Viaje a las entrañas de un Imperio

Recordando a un clásico porteño que ya no está



E
l
bastón sostiene como puede sus piernas inquietas que pujan por avanzar. Sabe
cuál va a ser su destino para la próxima hora y media. Al fin gira la puerta de
vidrio y se sienta. Sesenta pirulos y algunas chapas encanutadas al tiempo se
aproximan, calzando uniforme gris y blanco y bandeja en mano.


–¿Cómo anda, don Mario?


–Bien, bien, gracias. Lo de siempre, por favor.


Uno de sus ojos se incrusta en la sección deportiva del diario La Nación;
el otro de reojo sube para hacerle compañía a la TV colgada justo arribita del
mostrador de la pastelería.  Comienzo del ritual. Como esta escena, tantas más.



E
sto
es Corrientes y Scalabrini Ortiz, pleno corazón de Villa Crespo. El gran Imperio
de Canning se presenta. Para sus vecinos –sobre todo para la “paisanada” que
nuclea al barrio–, lugar obligado de encuentro: encuentro amoroso, amistoso,
desayunos después del baile, fugazza y cervecita antes del partido; para
aquellos que no lo conocen, 33 años de vida y “la mejor pizza del barrio” según
proclaman fieles seguidores.



H
ablar
de Imperio es cerrar los ojos y dejarse atrapar por los sentidos; meterse en el
ruido sinfónico de ollas, copas, platos y cuchillas que acompañan al candombe de
las charlas, saludos y discusiones futboleras que se suceden a diario. Mmm,
escabullir la nariz en ese olorcito a masa recién salida del horno mientras se
le da a la lengua con el compañero de mesa. Devorar esa medialuna embebida en
café con leche de mañana, y de noche enroscarse en el queso derretido que
derrama una muzzarela de parado. Sí, de parado y con un tinto como compañía para
esas almas solitarias que pululan por la zona y que se apilan en este Imperio
atraídas por su no sé qué, mezcla de aroma a barrio, con tinte de clima
familiar.



H
ablar
de Imperio es sumergirse desde el recuerdo en los laberintos de historia
ciudadana. Como la de Simón Benitez, quien rememora sus inicios de “pibe” como
sandwichero allá por los ´80, para continuar como mozo por varios calendarios
más y finalmente recalar del otro lado del mostrador, “del lado de los jefes”
como cajero. Benitez –hombre de pocas palabras, mirada de pocos amigos– se
ablanda si de recordar viejas épocas se trata, como aquellas en las que vio
desfilar a un tal Adrián Kirzner cuando todavía no era Adrián Suar, a un todavía
incógnito Fernando de la Rúa y hasta un Mauro Viale aún lejos de sus polémicas
intervenciones televisivas. Simón se jacta de sus recuerdos y casi en
confidencia escupe bronca contenida frente al personaje mediático Jorge Corona,
un “chanta” que varias veces se fue sin pagar un centavo.



S
imón
descansa ahora en una mesa cercana a la cocina. Unas gotas brotan de su cuerpo
rendido por el calor de un sábado desolado. Mientras tanto, algunos de sus
compañeros deambulan por el lugar con las bandejas semivacías; otros se estiran
en las sillas a la espera de algún comensal más.


Y es que hablar de Imperio es también hablar de una crisis en aumento desde
mediados de los ‘90, de la proliferación de modernos complejos gastronómicos que
fueron ganando la pulseada en el aglutinamiento del público, es hablar de su
conflicto con la cúpula  gerencial, de la reducción de empleados (de 52 se
fueron casi la mitad), de la evasión impositiva.


–Fuimos muy manoseados–, se queja al pasar Oscar, otro sobreviviente del
declive. “¿Por qué no busqué otra cosa? No sé, eso es lo que muchas veces me
pregunto. Quizás por la gente de acá, por el lugar…y es que uno se encariña.
¿No es cierto?”.


 
Hablar
de Imperio es entonces hablar de su cierre. Atrás quedaron los intentos
desesperados de su gente al tomarlo y convertirlo en Cooperativa en octubre de
este año, ofreciendo clases de tango y peñas folclóricas para juntar algunos
pesos más. De nada ha servido. “Y pensar que toda mi adolescencia la pasé acá,
sentada en uno de estos asientos con mis amigos de entonces. La verdad es que es
una pena. Ya no quedan muchos bares como estos. Se van perdiendo”, se lamenta
Débora Sporn mientras deglute una porción de fugazzeta, quizás una de las
últimas que pueda comer con mucha cebolla, como le gustan a ella.