-¿No la has visto?
-No, pero vendrá de un momento a otro.
No
podía decirle dónde estaba. El era amigo mío, pero ella también lo era. Ornella
era el colmo. Por lo menos hoy, que cumplía dos años de casada, podía haber
dejado de ver a su amante. Un chiquillo que la tenía loca.
Inesperadamente, Luigi tomó las dos rosas y las deshizo, pétalo a pétalo,
arrojándolos al viento con una carcajada que quiso ser irónica, sin conseguirlo.
Cuando veía esas escenas, me felicitaba por no haberme casado. Sentí pena por
él. No sé qué le dije. Que ella mencionó algo de comprar lencería para la
ocasión, que eso llevaba tiempo y no sé qué otras mentiras, que desde luego, no
lo convencieron.
Su
rostro adquirió una palidez tal, que temí fuera a desmayarse. Sus grandes ojos
tuvieron un brillo de lágrimas y no supe qué hacer.
Ornella y yo, tiempo atrás, estuvimos enamoradas de Luigi. Él la eligió a ella.
Pero la amistad se mantuvo y otros hombres ocuparon mis pensamientos..
No
sé qué me pasó al verlo tan abatido. Lo llevé a casa. Al llegar se derrumbó. Me
inspiraban pena los hombres que lloraban. Y ternura.. Le pedí que no llorase. En
un arrebato me abrazó y sentí los sollozos que sacudían su pecho. Lo abracé
fuerte mientras le palmeaba el hombro. Poco a poco se calmó. Me miró y dijo:
Eres tan buena. Siempre lo fuiste conmigo.
No
sé si fue el tono en que lo dijo, o la atracción que siempre sentí por él o un
gesto de infinito desaliento lo que me impulsó a besarle las lágrimas que
mojaban sus mejillas. Cerró los ojos. Pero sus brazos me apretaron con más
fuerza, movió el rostro y nuestras bocas se encontraron. El beso fue suave,
sobre los labios cerrados.
Quise traer algo para beber, pero sus brazos me lo
impidieron. Por fugaces instantes recordé que era el marido de mi amiga, pero
esos pensamientos desaparecieron casi en la misma forma en que aparecieron.
Instantáneamente. Su lengua se unió a la mía y ambas formaron una madeja difícil
de desenredar.
Un estremecimiento nuevo se acomodó en mi piel que no pidió
permiso para pasar del frío al calor. Nuestras manos recorrieron cada pliegue,
cada recoveco de nuestros cuerpos y en cada descubrimiento un placer diferente
nos arrancaba suspiros y gemidos. Cuando todo terminó giré sobre mi costado
tratando de levantarme y vestirme.
Pero no me dejó. Me dobló los brazos y me
mantuvo de espaldas mientras me acariciaba los cabellos y me convertía en un
cálido ovillo encogido entre sus muslos. Parecía imposible que todo pudiera
reiniciarse nuevamente. Tomó con ternura todo lo que se ofrecía sin resistencia
a sus deseos.
Lo dejé hacer. Como una canción entonada en perfecta
sincronización nos halló el final en un estremecido acorde. Y con la boca
entumecida de besos, el sueño nos venció.
Unos golpes imperiosos dados a la puerta me despertaron bruscamente.
Me
había dormido en el sofá. Tropecé con un vaso que se encontraba en el suelo al
lado de una botella semi vacía de whisky. Estaba extrañamente feliz. Me
pregunté si Luigi estuvo conmigo o simplemente soñé con él. Con la duda rondando
mi cabeza abrí la puerta.
Luigi. Con dos rosas rojas. Preguntaba si no sabía dónde había ido Ornella.
-No lo sé-le dije.
Y lo
invité a pasar.