Algunas investigaciones realizadas podrán echar luz sobre el asunto… Las plantas son seres vivientes, como los animales. Sin embargo, equiparar el "sentir" de un animal con el de una planta es algo complicado, sobre todo si ese animal es el ser humano.
Para los animales, el sentir físico se relaciona con el sistema nervioso que tiene que ver con el cerebro. Pero, ¿qué pasa con las plantas que no cuentan con ninguno de los dos?
Gran parte de la respuesta consiste primero en establecer una definición para "sentir". No es lo mismo un sentimiento emocional que uno físico. Ambos son reacciones ante los estímulos experimentados, pero no se parecen entre sí.
Las plantas no cuentan ni con nervios ni con cerebro, pero eso no significa que no reaccionen a su entorno. Generalmente, tienden a crecer hacia donde hay luz solar, por la reacción de un químico que promueve el crecimiento acelerado al detectar esta luz.
Las plantas también responden al daño. Su respiración se acelera cuando son lastimadas y se pueden observar gotas de transpiración en sus hojas. ¿Tienen miedo? No, es la comida almacenada que trata de inmediato de reparar el daño recibido, acelerando el crecimiento celular que provoca esa humedad.
Al igual que las bacterias, las plantas cuentan con métodos para reaccionar ante su entorno y estímulos. Reaccionar ante este estímulo es lo que los humanos definimos como “sentir”.
Así que según este punto de vista, las plantas sienten.
Y entonces, la plantas… ¿sienten?
Hay toda una cultura alrededor de esta idea, desde que hablarles hace que crezcan más lindas y den buenos frutos hasta que son capaces de absorber el sufrimiento de una persona hasta secarse y morir.
¿A quien no se le ha secado el potus porque lo cambió de lugar o la palmera presenta sus hojas sin vida y sin brillo debido a una mudanza?
En el ámbito científico, hay algunas experiencias curiosas que finalizan en conclusiones muy interesantes.
Un científico inglés, Cleve Backster, realizó ensayos con plantas para demostrar que cuentan con mecanismos de defensa complejos. Por ejemplo, conectó un polígrafo a una planta y observó que registraba cambios cuando él quemaba sus hojas.
En otro caso, algunas “sentían” la presencia de insectos hambrientos y “alertaban” a las plantas cercanas a través de la secreción de un olor parecido a la lavanda, que además atraía la “ayuda” de avispas para defenderlas.
Luego de años de investigaciones, Cleve Backster determinó que las plantas tienen sentido de la percepción y que reaccionan ante una amenaza de daño “desmayándose”, dejando caer sus hojas y tallos hasta la debilidad absoluta, e incluso hasta su muerte.
En 1966, este científico fue un poco más allá e ideó una experiencia cuyos resultados confirmaron que las plantas no solo sienten sino que además tienen memoria respecto de quien las daña.
La experiencia consistió en la reunión de seis voluntarios, uno de los cuales debía ser el “asesino” que arrancaría de raíz una de las dos plantas que Backster había colocado en el lugar.
El criminal cometería su crimen en secreto, ya que todos los voluntarios tenían sus ojos vendados; únicamente sería testigo del suceso otra planta que estaba en el cuarto junto a la que sería dañada.
Según Backster, aplicando el detector de mentiras a la planta testigo y haciendo desfilar a los sospechosos ante ella, el criminal quedaría descubierto.
Finalmente, cuando realizó esta experiencia, la planta que había presenciado el daño sólo alteraba su comportamiento en el detector de mentiras cuando se acercaba el culpable y se mantenía inmutable frente a los otros cinco voluntarios.
De esta forma, la planta testigo identificaba al voluntario que había dañado a su compañera, en un claro ejemplo de solidaridad y demostrando que las plantas son capaces de experimentar muchos más sentimientos de los que el hombre se imagina.
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