Las experiencias que me ha dado la vida

Recordando a mi niño...


A mis 77 años hablar de mi vida es agradecer a Dios todo lo que me ha dado.
Grandes alegrías marcaron mi vida, me casé siendo casi una niña y siendo la
menor de una familia numerosa, tradicional e integrada, formé otra familia y
tuve 13 hijos, todos ellos me han dado grandes satisfacciones, con mi esposo los
formamos, les dimos una profesión, se han casado tienen sus hijos y algunos ya
son abuelos, pero uno de mis hijos en especial fue un regalo de Dios.


Mis dos últimos hijos nacieron cuando yo tenía más de 40 años. El duodécimo,
Rodrigo Eduardo, fue un niño con Síndrome de Down, un muchachito que cuando
nació no nos dimos cuenta que tenía ese estigma que la sociedad ha creado, fue
después de una operación de los ojos que nos los dijeron, con él visité
infinidad de médicos que me dieran una esperanza de que se recuperaría, recorrí
carreteras para llevarlo al D. F., a León e Irapuato para su rehabilitación,
aprendí a hacerle sus ejercicios y mi rutina diaria era atenderlo. Caminó hasta
los 8 años, nunca habló más que para decir mamá, yo lo alimentaba, lo acostaba,
lo bañaba, lo limpiaba cuando hacías sus necesidades, fue mi compañero de todo
el día y la noche.


Fue un niño querido e integrado totalmente a la familia, recuerdo una ocasión en
que dos de mis hijos que estudiaban uno en Monterrey y otro en Guanajuato
pasaron las vacaciones en la casa,  ellos jugaban mucho con Rodrigo, al terminar
esas vacaciones se regresaron a continuar sus estudios y Rodrigo daba vueltas
por toda la casa buscándolos, después de ir y venir fue a la recamará de ellos
recorriendo con la vista toda la habitación, al no encontrarlos levantó la
colcha de una de las camas y los buscaba debajo de ella, toda la familia le
festejabas sus gracias.


Rodrigo o Rorris como uno de mis yernos lo llamaba, se integraba a las reuniones
familiares, él buscaba un lugar y se sentaba a escuchar la plática tomado de la
mano de quien estuviera sentado cerca de él. Tenía su lugar en la cocina una
silla en la que siempre se sentaba y cuidado y alguien ocupara su lugar porque
lo tomaba de la mano y lo levantaba.

Fue muy enfermizo, frecuentemente
tenía infecciones respiratorias que le ocasionaban que hasta quedara
inconsciente, lo operaron de los ojos en tres ocasiones, era pesado atenderlo,
sin embargo la familia lo atendía, lo mimaba, era nuestro niño y mas que nada
era “mi niño”.


Lo tratábamos como a un bebé, tenía una edad mental de un niño de 6 meses, con
mis nietos jugaba y ellos sabían que a Rodrigo no se le maltrataba, lo
integraban a todos sus juegos.


De esta manera transcurrió su vida y la mía durante 26 años, el siguiente año
nos la pasamos con enfermedades graves que lo llevaron a la tumba a la edad de
27 años un día 27 también. De esta manera terminó su vida, Dios se lo llevó
porque le hacia falta, yo creo que en el cielo se necesita gente que sepa amar y
Rodri sabía hacerlo a plenitud.


Me preguntarán por qué le doy gracias a Dios de todo lo que les he descrito. Le
doy gracias a Dios porque me prestó por 27 años un ángel que me regaló tanto
amor como nadie se lo puede imaginar, un amor limpio, tierno, sin condiciones,
me dio un niño que me acompañó durante esa etapa en la que los hijos se van a
hacer su vida, me prestó por un corto tiempo a una persona con un corazón tan
grande que no le cabía en el pecho y por eso Dios se lo llevó, lo necesitaba con
él.


No niego que he sufrido, todo lo que cualquier mujer puede haber sufrido, sin
embargo el recuerdo de mi niño estará siempre en mi corazón. A pesar de que lo
perdí su presencia se siente en mi casa, están sus fotos, se siente su aroma y
sobre todo está su recuerdo en toda la familia.


En algún lugar leí la inscripción de una lápida que dice “Colóquenme entre las
estrellas imperecederas y así no moriré”, Rodrigo está en esas estrellas.