Lo que sé: POR KIRK DOUGLAS
Sé que mis hijos no tuvieron las ventajas que tuve yo en mi
infancia: cuando uno viene de la pobreza más abyecta, no hay otra dirección
adonde ir que no sea hacia arriba.
Sé que el amor es más hondo a medida que uno se hace más
viejo. Sé que todo el mundo tiene ego.
Sé que, por más que a los judíos nos enseñen a leer en
hebreo, no entendemos lo que estamos leyendo. Cuanto más estudio la Torá
menos religioso me vuelvo, y más espiritual quizá. En el último Yom Kippur opté
por la traducción al inglés y descubrí que Dios no necesita que le cantemos alabanzas
sino que seamos mejores como personas.
Sé que cada hijo es diferente y que hay que darles soga,
siempre: no aconsejarlos mucho y dejarlos cometer sus propios errores.
Es como el pase inglés: uno tira los dados y espera a ver
qué pasa. Sé que, a veces, lo que te compromete te libera. Yo no quería
ser actor de cine. Mi vida era el teatro y la primera vez que me llamaron
de Hollywood rechacé el ofrecimiento. Pero entonces nació Michael y hacía falta
más dinero, y me vine para acá.
Sé que todo buen aprendizaje termina sólo cuando estás bien
muerto.
Sé que, si un hombre me diera a entender que nunca cometió
un pecado en su vida, no me interesaría en lo más mínimo hablar con él.
Sé que los musulmanes siguen a Mahoma; los cristianos, a
Jesús y los judíos, a Moisés, pero es el mismo Dios, en mi opinión.
Sé que hacer películas es una forma un poco cara de
narcisismo.
Sé que los hijos necesitan la misma cercanía física con el
padre como con la madre.
Sé que Atrapado sin salida fue una gran decepción en mi
vida.
Compré los derechos para cine, pero nadie quería hacer una
película con eso.
Entonces pagué para hacerlo en Broadway, pero tampoco.
Había una línea en especial en el libro que me parecía inigualable: cuando
McMurphy trata de arrancar el lavatorio de la pared delante de los demás
internos y no puede.
Y todos lo están mirando y él gira hacia ellos y les grita:
“¡Por lo menos traté!”.
Hay días en que pienso que ése debería ser mi epitafio.
Sé que por algo es que la política se ha vuelto una mala palabra.
Sé que hay cosas en la vida que uno nunca logra hacer como
Dios manda. Jugar al golf, por ejemplo.
He sobrevivido a la caída de un helicóptero, con cirugía
vertebral incluida, a un infarto que casi me lleva al suicidio, tengo
un marcapasos y problemas en el habla. ¿Y qué?
Siempre me digo: la edad está en la cabeza. Es el único
antídoto que permite seguir funcionando.
Sé que millones de personas murieron por motivos religiosos: algo anda mal ahí,
¿no?
Sé que esto puede pasar: uno se muere, lo llevan frente al
barbudo sentado en el trono, uno pregunta si eso es el cielo y el
barbudo responde:
“¿El cielo? De ahí acaba de venir, caballero”.
Sé que la única gente que puede destruir Israel son los judíos, porque su
obstinación alimenta la división. Como decía aquel chiste en que se encuentran
el presidente de los Estados Unidos y el de Israel y éste le dice: “Sé que
ha de ser difícil ser presidente de 250 millones de personas, pero ¿sabe lo que
es ser presidente de cinco millones de presidentes?”.
Todo el mundo se la pasa hablando de los viejos tiempos: que las películas
eran mejores, que los actores eran superiores, que la gente era más solidaria.
Lo único que yo sé de los viejos tiempos es que ya pasaron.
Sé que pensar un poco en los demás es una manera de
distraerse de uno mismo.
Creo que recién ahora empiezo a saber quién soy.
Como si mis virtudes y mis defectos hubiesen estado
hirviendo en una olla todos estos años y con el hervor se hubieran ido
evaporando y convirtiéndose en humo, y lo que queda en el fondo de la olla es
mi esencia, y se parece inquietantemente a aquello con lo que empecé al
principio.
Enviado por María Celia. ¡Muchas gracias!