Las agonías del amor

¿No quedará más remedio que renunciar al amor?... ¿o todavía tenemos esperanza?


Acabo de ver, vía satélite directo -maravillas de la posmodernidad- un programa
de televisión sobre el amor, pero no el de las telenovelas con “happy end”, sino
en sus más crudas facetas de la realidad, a veces cruel en su veracidad.


El tema era la separación de las parejas, con su secuela de desengaños que
siempre llaman la atención del publico ávido de asomarse a la privacidad de la
convivencia humana, en uno de esos “shows” televisivos donde las personas acuden
a confesar públicamente sus pecados y frustraciones mas intimas en catarsis
electrónica, sazonada con jugosos cheques.


Los afectados exhibían sus cicatrices sentimentales con gran sinceridad, y
aparte del beneficio financiero que obtuvieran, lo curioso es que lo hicieron
con ganas, como si quisieran competir a ver quien exponía mejor sus respectivas
miserias de la memoria. Mientras tanto, yo pensaba que, amén del interés
económico, debe ser muy fuerte ese dolor que impulsa a sus víctimas a devenir
objetos de exhibición publica, y la motivación para tal desnudamiento emotivo
ante las cámaras es quizá el ultimo resorte de la desesperación.


 
Del amor al dolor


Porque cuando termina, el amor deja la desoladora impresión de que no hay mas
allá, tanto mas curiosa por ser la misma sensación que produjo antes, durante su
apoteosis triunfal, cuando cada mañana era una sonrisa y cada día mejor que el
anterior. También entonces, los enamorados creían que no existía nada mas, que
ningún otro sentimiento podría colmarlos de tal modo, o por decirlo al estilo de
Pasolini, los acercaba tanto a la divinidad.


Según los testimonios de los participantes en el programa, podría deducirse que
todos los demás problemas quedaron en segundo termino ante el fracaso
sentimental. Así -dirían los psicólogos- se constituyen las prioridades erróneas
de la existencia, cuando el sentimiento supera con creces a la razón.


Sin embargo, los mismos doctos especialistas en el difícil arte de desmenuzar y
analizar las emociones nos dicen, en numerosos tratados, que nada puede ser mas
lógico en esta época: a la crisis de la familia sigue la crisis del amor, o la
crisis del amor es el eje de la disolución de la familia. Por eso, las agonías
del amor parecen a todos -expertos y profanos- típicas de nuestro tiempo, cuando
el temor a la bomba H ha sido sustituido por el temor a la soledad. Otro pequeño
cambio de prioridades para este tercer milenio de nuestra era.


Días atrás, conversaba en un congreso internacional con psicólogos de varios
países de Europa y América Latina, quienes coincidían en detectar similares
síntomas en pacientes aquejados de un descenso del deseo sexual, acompañado de
un enfriamiento sentimental por la angustia del exceso o falta de trabajo, la
falta de comunicación y la rivalidad social entre la pareja, lo cual no impide
que continúen ocurriendo dramas y crímenes pasionales.


La historia y la literatura abundan en testimonios de personas frustradas por
causa de otra que no les corresponde amorosamente, y durante cinco mil anos de
historia escrita el tema aparece continuamente de la mitología al cine. Menelao
y Helena, David y Betsabé, Pablo y Virginia, son ejemplos de amores mal
correspondidos que produjeron mas  infelicidad que dicha, y aun hoy, en esta
época del psicoanálisis, una de cada tres personas sufre en algún momento de su
vida por un amor desdichado.


Harina de otro costal es el engaño a la pareja, que provoca la aparición de
libros como el del psiquiatra bostoniano Frank Pitman: “Mentiras privadas:
Traición de la inocencia”, quien califica al mujeriego de adicto para quien el
sexo es un pasatiempo y no siente verdadero amor por su media naranja. Según sus
cálculos, el 20% de los estadounidenses que engañan a su compañera -unos 10
millones- son infieles compulsivos, e inclusive existe una organización
“Sexo-amor Adictos Anónimos”, con decenas de miles de afiliados y cuya membresía
crece continuamente.


Desde ese punto de vista, tal vez tengan razón quienes explican mediante el frío
lenguaje de la química las ardientes explosiones de la pasión, buscando claves
en la bioquímica del cuerpo humano y alegando que contactos físicos como el beso
boca a boca facilitan un intercambio de sustancias que inundan los centros del
placer en el cerebro.


Mientras tanto, el organismo bajo intensa pasión produce compuestos como la
adrenalina, que incrementan la presión sanguínea y los latidos del corazón y
aceleran los procesos metabólicos, pues son estimulantes naturales que permiten
afrontar situaciones de stress y reducen el instinto de conservación. Tal vez
por eso el amor es el riesgo mas difícil de controlar, pues dichas sustancias
afectan el sistema nervioso, que de sistema se convierte en un manojo de
nervios.


Hay quienes ofrecen una receta a su juicio infalible: recuperarse de un amor
desengañado con otro nuevo, lo que también podría interpretarse como buscar una
“pareja química” sustituta. Este recurso no es del agrado de muchos psicólogos,
por considerarlo una especie de  muleta sentimental. Prefieren que el doliente
descubra por si mismo la verdad: no hay relación amorosa equilibrada sin respeto
mutuo, que obliga a cada uno a valorar la integridad del otro.


 
¿Condena a la soledad?


A pesar de estos razonamientos, las agonías del amor continúan siendo una parte
mas de la condena a la soledad que atenaza al hombre-robot en la moderna
sociedad de consumo. El vacío que provoca la agonía de un amor nunca se vuelve a
llenar del todo, y si el espíritu regresa a su lugar, lo hace para torturar al
enamorado. No en vano, el Marques de Sade tituló “Los crímenes del Amor” uno de
sus libros mas leídos. Hoy no hacen falta cuchillos afilados ni látigos, pues
las parejas de la posmodernidad disponen de medios muy originales para hacer
sangrar las heridas del corazón.


Por ejemplo, los pequeños reproches cotidianos que lentamente se transforman en
combate de impertinencias a dúo, tan continuo como insostenible, o la frialdad
del trato, que degenera en situaciones glaciales ante las cuales palidecería el
mas avezado esquimal. Un buen día, la víctima comprueba que el espíritu de la
pareja ha desaparecido y las sonrisas se han convertido en muecas de un cadáver
a quien los dolientes se resisten a extender certificado de defunción.


A menudo, a la muerte definitiva (muerte cerebral, dirían los tanatólogos, esos
que estudian los diversos estados de la muerte) precede la muerte clínica, a
veces por paro cardiaco -se acabaron los sentimientos- o por paro respiratorio
-se acabo el espacio vital para uno, o para ambos. Ese es tal vez el momento mas
difícil para los desengañados del amor, porque se necesita mucho coraje para
reconocer que este ha muerto y con el, la imagen que vivía en nosotros de la
persona que lo inspiro. Ya lo dijo Neruda en sus 20 Poemas de Amor: “Nosotros,
los de entonces, ya no somos los mismos.”


Cada amor frustrado contiene un drama personal que no por cotidiano deja de ser
desgarrador, y yo preguntaría a los especialistas si el ser humano debe
resignarse a pagar precios tan altos cada vez que se decide a amar de veras. ¿Es
una condena que arrastra la humanidad? ¿La inventaron nuestros primeros padres
en el tiempo libre que les dejaba la búsqueda del pecado original? Seria en todo
caso el crimen original, renovado por innumerables generaciones.


En ocasiones, el amor agonizante brinda un ultimo espejismo,  especie de Fata
Morgana para el sediento que se ahoga en esa lucha desesperada y a menudo
obsesiva para evitar la decadencia inevitable de una relación condenada. Aun al
borde de la caída, se obstina en lo que los psicólogos llaman “recuperar la
estabilidad de la pareja”, y muchos no se percatan cuando cruzan la intangible
frontera entre amor y masoquismo.  Convertida la relación en un concurso de
asesinos, solo queda saber quien podrá a quien, y casi siempre gana -o pierde
menos- el que primero admite la separación. Los otros…  de entre ellos salen
los que llevan a los shows de la televisión.


Nada mejor que estos espectáculos a corazón desnudo para ver que en el amor,
como en la Inquisición, hay víctimas y verdugos, y si bien algunas almas
abnegadas prefieren el primer papel, la mayoría suele ejecutar muy bien el
segundo. ¿Las víctimas de hoy fueron los verdugos de ayer, o lo serán mañana?
Esa seria la ultima e irónica salida para los agonizantes del amor: convertirse
en verdugos, aunque solo fuese para comprobar si el remordimiento del asesino es
tan profundo como la herida de la víctima.


¿Es preciso entonces renunciar al amor? No, desde luego, pero si diferenciar el
amor profundo y consciente del enamoramiento repentino, la fascinación y el
deslumbramiento, pues  cuando el amor madura y resiste la prueba del tiempo,
tiene como objeto no un ser ilusorio o artificialmente perfecto, sino una
persona real y objetiva, con sus defectos y virtudes.  Porque amar es cosa de
dos, y para realizarlo se necesitan, además del golpe repentino de la pasión y
el deseo, la profundidad y madurez de la comprensión, la comunicación y la
sinceridad. Infortunadamente, son tres cosas poco abundantes en nuestra
civilización, donde el corazón sigue siendo un cazador solitario.