de los niños pequeños que las ven en la calle o en la tele, en una edad en la que deberían estar más preocupados por la tabla del dos el teorema de Tales, que por el gran culo moviéndose sinuosamente alrededor de un caño, que los interrumpe en su período de latencia.

Y las mujeres, que viven en eterna competencia preguntándose quién es la más bella, sufren horrores. Pero como decía el sabio, si no puedes alfombrar el mundo, compra un buen par de zapatillas.

De todos modos a Julieta le sobran derechos para reclamar a su partenaire, respeto mientras están tomando café en el shopping, en una sociedad donde sí existen códigos.

Si estás conmigo, no mires insistentemente a las otras, porque me hace mal, es una frase que reclama respeto y consideración, y no está de más si el salame es un fisgón y un baboso desubicado. 

¿Y de los machos qué podemos decir? 

Celos, envidia, voracidad, cóctel de emociones negativas, son afectos constitutivos de nuestra psiquis, o sea que no tenemos que esperar a casarnos con Angelina Jolie para sentirlos.

En realidad, se nos hicieron evidentes apenas la partera nos palmeó el trasero. ¿Por qué?

Primero porque, según dicen los que saben, el julepe que nos pegamos cuando nos sacan de la confortable panza de mamá es tan grande, que se nos marcan dos huellas eternas en el bocho: “miedo a la pérdida (de lo amado, de la seguridad obtenida, etc.) y miedo al ataque del otro (real o imaginario)”

Pero lo más denso viene después, ya que al nacer creemos que esa señora (la que nos sostiene vivos gracias a su amor y leche tibia), y nosotros, somos Uno solo, que ambos formamos parte de la “nave madre”.

Vana ilusión, que dura hasta que el infortunado galancito sale de excursión gateando por el living una noche y descubre que hay un intruso, llamado hermano, que está mamando de la misma teta, y que, para peor, aparece un señor grandote con cara de papá y le pregunta sonriente a su única (la del niño) proveedora de vida: “negra, ¿vamos pa’ la pieza?”.

De cómo empecemos a elaborar estas primeras y terribles pérdidas (no de afectos, si de fantasías) resultarán nuestros vínculos futuros.

Y siempre, en el mejor de los casos, que se nos presente esta parejita castradora que nos limita el goce y que nos dice, asomados a nuestra cunita, con amor: “nene dejáte de joder y dormite que tenemos que hacer lo nuestro”.  

No me toquen a la nena 

En las reuniones de amigos, cuando se trata el tema de los celos, pareciera que las únicas celosas son las mujeres, permanentes Blancanieves angustiadas, inspectoras de bolsillos, agendas y teléfonos celulares, atravesadas por la desesperada obsesión de controlarlo todo en la vida de sus “bombones” a los que ven como animalitos salvajes.

Muchas afirman que empezaron a ser así después de sufrir un engaño inesperado (de esta u otra pareja anterior) o desde que el papá abandonó a su mamá por otra mujer y no llamó nunca más.

Los tipos, en cambio, se sienten incómodos por los cambios conductuales de la mujer moderna, la que trabaja, estudia, practica deportes, asegura tener amigos varones, baila y viaja sola, sin su macho fijo. El Otro humano con pitito y bolas, generalizado, ya sea un Brad Pitt o el jorobado de Notre Damme (que por algún peso que lleva se jorobó) son enemigos potenciales. 

De pronto algunos fulanos se angustian porque ella quiere hacer un curso de actuación teatral como si el presunto ladrón de su novia sólo pudiera hallarse en ciertos lados y otros no.

¿Por qué su movedizo profesor de salsa tiene que ser sí o sí el que nos hará “cornudos”, y no, en cambio, el puntual sodero, o un simple francés con libros con el que se choque en la calle, como ocurre en las películas?

¿Cómo evitar su convivencia diaria con otros empleados, estudiantes, jefes, cuñados, etc.?

Garantías no existen y además, hombres hay millones, la única que decide es ella.

Pero la realidad es que la infidelidad es el síntoma, no la enfermedad, ya que nunca nos dejan por otro, siempre es por nosotros mismos. Ella no es una valija que nos pueden robar en la Terminal de Ómnibus porque nos descuidamos un instante. 

¿Y que hacemos con la angustia? 

La angustia, primero que nada hay que reconocerla, algo que a los Romeos no les gusta porque los hace mostrar débiles. Ellos pasan a la estación de trenes siguiente, que es la agresividad.

Pero el motor de la demanda, de la queja de amor, fue la angustia. ¿Cómo reducirla?

Un varón debería preguntarse todos los días al contemplar a la mujer que quiere: “¿puedo vivir sin ella?”, “¿soy capaz de continuar mi existencia si me deja?”.

Mientras la respuesta sincera sea sí, la convivencia será una comedia, y no una tragedia, y él le dará a ella libertad para que se inserte en la sociedad de manera creativa y evolutiva, y también él tendrá fuerza interior para decirle “adiós, querida”, en cuanto ella tenga una actitud confusa, equivoca o histérica con otro tipo, especialmente delante de él, sea por lo que fuere.

Porque en definitiva esa es la única seguridad que podemos construir en la vida, la de que, pase lo que pase, vamos a sobrevivir sin el otro, que es simplemente otro, y nada más que otro, una criaturita de Dios, que hace pis y caca como todos, y que es semejante a nosotros.  

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