Ahora, la duda existencial de una
madre, quien suscribe las peripecias de esta
nota, es si la paciencia del resto de la familia de su hijo menor es tan
irrompible como la mercadería para usos domésticamente familiares.
Este descubrimiento se hizo cuando una amiga, que para colmo de mis males, es sommelier, observó espantada la situación de que brindo con espumante pero en
vasos de plástico, a
cuenta y causa del Desttrozeitor de mi hijo menor, con el
que sucumbe cualquier objeto vidriado y vidrioso, así que en alianza,
mi amiga y
mi hija formaron un tribunal para establecer costa y accesorias de los occisos
vasos que por años, más exactamente cinco, formaron cementerios hogareños en los tachos de basura.
Nombrándome jueza, aunque descontaron el famoso: juez y parte
y para no occisar a mi hijo menor, pobre angelito I, II y trescientos jugamos a
condenarlo a tareas comunitarias para resarcirse de su condición adictiva de
rompedor de vasos y paciencia.
Las costas impuestas previa demostración de la
fiscal de la autoría material de los hechos del acusado, representarían la
limpieza de la cuarta parte de lo que ensucia en su devenir diario.
Por ende, advertencia estrictamente necesaria, no se recomienda su lectura a
almas sensibles que no saben reconocer pobres angelitos,
se
inicia la sesión
y se me otorga la palabra a mí, la hermana mayor que jura por los siete tomos de
crónicas vampíricas, decir toda la verdad, nada mas que la verdad; si no fuese
así, que mi mamá, mi hermano menor, y el gato (todos componentes del grupo
familiar), más las amigas de mi madre que contribuyen cada tanto con la donación
de vasos para la casa, así me lo demanden.
Yo, la hermana mayor
del acusado hermano menor, vengo a decirles que
hay cosas que no son justas, que el
pequeño (dedo índice acusador señalando al hermano menor) no tiene derecho a
probar la resistencia de los materiales rompiendo los vasos de la casa, además
de la paciencia de todo los miembros de la casa incluyendo al gato, acotación pertinente de la presidenta de este honorable tribunal: se llega a
instancias en nombre de la convivencia y por el bien de la última docena de
vasos que compró la amiga de mi madre.
Después de la actual amiga de mi madre
que renunció a ese tipo de donaciones hogareñas para nosotros, cansada de
brindar con tazas de plástico,
y con el único afán de vencer, al hasta
ahora, invicto rompedor de vasos que cuenta en su ranking con más de dos
docenas de destrozados vidrios.
No hubo vaso chopero, wiskero, de cocktail, o de
licor, en la vida que resistiera a la perseverancia del más chico de
la casa en su afanoso deseo de desentrañar la transparencia vidriosa; a igual
récord llegaron los platos hondos y los playos y las tazas…
es
decir, toda la vajilla del hogar, en algunas ocasiones: dulce hogar
En mi carácter de hermana mayor, elevo al juzgado sin animosidad alguna contra
mi hermano, el acusado, la lista de roturas totales para preservar la última
donación de la amiga de mi madre a saber: VASOS-PLATOS-ENSALADERA,
está última
de plástico, pero que igualmente corre los riesgos de actuar como casco
protector sobre el cuero cabelludo de mi hermano en sus imaginarias y bestiales
luchas intergalácticas.
A continuación la ira de mamá no repara en democracias o
culpables… y
para evitar esa instancia y desenlace fatídico en el que no queda
otra que atrincherarse hasta terminar de gritar: sálvese quien pueda,
se procede
a investigar posibles atenuantes.
Pero ante la premura de los trabajos de la honorable presidente
de este tribunal, alias mi madre y la madre del acusado,
concluyo pero antes Mamá mira
a mi hermano, me mira con sus grandes y desorbitados ojos inyectados en sangre
y exclama desesperada: Socorooooooooooooooooooooooo!!!!!!…
Tengo vajilla nueva en casa. ¿Y ahora, quien podrá ayudarme? Se
disuelve está sesión conmovidos por la sensibilidad de mamá y nos comprometemos
a defender todo objeto vidriero con honor,
sabiendo que la lucha será cruel y mucha.
Espero que este cuento, que
muestra un pedazo de nuestra realidad, te haya gustado.
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