Comenzó a inclinarse poco después de que comenzará la construcción, en 1173.
Los constructores sólo habían llegado a la tercera parte de los ocho pisos que
tenían previstos, cuando los cimientos comenzaron a asentarse irregularmente en
el suelo blando, compuesto de barro, arena y arcilla.
Como consecuencia, la estructura se desvió ligeramente hacia el norte. Los
constructores trataron de compensar, haciendo las columnas y los arcos del
tercer piso del sector norte (que estaban hundidos) un poco más altos.
Luego procedieron a construir el cuarto piso, pero luego se quedaron sin trabajo
cuando la inestabilidad política paralizó la construcción.
La torre estuvo inconclusa por casi 100 años, pero no había dejado de moverse.
El suelo debajo de los cimientos continuó hundiéndose de manera desigual, y para
cuando se reanudó el trabajo, en 1272, la torre estaba inclinada hacia el sur,
la dirección en la que todavía hoy sigue inclinada.
Los ingenieros intentaron hacer otro ajuste, esta vez en el quinto piso, sólo
para que su trabajo fuera interrumpido otra vez en 1278, con tan sólo siete
pisos completos.
Por desgracia, el edificio siguió ladeándose, por momentos a un ritmo alarmante.
La tasa de inclinación era más aguda durante la primera parte del siglo XIV,
aunque esto no disuadió a las autoridades locales ni a los diseñadores de la
torre de seguir adelante con la construcción.
Finalmente, entre 1360 y 1370, los trabajadores terminaron el proyecto, una vez
más, tratando de corregir el desperfecto inclinando el octavo piso hacia el
norte.
Para el momento en que se dice que Galileo Galilei arrojó una bala de cañón y
una bala de mosquete desde la parte superior de la torre (en el siglo XVI), se
había desplazado alrededor de 3 grados respecto de la vertical.
Sin embargo, el monitoreo adecuado no comenzó hasta 1911. Estas mediciones
revelaron una realidad sorprendente: la parte superior de la torre se movía a un
ritmo de alrededor de 1,2 milímetros por año.
En 1935, los ingenieros comenzaron a preocuparse de que el exceso de agua debajo
de los cimientos podría debilitar la torre y acelerar su declive.
Para sellar la base de la torre, los trabajadores perforaron una red de
orificios, y luego los rellenaron con mezcla de cemento. Sólo empeoraron el
problema.
La torre comenzó a inclinarse aún más vertiginosamente. También hicieron que los
equipos de conservación posteriores fueran más cautelosos, aunque varios
ingenieros y albañiles estudiaron la torre, las soluciones propuestas y trataron
de estabilizar el monumento con distintos tipos de refuerzos.
Ninguna de estas medidas tuvo éxito y, poco a poco, a lo largo de los años, la
estructura alcanzó una inclinación de 5,5 grados.
Luego, en 1989, un campanario construido de manera similar en Pavía, en el norte
de Italia, se derrumbó repentinamente.
Un nuevo plan para Pisa
Los funcionarios llegaron a preocuparse tanto de que la torre de Pisa sufriera
un destino similar al de la torre que se había derrumbado en Pavía que cerraron
el monumento al público.
Un año más tarde, se reunieron junto a un equipo de expertos internacionales
para ver si la torre podría ser centrada nuevamente.
John Burland, especialista en mecánica del suelo, del Imperial College de
Londres, fue un miembro clave del equipo.
Comenzó a preguntarse si extrayendo parte del suelo del sector norte de la torre,
podría volverse a centrar la estructura.
Para responder esta pregunta, él y otros miembros del equipo desarrollaron
modelos informáticos y simulaciones para ver si el plan podría funcionar.
Después de analizar los datos, decidieron que la solución era realmente factible.
En base a esto, los trabajadores fueron hasta el lugar y envolvieron el primer
nivel de la torre con bandas de acero para evitar que la piedra se fracturara.
Luego, se colocaron 827 toneladas (750 toneladas métricas) de pesas de plomo en
el lado norte de la torre.
Luego colocaron un nuevo anillo de concreto alrededor de la base de la torre, al
que le conectaron una serie de cables, anclados lejos de la torre.
Finalmente, usando una perforadora de 200 milímetros
de diámetro, comenzaron a excavar debajo de la base.
Cada vez que retiraban la perforadora, sacaban una pequeña porción de suelo (sólo
entre 15 y 20 litros). A medida que iban excavando, la tierra de la superficie
se fue asentando.
Esta acción, combinada con la presión aplicada por los cables, hizo que la torre
se elevara en dirección opuesta a su inclinación anterior.
Repitieron esto en 41 lugares diferentes, a lo largo de varios años, midiendo
constantemente su progreso.
Para el 2001, el equipo había disminuido la inclinación de la torre 44
centímetros, lo suficiente como para que los funcionarios confiaran en que
podían volver a abrir el monumento al público.
Incluso
después de que la perforación se había detenido, la torre siguió enderezándose
hasta que, en mayo de 2008, los
sensores
no detectaron ningún movimiento.
Para entonces, la torre había perdido otros 4 centímetros de su inclinación y no
parecía presentar ningún peligro inmediato.
Las acciones emprendidas por Burland y su equipo podrían, teóricamente,
estabilizar la estructura de forma permanente.
La verdadera amenaza proviene ahora de la obra en sí, sobre todo del material de
los pisos inferiores, en donde se ha concentrado durante siglos la mayor parte
de las fuerzas generadas por la inclinación de la torre.
Si parte de esta mampostería cede, la torre podría colapsar. E incluso un
pequeño terremoto en la región podría tener consecuencias devastadoras.
A pesar de estos problemas potenciales, los ingenieros suponen que la famosa
estructura se mantendrá estable durante al menos otros 200 años.
Para entonces, puede ser necesario realizar otra intervención, pero la
tecnología disponible para hacer mejoras podría ser mucho más avanzada, y podría
ser suficiente como para preservar la torre durante otros 800 años.