Con
esta intervención se pueden corregir varias cosas: se pueden modificar las
orejas tipo “pantalla”, en asa, reducir el tamaño de toda la oreja
o simplemente trabajar sobre el lóbulo, que está en permanente crecimiento.
Cualquiera fuere la opción que elijamos, debemos tener presente que lo más
conveniente es encarar este tipo de operaciones a una edad temprana.
El
preoperatorio no pasa de un simple análisis de sangre para determinar el tiempo
de coagulación y la intervención es sencilla: dura 2 horas y se usa anestesia
local.
Lo que hay que advertir es que la recuperación puede llegar a ser un
tanto incómoda (se debe usar una vincha durante un mes en la zona, y durante los 7
días posteriores a la intervención las orejas permanecen vendadas).
Durante
la operación, se efectúa la resección del lóbulo (se lo corta) para luego volver a unirlo utilizando una
pequeña aguja.
Luego se le da la forma deseada a la oreja y se termina cerrando
con suturas reabsorbibles.
Lo bueno de todo este
proceso es que, pese a resultar en ocasiones molesto, una vez realizado tiene
carácter definitivo.
Los únicos riesgos son los hematomas recurrentes o una
mala cicatrización, pero más allá de eso es una intervención sin
contraindicaciones y para la que todos –a partir de los cinco años– pueden ser
candidatos.