Alguien
dijo una vez que quien trata de defenderse a sí mismo, tiene a un imbécil por
abogado. Esa experiencia la sufrió
hace muchos años el empresario y sagaz periodista americano William "Billy" Rose.
Un buen día decidió divorciarse de
Eleanor Rose y fraguó todo tipo de
iniquidades para no darle un solo dólar. Era un hombre de mucho poder y enorme
prestigio profesional.
Su
fama en todo el territorio estadounidense era tan grande que muy pronto la
prensa tituló el entuerto como "La
guerra de las dos rosas". El periodismo hacía un parangón con la célebre
"Guerra de las dos rosas",
la célebre disputa al trono de Inglaterra entre las casas nobles de los York y
los Lancaster. Un enfrentamiento que duró 30 años…
Warren
Adler, tomando como base aquel sonado “divorcio
a la americana” de los años 50, escribió un libro exagerado e inverosímil:
"La guerra de los Rose". Llevado al cine por Danny
De Vito (como actor y director) la película fue estelarizada por Michael
Douglas y Kathlen Turner.
Cuenta
la tragicómica historia de una pareja que comete tantas locuras, tropelías y
atrocidades que el trámite de divorcio concluye con la ridícula muerte de
ambos. Nada que ver con la realidad, que fue mucho más interesante y ejemplar,
como veremos.
Los
abogados especializados en divorcios sostienen que no hay nada más perverso y
sucio que los litigios entre cónyuges, donde aflora el rencor, la abominación
y el veneno por parte de dos personas que se habían jurado amor eterno, "hasta
que la muerte los separara".
La advertencia que recibió Eleanor
de su consejero, Louis Nizer, fue mantenerse alejada de la prensa y observar el
mayor recato. Billy, que contaba con
el patrocinio de un afamado abogado neoyorquino, Arthur Garfield Hays, decidió manejar él su caso. Habló y
habló frente a cada micrófono que le acercaban a la boca.
Cada concepto en
desmedro de Eleanor era amplificado "ad infinitum". Confiaba que su
prestigio era la mejor arma con que contaba. Hasta se atrevió a pronosticar que
"en el tribunal va a arder Troya".
Las reuniones de las partes, previas al juicio, mostraron a un Billy verborrágico,
arrogante, insultante y no dando nada de pelota a las indicaciones de su letrado
(que no renunció porque percibía suculentos honorarios). El estaba al frente
de la causa. Y como el pez… "murió
por su bocaza".
Billy Rose, en
su afán por deshacerse de Eleanor, no midió los alcances que iba a tener su locuacidad y así,
de manera impensada, proporcionó pistas que permitieron obtener pruebas muy
perjudiciales para él y mensurar el reparto de bienes que pretendía evitar.
Llegar a los estrados en tales condiciones habría sido su Waterloo moral. Especialmente porque eran pruebas irrefutables de
adulterio: engañaba a Eleanor con la
esposa de Milton Berle, uno de los más
famosos hombres del espectáculo americano, quien cumplió 93 años el 12 de julio pasado.
Pocos minutos antes de comenzar la audiencia, el juez recibió a
las partes y aceptó la rendición
incondicional de Billy Rose, quien
retiró la demanda y aceptó todas las exigencias legales que le impuso la
contraparte.
Así
concluyó "La guerra de las dos
rosas" versión americana.
Eleanor embolsó varios millones de dólares,
mansiones y obras de arte de gran valor. Y fue vindicada públicamente por quien
tanto la había denostado.
Claro está, hubo gran desazón entre la gente de prensa –
especialmente de la amarillista – que
pensaba asistir al escándalo conyugal del siglo. Billy
Rose era un exaltado, sin duda… pero resultó que no era un estúpido.
Pese
a las perradas de su ex marido Eleanor
no festejó su triunfo. "Pese a todo
lo que dijo, hizo y mintió – confesó sin ambages – no
le guardo rencor; los años que vivimos juntos fueron muy dichosos".
Conclusión:
uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras. Especialmente cuando
existió de por medio el
cabello de una bella mujer… y una yunta de bueyes.