¿Te acordás de la piola?

Saltar la piola o soga,
era un juego que desde siempre pareció reservado a las niñas. Sin embargo,
cuando los purretes concurrían al gimnasio del glorioso estadio Fortín Roca,
veían extasiados cómo los boxeadores saltaban a una velocidad vertiginosa una
soga, para ejercitar sus piernas.

Eso favoreció la
participación del juego mixto y en las veredas de los barrios, se reunían grupos
de niños de ambos sexos que compartían con entusiasmo y destreza el juego.

Este presentaba
infinidad de variantes, especialmente cuando los participantes eran varios. En
los casos en que sólo había dos jugadores, el extremo de la soga se ataba a una
planta y estaba todo solucionado.

Normalmente se empezaba
jugando en forma suave, pero al cabo de un rato, si alguien saltaba sin perder,
el movimiento de manos se aceleraba favoreciendo el “picantín” que consistía en
obligar al saltarín a brincar a mayor velocidad hasta que finalmente quedara
descalificado y diera lugar a otro jugador.

Cuando los participantes
eran varios, dos batían la cuerda de ambos extremos, mientras uno a uno los
participantes se sumaban al ritmo de la soga brincando al mismo tiempo hasta
que finalmente la soga se enredaba en alguno que obviamente era eliminado.

Estos juegos eran
propios de la tardecita, ya que a la hora de la siesta generaba mucho bochinche
y el reclamo airado de algún vecino que pedía silencio para descansar.  

TIPOS DE SOGA

Cualquier soga (o piola
como le decían comúnmente los chicos) servía. Nunca faltaba una abuela que
cediera una soga en desuso de una roldana que era una de las ideales para usar.

También estaban las que
se compraban en las jugueterías, que tenían en cada extremo una manopla de
madera para facilitar su manejo.

Generalmente
la época de Navidad, Reyes o algún cumpleaños era la ideal para recibir como
presente una piola “comprada” que su dueño compartía con amigos y vecinos en
los juegos.