Supongamos la siguiente situación: Estás viajando en el extranjero solo. Hace
tres días que paseas por el Viejo Continente, y te encuentras una cantina en una
pequeña ciudad de ensueño a orillas del mar Adriático.
Vas a pagar tu almuerzo
cuando, al buscar tu billetera en tu chaqueta, descubres que te la han robado.
De pronto, te encuentras sin tarjetas de crédito, y sin efectivo para realizar
una llamada. ¿Qué hacer?
La alternativa beligerante
Hay alguien a quien culpar aquí, desde luego. Haces una seña a la camarera y le
dices lo que te ha sucedido.
¿Sabía ella que habían ladrones en su
establecimiento? ¿O tal vez ella es la culpable? Cuando su reacción titubeante
no te deja conforme, te mueves hacia el resto del staff.
Ellos te miran
sorprendido, pero no dicen nada, de modo que vuelves al
hotel
y te las tomas con
el recepcionista en el lobby.
Lo que no alcanzas a percibir es que mientras más
maldices a las personas en un idioma que no comprenden (o en una muy mala
versión de su idioma nativo), menos intentan escucharte.
Finalmente, cansado de
la indiferencia del mundo ante tu desgracia, llamas al banco desde la habitación
del hotel y les dices lo que piensas de ese pobre individuo que te atendió en el call center.
Cuando terminas de descargarte, te dicen que los ladrones han
gastado aproximadamente $890 de tu cuenta bancaria, por lo que ahora deberás
esperar a que el banco se decida a hacerte un reintegro.
La solución resignada
Cuando caes en cuenta de que tu billetera se ha ido (posiblemente en un
apasionado romance con un malhechor), caes en un verdadero estado de pánico.
Suelen decir que en caso de emergencia uno debe dirigirse a la embajada, así que
te cruzas media ciudad a
pie (ningún taxi quiere llevarte gratis) hasta que
llegas a la puerta del sitio donde vas a encontrar la solución.
Frenéticamente
relatas tu historia a la hermosa señorita de la recepción, y ella te informa que
la embajada está allí para ayudarte únicamente en caso de una verdadera
emergencia, y lo que te ha ocurrido no entra en la categoría.
No alcanzas a
imaginar cómo es que ella no percibe la magnitud de tu crisis. Desesperado, le
preguntas qué deberías hacer entonces.
Ella te consuela y te ofrece su
computadora para que busques el servicio de atención al cliente de tu banco y
les hagas una llamada.
Pides usar el teléfono en el lobby de la embajada, y
llamas a tu madre y le pides que te gire $100 a través de Western Unión.
Cuando
cuelgas, la recepcionista te pide que te vayas, puesto que has comenzado a
ponerle los pelos de punta.
La solución inteligente
Para tu suerte, lector de Enplenitud, siempre llevas unos billetes en tus botas
en caso de que te encuentres sorpresivamente sin dinero.
Precavido, viajas con
un teléfono celular que tiene un plan internacional y, además de eso, tienes tu
cuenta de Skype.
Ingresas en el cyber café más cercano para conseguir la
información de contacto de tu
banco, y los llamas en primer lugar para invalidar
tu tarjeta y para rechazar cualquier cargo nuevo. Haz que tu banco te envíe una
nueva tarjeta al hotel a través de un vuelo prioritario.
Si tu itinerario no te
da el tiempo suficiente para esperar tu nueva tarjeta, llama a Western Unión y
gírate el dinero suficiente para llegar sin sobresaltos al final de tu viaje.
Dado que esto sólo puede llevarte unos 15 minutos, aprovecha la ocasión para
llamar al departamento de vehículos motorizados y solicita una nueva licencia,
de modo que ésta se encuentre aguardando por ti en el buzón de correo al momento
de regresar a casa.
Habiéndote ocupado de este asunto desagradable aunque no poco frecuente, el
avezado lector de Enplenitud se encamina hacia el bar más cercano, se sienta
cerca de la T.V., y pide una pinta bien helada.
Las tensiones se derriten con la
cerveza fría y el partido de fútbol que están dando, y sientes que las
dificultades de un día complicado quedan atrás.
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