PARTE I:
Combatiendo
a Natura
Adora Chadopyf de Strongbat, más conocida como Adoradita Strongbat,
transitaba por esa etapa de la vida en la que se es más de Lázaro Costa que de
la familia.
Apenas doblado el codo de los 50, y cuando el inexorable paso del
tiempo, lento pero firme, la comenzó a apergaminar como a Enrique Cadícamo y
la Madre Teresa (Q.E.P.D. ambos dos), no hesitó en entablarle a Cronos una lucha sin cuartel. "¿Arrugas
a mí…? ¡De acá…!" (y gesticuló con ambas manos como Alberto
Olmedo, también Q.E.P.D.)
La inmensa fortuna personal
de la augusta dama, una de las mujeres más poderosas del país gracias a la
producción de polvos (sin dobles interpretaciones), le posibilitó – bisturí
mediante – mantener un físico realmente envidiable.
Los notables reciclados a
los que se sometió, practicados en
onerosas clínicas de Buenos Aires y Europa, le confirieron una interesante y
delicada contextura física.
Cada
operación fue una
batalla ganada a la involución propia de la especie humana. Pero triunfar en
batallas no significa ganar la guerra.
Así debió reconocerlo cuando alcanzó
ese status en el que debe prevalecer la sonrisa permanente para evitar
problemas con el esfinter… Se persuadió, muy a su pesar, que sus órganos
internos evidenciaban una inexorable corrupción, y su deterioro no podía
subsanarse como otras partes del cuerpo.
No existían regiones de la estructura de Adoradita que no hubieran sido
renovadas según las más avanzadas prácticas quirúrgicas; restauraciones que
incluían gravosos services de
mantenimiento para que no se viniera abajo como Castillo de Naipes. Rostro y
cuello, brazos y piernas, abdomen, glúteos y pechos fueron operados,
lipoaspirados, colagenados y siliconados con productos de óptima calidad y al
alcance de muy pocos bolsillos.
Su desesperado afán por impedir que la figura
se le marchitara como pasa de uva, dio pie para que sus detractores la tomaran
como personaje de sutiles y cruentos chascarrillos, en los la hacían "protagonista" de jocosas aventuras de alcoba que, "soto
voce", amenizaban reuniones sociales, empresariales… o los clásicos
corrillos de algunos velatorios.
Con Adoradita se ratificaba el aserto de que "el
dinero todo lo puede", especialmente cuando se alcanza esa edad en que
cuesta resignarse a los designios de la madre Natura.
En rigor de verdad, lo
suyo era un triunfo a lo Pirro, porque mientras transformaba el envase, el
contenido se le iba descomponiendo y avanzaba implacablemente hacia un final
previsible e imposible de detener. Era como la Ferrari de Michael Schumacher con
un motor de Fiat 600.
La trágica realidad sobrevino al tercer día de su estancia en Venecia,
una ciudad por la que experimentaba una pasión tan arrolladora como la que sentía
por sí misma. La visitaba por lo menos dos o tres veces al año, y siempre muy
bien acompañada.
Aquella cálida y nubosa mañana de junio, al intentar abordar una góndola que siempre tenía a su exclusivo servicio,
sobrevino para su espanto el inesperado, doloroso y terrible evento: sintió que la vejiga desalojaba su cálido contenido,
sin posibilidades de retención.
A pesar del esfuerzo que realizó y notoriamente espantada, el derrame mingitorio fue implacable y
bochornoso; el Iguazú en plena Venecia.
El sistema vaginal de Adoradita había dicho "¡Basta,
hasta aquí llegamos!". Destruido por largos años de uso y abuso, ese maravilloso y complejo conjunto que va desde la vulva hasta la
matriz, colapsó durante aquel período vacacional, resistiéndose a continuar
con sus misiones y funciones. Ergo: había concluido su vida útil por tanta
utilidad (y no es redundante, sino trágico).
El regreso de la baqueteada empresaria a Buenos Aires fue presto. En su "jet-lear"
le brindaron extremos cuidados, físicos y psíquicos, para procurarle, si no un
viaje placentero, al menos un regreso lo menos chocante y húmedo posible.
El médico de cabecera de Adoradita, Salvador Virginio,
Director-Propietario de la clínica que la contaba como la principal fuente de
ingresos, fue drástico en su diagnóstico. Conocía a la cuasi octogenaria
mujer desde hacía muchos años.
Y más que médico de cabecera de los
Strongbat, era considerado un entrañable amigo de la empresaria, aunque muchos
sotenían que su interés por ella era meramente económico.
–
Con todo pesar, mi querida, debo decirte que ya nada puede hacerse; yo carezco
de medios para ayudarte en esta circunstancia. Tu sistema genital culminó su
ciclo biológico. Así de terminante: ¡Kaput!
¡Finish!
–
No lo puedo creer, Salvador – gimoteó la mujer – Me resisto a aceptarlo. ¿Me
estás dando a entender que deberé usar pañales descartables para siempre? ¡Pobre de mi! – su voz se hizo cada vez más plañidera – ¿Podrá… podrá
haber alguna solución quirúrgica?
–
Lamentablemente esto ya no se soluciona con otra operación. Debo recordarte que ya fuiste intervenida
repetidas veces en ese sector, por fuera y por dentro. Te hemos practicado
varias vulvoplastias. Los tejidos
de todo ese área no resisten más tratamientos.
Lo tuyo, Adoradita, ya
no es únicamente dérmico; todo el conjunto está out
of order. Por eso, y muy a mi pesar, el único camino apropiado sería
practicarte un transplante de vagina… y ya que estamos, de ano también, que
deja mucho que desear. Se puede intentar algo que realmente te posibilitará
volver a ser la mujer que eras cuando te festejaron los quince.
* * *
PARTE II: Volver
a vivir
Al oir las palabras del galeno, los
recuerdos de Adoradita se le amontonaron en la mente "como
bosta epadrillo", lo que le provocó una maravillosa regresión a su
lejanísima juventud.
("¿Como cuando tenía quince
años…? – memorizó sin trastornos Adoradita – A
esa edad hice pelota mi virtud durante una siesta de febrero… allá en la
estancia, cuando lo invité al Zoilo a buscar huevos por las parvas").
–
¿Cuándo, dónde y por quién? – interrogó imperativamente la mujer, repuesta
momentáneamente de la espantosa mala nueva.
–
Lo primero, es imposible de decir; lo segundo, en la "Virginal Clinic",
de Nueva York. Allí ejerce el doctor Frank Stein, un cirujano que se especializa en este tipo de transplantes, con
lo que te respondo el tercer punto. Claro, esto implica muchos más riesgos que
los simples estiramientos e injertos a los que estás habituada.
–
Estoy dispuesta a correr cualquier tipo de peligros, Salvador. No me hago a la
idea de vivir empañalada lo que me
resta de vida.
Tengo un cuerpo modelado para ser lucido, admirado… ¡y
disfrutado!. Además, hay otra
cosa… ¡estoy enamorada! – miró de reojo para ver la reacción del galeno, quien si llegó a inmutarse, no lo evidenció – Si hay que transplantar, que lo hagan. Tienes mi
consentimiento para hacer las gestiones que sean necesarias.
–
De acuerdo, mi querida. Me pondré en contacto con Stein y gestionaré una cita
lo antes posible. Yo te acompañaré.
La empresaria-viajera-esteta había recibido un golpe durísimo. Su fiel "cotorrita",
como cariñosamente llamaba a su vagina, había adquirido las proporciones de un
ñandú pampeano y estaba herida de muerte. Tenía que cambiarla por otra en óptimas
condiciones. Y sabía que su fortuna lo haría posible.
Los trámites para el transplante fueron más que veloces. Billetes de
color verde abrieron puertas y cerraron bocas. Adoradita se trasladó a Nueva
York en el mayor de los secretos y ocupó la suite presidencial de la afamada "Virginal
Clínic Memorial".
La entrevista con el doctor Stein fue cruda y realista. El cirujano la
revisó con remilgada delicadeza, sorprendiéndose por el estado genital de la
paciente. A pesar de su experiencia tuvo que aceptar que no lo había visto
todo. Y obviamente, convalidó el juicio de Virginio.
Como era de rigor, le
explicó sucintamente a Adoradita el estado en que la había encontrado. Y de
manera somera la puso al tanto sobre la técnica que iba a emplear para el
cambio vagino-anal.
También le explicó – más bien, la aconsejó – el extremo
cuidado que debería guardar durante el posoperatorio y aún más allá. A pesar
de todo, la reunión le resultó gratificante.
–
Mi equipo ya está en alerta rojo, Madam
– concluyó Stein – solo resta prepararla adecuadamente y aguardar una donante.
Para casos como el suyo, preferimos que la vagina y el ano provengan de una
mujer de no más de 18 o 19 años; en situación de pureza plena, claro está.
En las actuales circunstancias, ello puede resultar una utopía, pero que existen ese tipo de órganos, ¡ni dudarlo!. Así que a no desmayar.
Tenga usted fe.
– Yo tengo fe, lo que no tengo es tiempo,
doctor Stein… ¡Tiempo!
Como decía Petrarca, "cuanto
más me aproximo al fin de mis días, más veo que el tiempo corre leve y veloz
y no lo quiero perder".
* * *
PARTE
III: La Dulce Espera
Pero el tiempo le fue
favorable a Adoradita, lo que le ratificó su fe, sinónimo de felicidad..
Solo diez días demandó encontrar a la donante. Se trataba de sor Pura Chacon, una novicia de 20 años, nacida en España, que profesaba en un Convento
recoleto de New Jersey. Un accidente doméstico la había sumido en un coma
cuatro y su deceso se produjo 24 horas después de haber sido localizada por los
expertos buscadores genitales del doctor Stein.
Las hermana Superiora de la
comunidad hizo pocas preguntas a
cambio de mucho dinero, que buena falta le hacía a la sagrada orden.
Reconfortado con auxilios de los Santos Sacramentos y la Bendición
Papal, el cuerpo de sor Catalina fue trasladado a la "Virginal
Clinic Memorial" donde, en un mismo quirófano, se procedió a la
delicada ablación y posterior trasplante.
El posoperatorio de Adoradita demandó más tiempo del que estaba
previsto. La complejidad de la operación y la sobrecarga de años que soportaba
la mujer, fueron causales para dilatar su recuperación.
Interin, la paciente se ratoneaba con un venturoso futuro, con la entrega a su
enamorado del himen que la joven donante había preservado tras los muros
conventuales. Se sentía extremadamente feliz.
¡Cómo no lo iba a estar, si
llegaron a afirmarle, con exageración, que con ese nuevo "equipo"
hasta podría ser madre nuevamente!
El doctor Stein, luego de un último y prolijo examen, decidió darle el
alta, aconsejándole que continuara el tratamiento en Buenos Aires. El doctor
Virginio, recibió una copia de la Historia Clínica y un detalle de todas las
drogas que Adoradita debía ingerir de ahí en más.
* * * * *
Habían transcurrido once meses de su regreso desde los Estados Unidos.
En su lujoso departamento de Figueroa Alcorta, Adoradita estaba reunida con el
doctor Virginio en el espacioso living de su tríplex. Modosamente sentada en un
sofa de espectaculares dimensiones, la trasplantada sentía la necesidad de un
alta total, plena, absoluta… desenfrenada.
La sufrida abstención mantenida
durante tan largo lapso la impulsaba a solicitar la dispensa que su estado
psicofísico le reclamaba de manera imperiosa.
–
¿Que opinas, Salvador? – la dama bajó la vista, estrujó modosamente un pañuelito
y sonrió con picardía – ¿Cuándo estaré realmente en condiciones de…?
Bueno, tu me entiendes.
–
Yo creo que todo ha salido mejor de lo que esperábamos. El sistema joven
funciona bien, y hasta has vuelto a menstruar, con lo cual, técnicamente, creo
que ya estás en condiciones de… – busco la palabras precisas, y como no las
encontraba, carraspeó -.
Lo que debes procurar es… digamos… ser lo menos
ardiente posible. No olvides que tienes un himen que necesita ser tratado con
afecto y delicadeza.
–
Eso es lo que me apasiona, Salvador, poder repetir la siesta de febrero, en la
estancia de mis abuelos… Las parvas, el Zolio, los huevos…
El médico no llegó a comprender plenamente qué había querido decir la
veterana empresaria, aunque lo intuyó.
–
Insisto, mi querida: ¡debes ser prudente con tu nueva vagina…!
–
¿Prudente? – exclamó Adoradita – ¡
Qué esperanza…! Si no me preocupé de la otra, que era mía, menos voy a
inquietarme por esta, que es ajena
y comprada a un alto precio…
Además, la prudencia consiste en la elección de
lo que hay que hacer y no hacer… Y yo ya estoy harta de imitarla a Mónica
Lewinsky: Podré hacer algo más que tocar el saxo… ¡Si hasta me atravería a
cantarle el "Happy Birthay"
a De la Rúa…!
Le entregó un suculento cheque al doctor Virginio y salió caracoleante
de la estancia para hacer una llamada telefónica.
Como decía Mirabeu: "El
deseo es para todos el aguijón del placer: no apurar ese deseo es la regla de
la duración de todos los placeres del mundo". Pero Adoradita
pensaba de otra manera.