Explicando lo inexplicable

Cuando sucede algo que nos afecta mucho, tememos que los niños sufrirán aún más. Esto no tiene por qué ser así, mientras sepamos cómo reaccionar frente a ellos


Los
adultos (padres, abuelos o maestros), somos el espejo donde los niños se miran
y obtiene sus
percepciones del mundo. En nosotros buscan guía y comprensión,
respuesta a sus preguntas y ayuda para verbalizar sus inquietudes y elaborar las
situaciones que viven o presencian.

Pero,
por sobre todo, necesitan reasegurarse en nosotros que todo está bien, que están
(estamos) a salvo, que todo lo que escuchan y ven en la televisión y en los
medios es terrible y muy triste pero que, aún así, es posible encontrar
seguridad y estar a salvo.

En
el mundo de hoy, es imposible ocultar nada. Lo que ocurre a miles de kilómetros
es como si ocurriera a la vuelta de la esquina. Y cuando ocurren estos hechos
traumáticos, es fundamental lo que les decimos y COMO se los decimos.

Todos
sabemos, porque lo hemos experimentado a diario, lo perceptivo que son los niños. Están atentos a nuestras reacciones, y a lo que transmitimos sin
palabras (¡y vaya si lo hacemos y ellos se dan cuenta!).

Si el temor y el pánico
son contagiosos entre los adultos, más aún lo serán con los niños. Para
transmitirle calma y seguridad a un niño, necesitamos mostrar (y mejor aún,
sentir) calma.

Esto
no significa mostrarnos insensibles, ni ocultar nuestros sentimientos. Si
sentimos tristeza, o tenemos ganas de llorar, no tenemos por qué ocultarnos de
los niños. Lo que importa es lo que hagamos después: si pese a la tristeza y
las lágrimas, seguimos adelante todo estará bien para ellos.

Además,
les estaremos enseñando algo imprescindible: a expresar sus sentimientos, y a
saber que eso no impide seguir funcionando en la realidad, seguir trabajando,
cuidando de nuestra familia y haciendo lo que podamos por ayudar a los demás.

¿Qué
hacer?, ¿qué decir?

Cada
niño es diferente y es necesario conocer las necesidades de cada uno, pero
pueden plantearse algunas estrategias generales.

Para
los niños más chicos, de menos de ocho años, es mejor no hacer hincapié en
los detalles y detenerse más en las cuestiones más generales. Use figuras
simples, pero remarque que estas cosas son muy raras.

Responda sólo lo que le
preguntan pero anímelos a expresarse y a saber que es normal, y está bien, que
se preocupen o tengan miedo. Acompáñelos, hagan que sientan que están con
ellos, y reafirmen que los quieren y que están para cuidarlos.

Los
niños más grandes y los adolescentes, en cambio, necesitan mayor información.
Esta es de suma importancia para ayudar a elaborar el trauma, y pueden necesitar
hablar mucho y en forma repetitiva. ¡Paciencia!

Esté
preparado para escuchar, y escuchar mucho. Los niños o adolescentes más retraídos,
o que hablan menos, estarán probablemente muy atentos a lo que se habla en el
entorno. Inclúyalos aunque más no sea hablando en su presencia sin ocultarse
ni secretear. No hay nada mejor para incentivar las peores fantasía que el
secreto y el misterio.

Sobre
todo, dé afecto y comprensión. Recuerde que pueden estar ansiosos y bajo estrés,
y que tiene menos recursos que los adultos para hacerles frente. O, mejor dicho,
tienen un recurso: nosotros (padres, abuelos, maestros).

Los
adultos debemos filtrar la cantidad y naturaleza de la información. En términos
generales, cuando menos visual la información, mejor.

Tenga en cuenta que no es
lo mismo que ver una película aunque lo parezca: falta el elemento de ficción,
ese que en el fondo nos tranquiliza al pensar que al apagarse la pantalla todo
será igual que antes y sin amenaza para nosotros.

De
alguna manera, ese mismo elemento de ficción es el que está presente en el
juego de los niños, y en parte explica por qué es tan importante el juego en
la elaboración de los sucesos traumáticos para los niños.

¡Déjelos
jugar!, permita el juego y las condiciones para que se produzca, y juegue con
ellos. Muchas veces el juego de los niños puede llegar a angustiarnos a los
adultos, pero ese es un problema nuestro y para nada un motivo para interrumpir
el juego de los niños.

No
olvide, tampoco, que los niños son los niños y los adultos son los adultos. No
está mal buscar un poco de paz en nuestros niños, pero no olvide que somos
nosotros los que debemos darle refugio y no a la inversa.

Por más que un niño
parezca grande (y aunque sea un adolescente), o suela tener actitudes muy
“maduras”, o sea muy serio, siguen siendo niños y necesitando de nosotros
lo mismo que cualquier niño.

Somos nosotros quienes debemos contenerlos a
ellos, y no hay nada peor que dejarse engañar por las apariencias (o la propia
angustia) y cargarlos con una tarea que no podrán cumplir.