La
boca es parte de un todo y no hay buena salud si nos olvidamos de ella.
El individuo es una unidad indivisible que no puede reducirse a sus partes, ni
puede ser separado de su entorno social, cultural y espiritual, por lo tanto se
debe pensar que cuando surgen patologías en la boca, esto también pertenece a un
desequilibrio o una desarmonía más profunda que se evidencia por síntomas que
van más allá del cuidado y atención que se dedique a la higiene o la dieta.
La idea de imaginar la
boca como una isla aislada del resto del organismo, es obsoleta.
La relación intrínseca de factores externos con factores vinculados al plano
mental, psicológico, sistémico, emocional, ya es aceptada por la mayoría.
Los nuevos paradigmas se van instalando poco a poco en la odontología
tradicional, acercándola al conocimiento de otras disciplinas para resolver más
efectivamente un caso.
La ciencia y
tecnología deben estar al servicio de una filosofía humanística que nos permita
conocer por medio de un interrogatorio completo cómo vive y sufre el hombre su
dolencia.
Muchas veces recibo en el consultorio pacientes que arrastran sus problemas
crónicos porque no se llega a las causas de la enfermedad.
Pacientes
hipersensibles, con intolerancia a metales, personas con fobias que no
toleran un tratamiento odontológico o lo más simple, individuos que están
cansados de padecer los efectos secundarios de la medicación alopática, más
preocupada en suprimir síntomas que en curarlos.
Muchos signos aparentemente extraños raros y peculiares,
que no tienen respuesta en la odontología ortodoxa pueden ser tratados con éxito
utilizando medicación homeopática que estimula las propias defensas y permite
que el organismo reaccione siguiendo las leyes naturales.
Los remedios escogidos actúan en profundidad, de manera dinámica, porque están
indicados teniendo en cuenta el modo de expresión de los síntomas y lo que éstos
representan en la historia biopatográfica del paciente.
Los odontólogos vemos sólo la punta de un iceberg y necesitamos una atenta
observación para resolver el problema en forma definitiva.
Es famosa la frase no hay enfermedades sino enfermos, pero a veces uno se olvida
de ello por desconocimiento o porque requiere mayor compromiso tomar conciencia
del valor oculto que subyace detrás de la manifestación evidente.
Inevitablemente seguir este camino nos lleva a iniciar un trabajo de
autoconocimiento enriquecedor y permite establecer una relación odontólogo
-paciente verdaderamente terapéutica que jerarquiza y beneficia la profesión.
A
través de los años la
odontología fue desarrollándose sobretodo desde el punto
de vista tecnológico y científico.
Recordemos que ésta era una práctica reservada a los barberos y sangradores y se
ha llegado a realizar en la plaza pública, un trabajo cruento que pocos querían
hacer, por suerte en este momento gracias a los avances, las cosas resultan más
fáciles alcanzando una odontología de primer nivel; pero estoy segura que se
llegará sólo al ideal posible cuando la mirada libre de prejuicios nos acerque a
la unidad y a la comprensión del pensamiento holístico.
El diente no está
alejado del ser y se relaciona con todas las células de nuestro organismo.
Nuestra boca es tan personal como las huellas digitales.
Cada persona es única e irrepetible. No todos los pacientes necesitan lo mismo y
aquí incorporamos el concepto de individualidad.
Buscar la individualidad en la totalidad, es el gran desafío
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