“Té para dos” y los zapatos del encuentro

Para “LUMIERE” y “ARCIPRESTE”

 

Todos los días;

Tomaba su saxo y
se paraba en las puertas del BAN SUD.

En Avenida Santa
Fe al 2100.

Cerca de la
parada de los colectivos y acomodaba su bolso.

Fumaba un
cigarrillo, miraba sin verlos a los apurados en volver.

Se inclinaba, sacaba el saxo y una boquilla.

Los limpiaba con
un pañuelo impecable y la gente, comenzaba a reparar.

Todos los días;

Comenzaba con
“Te para dos”. Con la boca del bolso esperando.

Tendría 30 años
y la mirada límpida, los gestos seguros.

Era alto, mas
bien muy delgado y gastaba los “gitanes”.

Entre melodía y
melodía.

Todos los días;

La recordaba y
al irse pasaba siempre.

Todos los días,

por el López
Bouchardo a unas cuatro cuadras

llevando su
bolso acompañado ahora con monedas.

Todos los días;

Las monedas seguían
tocando golpeándose,

y también sobre
el saxo.

Todos los días,

Seguía pasando
por el Bouchardo.

Esperando
encontrarla en una casualidad

de todos los días.

Menos los
domingos,

Solo dejaba de
pasar y tocar

por los mismos
lugares.

Y yo lo miraba
siempre unos minutos,

Desde un balcón
cercano también,

Todos los días.

Yo llegaba a
casa por Ayacucho

y escuchaba sin
esperarlo,

al viejo que, en
la puerta de la calle al 1000,

cantaba en voz
baja

todos los días.

Era una voz como
cercenada,

limada por
muchas repeticiones,

sin entonación
perdida

sino siempre
constante y argentina

y, así, todos
los días.

Nunca pude saber
que entonaba.

Nunca pude
acertar sobre esa melodía,

Modulada con
esmero,

Expresada con
cariño,

Constante y sin
fisuras,

Todos los días

Calzaba zapatos
impecables

Sobre un cuerpo
con ropas viejas

Como un concepto
afincado,

De una
disciplina que persistía y, así

todos los días.

Nunca junté las
dos expresiones,

nunca pensé que coincidían en
una misma hora,

con igual propósito

y distintas
ilusiones,

todos los días.

Para las
pascuas, como un rito anual,

Volví a esa
parroquia el jueves, el viernes,

El sábado y el
domingo.

Todos los días

Del rito
asumido,

de todos los años,
porque no lo necesitaba,

todos los días.

El sábado de
Pascuas los volví a ver, a los
dos,

En la misma
puerta concurrida y con un “ Te para dos”

En un tono y
ritmo para esos días.

Y me puse a
ensayar una charla como nunca lo hice

Ningún día.

El saxo y los
“gitanes”,

Los zapatos y la
voz no rendida

Yo hablaba y
hablaba como sin sentido

pero con una
esperanza no perdida y

los cuatro
escucharon,

ni sonrieron ni
mostraron alegrías.

El saxo no
dejaba de pensar lo que yo ya sabia.

Y el viejo no
dejaba de tararear quedamente

Lo que ya él
conocía.

Tuve mucha
suerte.

El lunes los
volví a ver juntos allí enfrente,

Con un “Te
para dos”, pero con una voz que acompañaba a esa

melodía.

Ya eran mas los
que se paraban y al terminar

Uno ya se volvía
a la puerta del conservatorio para saber

Se la vería.

Y el viejito
cantor tomaba un rumbo que,

el saxo desconocía.

Hubo más
monedas

Cruzadas entre
ambos con un poco de alegría, y

Después de unos
días, una jovencita

Flaquita,
esmirriada y muy pulcrita

Cantaba junto al
saxo

Que ya tenía
mucha más alegría.

La pudo
encontrar, llegando tarde

Por culpa del
viejito

Que se cambiaba
los zapatos

A un costado del
bolsito.

Ella supo volver
al Conservatorio

Por el mismo
motivo oculto,

De poder
encontrarlo de nuevo

Como supieron
hacerlo durante,

Muchos días.

Ambos me
contaron

Que el viejito
no volvió.

El cura párroco
les contó la desgracia de la esquina.

Caminando
despacito se cayó el viejito,

Lo llevaron
mucho rato después,

Cuando aún llovía,
como nunca en todos esos días.

Nunca lo olvido
al viejito que cantaba.

Me dijeron que
quería bailar el “ Te para dos”,

Porque así sería
mejor, para los que los miraban,

Escuchaban y
aplaudían.

La artrosis no
lo dejaba terminar su osadía y

Aunque lo
intentaba algunas veces se caía y las risas

Lastimaban,
aunque el público no lo sabía.

Y, asi se
volvieron a juntar,

Por los zapatos
del viejito que los tardaba en sacar

guardarlos y
bien limpitos.

Por eso siguen
cantando,

El saxo y la pìbita.

Se encontraron
“ sin querer”, por “culpa” del viejito.

Y ahora, siempre
están, y son tres en una melodía.

El saxo con su
humo.

La niña y su
roja cintita

Y los zapatos
del viejito que siempre sacan del bolso,

Para ponerlos al
lado de ambos.

Todos, todos los
días.

JUAN DE DIOS
ROMERO

Buenos Aires

La Reina Fenicia
del Plata

ABRIL 2002.-