El mito tiene
tantos años como la religión misma. Casi parecerían haber nacido en el mismo
momento: no existen judíos pobres.
Muy pocos, dentro o fuera de comunidad, son los que aún creen que los judíos
lograron mantenerse inmunes de un proceso de empobrecimiento general que viene
sufriendo el país desde hace diez años a esta parte.
Peor aún, teniendo en cuenta que la gran mayoría de los judíos pertenecen (¿pertenecían?)
a aquel segmento en vías de extinción denominado clase media, es posible
precisar que son quienes han sufrido el mayor impacto de la crisis socioeconómica:
no es lo mismo estar acostumbrado a vivir con la carencia que toparse de un día
para el otro con ella.
Así, familias
que acostumbraban a planear sus vacaciones en el exterior, hacer los
Bnei-Mitzvot de sus hijos en los salones más lujosos, o cambiar un auto
medianamente nuevo, hoy en día planean como pagar el alquiler, de que forma
ahorrar en el supermercado, o como hacer para que el auto continúe en
funcionamiento.
Todos los profesionales de las instituciones comunitarias consultadas coinciden
en señalar la existencia de una nueva pobreza que no había tenido precedente
alguno en el país. Acostumbrados a tratar con ancianos que habían quedado
solos, o con personas cuyos problemas emocionales le impedían abastecerse de
una forma independiente, quienes se encargan de las distintas áreas de la ayuda
social, hoy se ven desbordados por una demanda ilimitada que en muchos casos no
logra ser satisfecha.
Atrás quedaron los tiempos en que los Comedores Populares
Israelitas eran la única referencia de la pobreza judía: hoy el comedor
atiende a 80 personas diarias pero esa cifra es minúscula en comparación con
la realidad que vive la comunidad.
Para colmo, muchos de quienes hoy piden ayuda eran quienes tiempo atrás sostenían
la red comunitaria, sumado a una dirigencia que mantenía intereses comunes con
el poder. A todo esto el barco se hundía y esto trajo como consecuencia una
notable reducción de recursos para poder cumplir con los pedidos que reciben día
tras día. Así, la Amia, que disponía de 240.000 pesos mensuales para
distribuir en ayuda social durante el año pasado, ha pasado a tener que arreglárselas
con menos de la mitad para el actual.
Con grandes dificultades para obtener créditos financieros, hoy se debate entre
pagar los intereses de una tremenda deuda contraída por las administraciones
anteriores (se habla de 300.000 dólares mensuales) o llamar a una convocatoria
para poder destinar ese dinero a la ayuda social y a los sueldos de los
empleados, que tienen un atraso de dos meses.
Perfil del nuevo pobre judío argentino
Mas allá del aspecto macro del asunto, los asistentes sociales trazan un perfil
del nuevo pobre judío, que posee las siguientes características:
No se puede observar su pobreza en su aspecto personal, ya que poseen un gran
numero de prendas que han podido comprar en sus años de benevolencia, por lo
que su situación permanece oculta a primera vista.
En su mayor parte eran comerciantes, y su trayecto, antes de llegar a la
asistencia social, ha sido hipotecar su casa para sostener su comercio,
perdiendo finalmente todo tipo de propiedad y no pudiendo reinsertarse en el
mercado laboral.
Llegan deprimidos o con grandes crisis emocionales o de autoestima.
No piden, ni aceptan en algunos casos, subsidios económicos o donaciones sino
que buscan trabajo.
No logran "caer" en su situación actual, no admiten reducir su nivel
de vida, y niegan su nueva pobreza.
Deben además asistir a padres u otro tipo de parientes que están en
situaciones parecidas a la suya.
La
Amia y la asistencia social
Frente a este panorama, han surgido una gran cantidad de proyectos de asistencia
social, que recogen las experiencias de las ONGs (organizaciones no
gubernamentales) encargadas de suplir las falencias en materia social de los
entes gubernamentales por demás ineficiente para dar atención al reclamo.
La institución madre continua siendo la Amia, que cuenta con un departamento de
acción social a cargo de ocho profesionales coordinado por Elida Kisluk, que
abarca a CODLA (la bolsa de trabajo), un departamento de la tercera edad, otro
de discapacidad y uno de área social.
La bolsa de trabajo es un buen termómetro de la situación, el paso previo a la
necesidad de una ayuda social. Su coordinadora, Lily Epelbaum, afirma recibir,
de un tiempo reciente a esta parte, un promedio de 40 solicitudes laborales
diarias, de las cuales aproximadamente el 50% son judíos, ya que CODLA esta
abierta a toda las personas que desean acercarse.
Sin embargo,
Epelbaum señala que quienes llaman a la bolsa en busca de empleados no están
exentos del mercado laboral: "Nadie llama para hacer una obra de bien,
piden gente capacitada, que trabaje varias horas y por un sueldo relativamente
bajo, además, saben que Amia es gratuito, da confianza, les va a ofrecer el
perfil que están buscando y no van a tener que entrevistar a 300
personas".
El perfil de quienes se acercan es de lo más heterogéneo, y en
muchos casos aparecen mujeres que siempre habían sido amas de casa y debieron
salir a buscar trabajo por la pérdida del de su esposo o los bajos ingresos que
éste puede aportar.
Esos casos, afirma, son de una imposible inserción
laboral, ya que no cuentan con estudios o experiencia que le permitan lograr
algo. Respecto al prejuicio de que los judíos no hacen determinados tipos de
trabajo, sostiene que poco a poco va desapareciendo: "hoy se postulan
incluso para limpieza" aunque admite que todavía son minorías quienes
buscan ese tipo de trabajo. Actualmente, CODLA está encarando un proyecto para
asociarse con todas las bolsas de trabajo llamado R.E.D.
Cuando las vías de acceso están totalmente cerradas, lo que ocurre cada vez
mas a menudo, Acción Social intenta resolver las carencias con una batería de
planes. Su coordinadora general, Elida Kisluk, afirma estar desbordada por los
25 judíos que acuden diariamente en busca de ayuda.
"Antes era
fácil, contábamos con recursos y quienes venían eran lo que se denomina
''pobreza estructural'', pero a partir del 90 comenzó un declive que se profundizó
en el 95 y tiene sus picos máximos en la actualidad". Por esa misma razón,
además de los ingresos por socios y sepelios que tradicionalmente fueron el
sustento de la institución, se implementó un programa de padrinazgo, que
intenta recaudar fondos para destinarlos a ayudar a las familias que acuden en
busca de ayuda.
Kisluk señala que el nuevo pobre le manifiesta "no entender que está
haciendo acá" y muchas veces rechaza la ayuda ofrecida por Amia.
"Para ello, se ha creado el programa de Vulnerabilidad Social, un programa
encarado por profesionales que intentan hacerles entender su nueva situación:
Muchas veces sus respuestas son ''Usted no entiende, es muy fácil decirlo desde
ahí, ¿Yo voy a manejar un remise? ¿Vamos a comer en el mismo lugar en que
dormimos?'', por lo que primero deben tomar consciencia de su situación
actual".
De pagar expensas o servicios, la Amia debió reencarar su ayuda social,
distribuyendo menos ingresos entre mas personas.
Con los subsidios económicos, la ayuda es de entre 100 y 350 pesos mensuales,
en su mayoría para suplir las necesidades básicas. Algunos subsidios fueron
directamente recortados: de ayudar a 1500 personas se paso a asistir a 1200.
Fuera de la ayuda económica, la Amia otorga medicamentos, paga geriátricos y
psicólogos, y posee planes de ayuda, como capacitación de cuidadores de
ancianos, a los que luego se los intentan ubicar laboralmente, un programa de
intermediación de alquileres, para que quienes posean casas grandes, alquilen
algunas habitaciones, otro de asistencia legal gratuita, y otro de ayuda entre
pares, para que quienes reciben una ayuda puedan otorgar otra de acuerdo a sus
posibilidades.
Además, se cuenta con viviendas protegidas para darle techo a algunas personas
que han quedado solas y no tienen donde vivir.
Consultada sobre las opciones que le da la Amia a una familia que ha quedado sin
techo, Kisluk dice que en primer lugar se les habla de Israel (que desde enero
decidió entregar un bonus de U$S 20.000 para los inmigrantes argentinos) aunque
son minorías quienes eligen este camino, por lo que de acuerdo a las
evaluaciones del caso, se opta por pagar un alquiler o una pensión, pero que
nadie es dejado en la calle. "Nosotros les podemos brindar una serie de
alternativas dentro de nuestras posibilidades, podemos hacer recomendaciones,
pero en definitiva son ellos quienes toman la última decisión, la Amia debe
respetar su libre determinación".
Liliana Polonsky desde Voluntarios en Red señala que la ayuda de la Amia es
insuficiente, por lo que en marzo de 1996 surgió la idea de crear Voluntarios
en Red (VER). La fundación, que actúa descentralizadamente en treinta
instituciones, es coordinada por el Joint, una entidad que recibe subsidios de
Norteamérica para originar programas sociales. En sus primeros diez meses, VER
proveyó alimento a 300 familias, prestaron asistencia médica a 60 personas, y
consiguieron trabajo a otras 100. VER funciona con seis profesionales rentados,
siendo los demás voluntarios.
En Tzavta, funciona desde 1997 la Mesa Social Voluntaria, compuesta íntegramente
por voluntarios en la que la Dra. Nely Esterovich se encarga de Coordinar las
diferentes actividades como Tiempo de Recreación, Tiempo de Nietos, Tiempo de
Llamada y encuentro, Tiempo de Merienda y Cultura, Psicología y Medicina, y un
Banco de Medicamentos, proyecto con el cual se inició la Mesa de Voluntario,
que se encarga de recolectar medicinas en los laboratorios o con gente que ya no
los usa para donárselos a un promedio de entre 50 y 70 personas en forma
mensual. En total la Mesa asiste 200 personas en forma mensual. "La idea no
es hacer limosna -señala Esterovich-, sino extender el brazo con respeto y modestia".
En la comunidad Emanu-El, Beatriz Vitas y Silvina Szmuc se encargan de coordinar
un proyecto de desarrollo social al que denominaron JAVURA que es llevado
adelante integramante por voluntarios.
Para los subsidios económicos, derivan a la fundación Tzedaka, pero se
encargan de organizar un ropero comunitario con ropa donada y entregar 200 cajas
de alimentos en forma mensual.
Los nuevos pobres buscan trabajo, no donaciones
Tanto Vitas como Szmuc coinciden en señalar que los nuevos pobres nobuscan
donaciones, sino trabajo. Por lo que crearon un par de microemprendimientos para
que las personas puedan reinsertarse en el mercado laboral: Por un lado el
proyecto Jala en el que se capacita a mujeres para que cocinen el pan trenzado
que luego es vendido en diferentes instituciones de la comunidad.
En el caso de los hombres fue creado el proyecto Monit, una remisería en la que
la gente se puso a trabajar con su auto o, en el caso de no poseerlo, a comprar
uno mediante créditos gestionado por el Rabino Sergio Bergman e ir pagándolo
con su trabajo. El proyecto emplea a diez personas.
De cualquier manera, Vitas admite que aún falta dar una solución integral, y
centralizar la ayuda en una institución.
Desde la Amia señalan que toda la gente que concurre a la institución es
satisfecha en sus necesidades básicas. "Algunos podrán decir que Amia no
los ayudó -señala Kisluk-, pero Amia no puede satisfacer las demandas de
personas que piden que se les otorgue 500 o 600 pesos para un alquiler, hay
necesidades más urgentes".
Un viejo debate sumió a los judíos de todo el mundo a lo largo de los siglos:
el de la integración a las sociedades en las que se encontraban.
Hoy, en la Argentina, el debate parecería haber dejado de existir obligado por
la realidad.
¿Judíos en Villas Miserias?
Un tema por demás
espinoso para quienes se encargan de la asistencia social es el de la presencia
de judíos en las villas. Elida Kisluk afirma no tener conocimiento de judíos
que vivan en villas miserias. "Yo te puedo hablar de gente que vive en
lugares tremendamente carenciados, en casas que se viene abajo, pero de las
villas no te voy a hablar por que no conozco a nadie".
El año pasado, la revista Hablar afirmó que 200 judíos residían en villas
miserias, y aunque no dio datos que sustenten esa cifra, publicó la historia de
los Litschenfeld, una familia que residía en una villa miseria.
"Nosotros teníamos conocimiento de esa familia, se les intento prestar
ayuda pero la mujer, que era puntera política, prefirió quedarse en el lugar
donde vivía a la espera de una promesa que le habían hecho los de su partido.
A nosotros nos pareció una opción razonable, ya que tal vez podía lograr más
de esa forma, pero evidentemente no le resultó. De cualquier forma se le
manifestó que las puertas de Amia estaban siempre abiertas".
Kisluk afirma que la Amia fue a buscar judíos a las villas pero no encontró a
nadie, pero más allá de eso no cuentan con ningún programa que realice un
trabajo de campo en busca de residentes en villas, salvo que alguien les avise
de su existencia. "La Amia es muy conocida, todos los judíos saben de su
existencia y no debemos ir a buscarlos".
Investigación:
Julian Blejmar, Valeria Thaler, Gabriel Wolf
Publicado
originalmente en “Nueva Sión” de la ciudad de Buenos Aires.