La tablita divina

-Señor,
por favor me vende un condón-le dijo Pedro al vendedor de la farmacia que lo
atendió. Tenía una cita con una amiga para esa noche y lo más seguro era, que
después de la cena, las copas reglamentarias y 
la bailada de rigor la noche terminara con una noche de placer en la
cama. 

         Como ya había hecho algo de conciencia
con respecto a usar protección  cuando
tuviera sexo con alguien, quería estar protegido, por si acaso. Las cifras de
las personas portadoras de VIH en Latinoamérica lo habían asustado sobremanera.
Además eso les llevaría un poco de tranquilidad a sus padres que lo presionaban
constantemente para que se protegiera cuando tuviera esas salidas con sus
amigas.  

         Era soltero, vivía con sus padres pero
era muy mujeriego. Sus padres no le reclamaban el que siguiera saliendo con sus
amigas si no que se protegiera en toda ocasión que tuviera sexo con alguien de
la calle. 

-Dígame
la talla –le contestó el vendedor. 

-¿La
talla? ¿Y esa vaina es por talla? –respondió Pedro mostrando su ignorancia al
respecto. 

-¡Claro
que es por talla! O es que tu crees que todos los hombre tenemos el pene
igualito. ¡No mi estimado amigo!  El
pene en el hombre es similar al bigote, unos lo tienen fino, otros lo tienen
grueso, unos lo tienen corto y otros los tienen largo, en fin. 

-Bueno…lo
que pasa…es que me agarraste fuera de base. Pero yo no se me mi talla- le
contestó Pedro bajando la mirada y encogiéndose de hombros demostrando así su
ignorancia. 

-No
será que…¿Tu no has comprado nunca un condón, verdad? 

-Bueno
eso también es verdad. Por eso es que no se mi talla. 

-Tranquilo,
tranquilo, que aquí en esta farmacia eso no es problema – le dijo el vendedor
con ánimo de calmarlo un poco y que viera que eso no era fin de mundo tampoco.-
Esta es la farmacia de la comprensión donde su problema tiene solución. Ud. ve
aquella puerta que esta allá, al final del pasillo, a la derecha, la que está
pintada de color azul celeste. 

-Si,
si la veo. 

-Bueno,
allí adentro pegada a la pared está una tablita, bien lisita y suave, que tiene
muchos agujeros de diferentes medidas o diámetros y arriba de cada agujero esta
un número. Lo que tu tienes que hacer es ponerte el pene en erección meterlo en
el agujero que se ajuste a tu diámetro, te fijas en el número, te vienes para
acá y me dices cual es y esa es la talla. 

-¡Coño,
que bien! –contestó Pedro por saber que habían desarrollado una solución tan
ingeniosa para saber la talla. 

-Es
más –siguió diciéndole el vendedor – Si tu ves que tienes problemas para la
erección en frío sin tener una mujer delante, allí arriba de una mesita están
cuatro revistas porno que las podéis leer, también están tres afiches de
artistas famosas en posiciones provocativas y sensuales y está un video muy
conocido “La garganta profunda” que se puede ver en el televisor que esta allí
en el cuarto también. Si eso no te funciona yo creo que te vas a tener que
cambiar de equipo. 

-¡Hey
que fue, más respeto! ¡Si yo soy como un fosforito, apenas me rozan y me prendo
en seguida!- le contestó Pedro. 

         Pedro avanzó por el pasillo y se
dirigió hacia la puerta indicada, entró y cerró con cerrojo por dentro. 

         El vendedor se dedicó a atender a otras
personas que estaban allí en la farmacia y de vez en cuando, levantaba la vista
para la pared de enfrente donde estaba pegado un reloj. Como simple curiosidad
quería saber cuanto tiempo tardaba Pedro en ese menester, pues la mayoría de
las personas apenas se tardaban cinco o diez minutos. 

         Habían pasado ya  veinte minutos y no salía. Treinta minutos y
nada. Cuarenta y cinco minutos y nada. Ya el vendedor estaba preocupado e
impaciente pensando en lo peor y extrañado por que el cliente no salía. 

         A la hora exacta salió Pedro del
cuarto, cerró la puerta tras de si, el sudor le corría por el rostro  y la camisa estaba toda empapada, pero la
cara era de satisfacción y le dijo al vendedor: 

-¡¡Hermano
que vaina tan buena!!¿Por cuanto me vendéis la tablita esa?  

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