El origen de las manipulaciones de la columna vertebral, de las articulaciones, de los miembros y de los órganos se pierde en la noche de los tiempos. Anaxagoras, filósofo griego, decía del hombre que es inteligente porque tiene una mano. Evidentemente, esta mano siempre fue utilizada para curar.
Seguramente, la antigüedad conoció métodos codificados y probablemente bastante evolucionados. Las piedras grabadas del pueblo de Ica, en Perú, muestran técnicas muy evolucionadas en operaciones de trasplante, hace varios milenios. Es imposible que esos profesionales no hayan tenido técnicas manipulatorias muy finas.
Desgraciadamente, no tenemos huellas de aquello. Los egipcios tuvieron un conocimiento profundo de técnicas manuales, según consta en varios grabados. Hipócrates describió un tratamiento del lumbago por terapia manual. Ese tipo de terapia era común en la Roma antigua y Galeno, en el siglo II de nuestra era, médico de los gladiadores en Pergamo, cuenta como él curó a un escritor de una neuralgia cérvico-braquial. Más adelante, la medicina árabe hizo hincapié en las manipulaciones y el célebre Avicena (siglo XI) redactó un tratado especializado.
Sin embargo, hubo que esperar hasta finales del siglo XIX para que estos conocimientos y prácticas intuitivos tomaran cuerpo en una teoría y un método de curación para muchas formas del sufrimiento humano. Asumió esta tarea el médico norteamericano Andrew Still (1828-1917) que ejercía su profesión en Kansas atendiendo a indios y gente humilde.
Durante una epidemia de cólera, Still perdió dos hijos pese a sus esfuerzos y a sus conocimientos. Entonces intuyó que en el mismo cuerpo se encontraban los principios de curación. Si no se movilizaban era porque algo lo impedía.
Volvió a estudiar más profundamente la anatomía y la fisiología y tuvo su intuición genial, según la cual “la estructura gobierna la función” y el “movimiento es la vida”.
En sus memorias, Still cuenta como curó a un chico de ocho años, que padecía una disentería hemorrágica, movilizando sus vértebras lumbares. Desarrolló su método y en 1892 creó, en Kirksville (Missouri), la primera facultad de osteopatía: The American School of Osteopathy. La denominación osteopatía proviene del griego y significa “enfermedad del hueso” y también “que viene de adentro por los tejidos”. La lesión es una pérdida o restricción de movilidad. En la realidad, esta movilidad concierne tanto a los tejidos blandos y a los órganos como a los huesos, pero se conservó la denominación primitiva.
La osteopatía que creó, practicó y enseñó Andrew Still en los EE.UU., contempla al hombre en su totalidad apoyándose sobre conocimientos amplios, investigaciones personales originales e intuiciones de visionario. Su mejor seguidor y continuador, el norteamericano William Garner Sutherland, también intuyó, estudió largamente, innovó: su concepto craneal enriqueció la osteopatía y le dio su envergadura actual de medicina holística, medicina del individuo uno y entero en sus dimensiones físicas, psicológicas y mentales.
Entre las intuiciones de Still y de Sutherland, numerosas fueron confirmadas por los científicos a lo largo de este siglo. Por ejemplo: la importancia de los linfáticos, la continuidad de todos lo líquidos del cuerpo, el rol del líquido cefalorraquídeo y de las estructuras craneales en ciertas enfermedades mentales. El principio de la autodefensa y de la autocuración del cuerpo, credo absoluto de la osteopatía naciente, fue analizado merced a la homeostasis, la inmunología y los fenómenos de regulación postfeed-back.
Lamentablemente la unidad de las estructuras, que no es un secreto, es generalmente ignorada en la mayoría de las terapias.
El concepto osteopático
Las estructuras del cuerpo determinan su forma, sus posiciones y sus movimientos. Son formadas por lo que se llama, en un sentido amplio, los tejidos conjuntivos, oriundos de una misma matriz embrionaria y compuestos (menos los músculos) de las mismas fibras colágenas, elásticas y reticularias, en proporciones diferentes en una misma sustancia gelatinosa.
Las proporciones determinan la función de los tejidos conjuntivos. Son, con los músculos y sus tendones, los ligamentos de las articulaciones, los cartílagos y los huesos, las meninges craneales y sus prolongaciones. También son desconocidas las grandes hojas que compartimentan los músculos y los grupos de músculos, que tapizan las vísceras, que forman vainas para los canales sanguíneos y linfáticos y las vías nerviosas. Este tejido desconocido se llama fascia. Así, del más duro al más blando, del más elástico al más fibroso, el tejido conjuntivo forma la continuidad de las estructuras para moverse y vivir.
Una articulación cuyo movimiento está bloqueado o disminuido influye sobre todo el tejido conjuntivo en continuidad. Músculos y fascias son solicitados; otras articulaciones están entrenadas en un juego falseado y se instala el fenómeno patológico.
Dicho de otro modo, y tal como lo explica Stephen Pirie, la estructura y las funciones del cuerpo humano son completamente interdependientes: si la estructura queda alterada o deformada, sus funciones se alteran inmediatamente. Y las alteraciones funcionales fundamentales provocan, tarde o temprano, una alteración estructural. Desde este perspectiva la enfermedad puede considerarse como una degeneración, ya sea de una función o de la estructura del cuerpo.
Se ha demostrado ampliamente que donde existen problemas espinales tiene lugar ciertas transformaciones bioquímicas que puede interferir en la transmisión nerviosa normal, lo que a su vez puede tener un profundo efecto no sólo en los músculos y esqueleto, sino también en el aparato circulatorio y demás órganos del cuerpo. De allí que la osteopatía no se ocupe solamente de la columna vertebral sino de todo el cuerpo. En numerosos casos de problemas respiratorios y digestivos, el tratamiento se orienta principalmente hacia la movilidad de la caja torácica y de los diafragmas torácico y pélvico.
Por otra parte, hacia el año 1900, Sutherland hizo un valioso aporte a esta disciplina: el concepto de movimiento craneal. Observando los huesos del cráneo se dio cuenta de que no están soldados, contrariamente a lo que se había enseñado (y que aún se enseña). Sutherland hizo hincapié en las superficies articulares, que se corresponden una con otra con dibujos que encajan recíprocamente para permitir un leve deslizamiento, según una orientación mecánica lógica. Más adelante percibió y describió el movimiento craneal y su correspondencia en el sacro. Llamó a este latido mecanismo respiratorio primario.
Ese movimiento craneal viene del movimiento innato del cerebro (que late como el corazón pero con un ritmo distinto). El conjunto de los huesos del cráneo y de la cara participa en ese movimiento de dos tiempos: flexión y extensión.
Las membranas craneales y el líquido cefalorraquídeo son los actores-propagadores de este movimiento, favoreciendo la circulación arterial, el drenaje venoso y múltiples intercambios.
El movimiento craneal, el movimiento del Mecanismo Respiratorio Primario, se lee en todo el cuerpo, pues las fascias del cuerpo entero son la continuidad de las meninges craneales. Se lee en el sacro, sobre la pierna, el brazo, el pecho, etc. Cualquier desequilibrio o bloqueo de este movimiento puede repercutir en el resto del cuerpo, directamente por las fascias e indirectamente por las compensaciones que toda la estructura organiza en el afán de vivir erguido. Still decía: “Las estructuras en armonía permiten una buena inervación y una buena circulación. Un trastorno entrena disfunciones”. “La causa de un daño puede encontrarse lejos del efecto”.
Así, podemos comprender porqué una lesión del sacro puede provocar una ciática o una depresión nerviosa, igual que una lesión del cráneo.
Basado en la obra del Dr. Gilles
Drevon Lieffroy D.O., Presidente del I.A.O. y Miembro del REGISTRE DES
OSTEOPATHES DE FRANCE y
del COLLEGE OF OSTEOPATHS (Reino Unido)
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