Últimamente
te estoy mandando muchas de estas cartas que escribo en el pensamiento puesto
que no tengo otro método de comunicarme contigo, ya que no hay buzón que
admita otros envíos porque estás a punto de irte de este mundo, privada de la conciencia
para escuchar y de los ojos de ver y de la mente de comprender.
Se
van a cumplir siete días desde que pensaste, como razón para excusarte ante ti
misma por lo que estás haciendo, que ya habías vivido suficiente, y que tu
edad te estaba acercando al momento en que serías una carga constante para mí,
y en esa bondad de madre y persona que te ha caracterizado siempre, pensaste y
decidiste, sin buscar mi opinión como otras veces, que lo mejor que podías
hacer por mí era morir para no amargar esta parte de mi vida.
Aquélla
única y última conversación en la que expusiste tus pensamientos, tan bien
estructurados, se me repite constantemente, y no dejan de presentarse al
recuerdo ni una sola de las palabras, ni una sola de las comas, ni tu punto
final.
De
nada sirvió que me lo tomara al principio como una especie de broma, ni que lo
tachara de tontería, anda, mamá, qué tontería estás diciendo, no, hija, que
te lo digo en serio, verás como es mejor para las dos y al final acabarás
agradeciéndomelo, venga, mamá, hablemos en serio, ¿por qué no me tomas en
serio, hija? porque esto no es serio…
Esta
nueva carta que pienso ahora es distinta. Lo digo porque hace un momento acabo
de tener un presentimiento, ya sabes, una de esas corazonadas que se me
presentan de vez en cuando y son certeras, y me ha confirmado que ya estás en
tus últimos momentos, y que en cualquier instante usarás el último latido.
Por
eso me he metido en la cama contigo.
Por
eso te tengo abrazada.
Por
eso tiemblo y no te transmito firmeza, sino inquietud.
Quizás
en mi negativa a dejarte marchar creo que si te aferro con todas mis ganas puedo
vencer la fuerza de la muerte, y ya sé que es un error, pero la desesperación
es, por naturaleza, poco razonadora.
Te
tengo en mi abrazo recogida, como tú me tuviste a mí tantísimas veces cuando
era pequeña, que era muy debilucha según me has contado mil veces y siempre
estaba malilla, y para sacarme adelante en más de una ocasión tuviste que
adivinar con tu intuición de madre lo que no eran capaces de detectar los médicos
con todos sus estudios.
Todos
los primeros recuerdos de mi infancia son el mismo: la silueta de tu cara
recortada contra diferentes cielos o techos, pero tu sonrisa es siempre la
misma, diciéndome sigue viviendo pequeñaja, que te quiero, que entre las dos
lo vamos a conseguir, venga, tienes que vivir, y yo, por supuesto, no sabía a
qué te estabas refiriendo pero estoy segura que si salí adelante era porque
tenía ganas de seguir viendo tu cara y tu sonrisa, y continuar en la seguridad
de tus brazos que eran mi mundo.
Sólo
una vez me has querido contar lo que yo sospeché cuando ya pude pensar en ello:
que cuando me quedaba dormida guardabas la sonrisa y te ponías la mueca triste
de la incomprensión, el gesto desconcertado de pedirle cuentas a tu respetado
Dios, y ante su negativa tan obstinada a darte una explicación que
comprendieras, abrías las compuertas de tus llantos retenidos e inundabas el
mundo de tus sentimientos, ya que mi padre te abandonó antes de que yo naciera
y no tenías familia ni amigos a quienes solicitar que recogieran los trozos de
tu desmoronamiento o te dieran asilo en sus corazones…
Qué
valiente fuiste, mamá, más aún teniendo en cuenta la época en que pasó todo
eso, y más aún con tu cultura de andar por casa, con el conocimiento justo
para pasar el día, como te gusta decir, cómo fuiste capaz de sacarme adelante
y cuidaste que nunca me faltara nada de lo básico, cómo y cuánto tuviste que
trabajar para comprar mis medicinas, a cuánto has renunciado por tu vocación
de ser la mejor madre, qué peso para tu cuerpo pequeño, qué noches tan
largas, qué dolor tan continuo para tu frágil alma de Ángel…
Y
ahora que te veo así, como estás, con los ojos cerrados, la respiración
lenta, los latidos del corazón casi frenados, con esa sonrisa tan tenue y tan
tranquila que me parece que hasta eres feliz, no lo puedo comprender, ¿cómo
puedes dejarme abandonada sin tu compañía? ¿por qué no has respetado lo que
yo quería?
Lo
sabes de sobra, porque te lo he dicho muchas veces, sabes que me apetecía
sacarte a pasear todas las tardes, cuidarte, acostarte, devolverte los cuidados
que tú me diste generosamente, y sabes que quería acunarte en mis brazos,
abrazarte como lo hago ahora pero mientras te pudiera decir al mismo tiempo cuánto
te quiero, infinitamente te quiero, ya que ahora aunque abriera la boca para decírtelo
y aunque gritara con los gritos que me solicitan mi rabia y mi corazón no lo
vas a escuchar, porque ya no estás aquí aunque esté tu cuerpo; quizás hace
un rato que has iniciado el camino hacia el Cielo, acompañada…
¿Cómo
era? ¿cómo era esa poesía que te gustaba tanto? acompañada a su paso de
vieja… ¿cómo era?… era… ahora lo recuerdo, acompañada por su Ángel de
la Guarda, a su paso lento de vieja, hasta San Pedro, el de las llaves… así
era, pero qué desvarío el mío, si aún sigues aquí, o sigue aquí tu
cuerpo… mamá, por favor, abre los ojos, déjame una mirada de recuerdo, dime
una vez más que me quieres, dame un beso, mamá, por favor, no te vayas, que te
quiero y te necesito y no sé si voy a encontrar sentido a seguir sin ti, mamá,
recuerda que cuando era pequeña te pedí que no me abandonaras nunca y tú me
lo prometiste, y ya sé que lo has cumplido hasta ahora, pero en esta
desesperación no admito como motivo suficiente el que te estés muriendo, te
estás muriendo porque quieres, porque así como has pasado por la vida de
puntillas, como una bailarina de ballet con las medias remendadas, como dices tú,
sin hacer ruido, sin hacerte notar, para no despertar a los diablillos de la
envidia, así quieres marcharte, con la misma discreción, con los deberes
hechos, pero esta no es una decisión que puedas tomar tú sola, no seas así,
piensa en mí con mi pensamiento, piensa en mi desamparo sin ti, piensa qué voy
a hacer con todo el amor que tengo para ti, piensa qué va a hacer el mundo
cuando le faltes… ¿te acuerdas que de pequeña decía que tú eras la Reina
del Mundo y tú me decías que yo era la Princesa?
Lo he recordado mucho y con muchas veces con tanto cariño… la verdad es que
te has preocupado tanto de crear momentos casi sobrenaturales para mí que mi
vida es una vida sencilla pero hecha a base de encantos, mi vida es simple pero
llena de fascinación, lo mágico en mi infancia era casi cotidiano por tu
esmero en darme una vida maravillosa; hay tantos momentos en los que me he
sentido especial que tengo rebosante el almacén de los recuerdos y el corazón
lleno de tu amor, y sé que no te vas a borrar nunca: ni el viento ni el tiempo
van a apagar esta llama que eres tú dentro de mí, pero… no quiero que te
vayas, no quiero comprenderte porque mi egoísmo es más fuerte que mi comprensión.
Si pienso en tus razones me parecen lo que son: tu último acto de generosidad,
tanto me amas que no quieres ser una carga para mí, pero mamá, bendita carga,
tú nunca te quejaste por mí y yo nunca lo haría por ti, mamá, déjame
cuidarte, quédate conmigo un poco más, por favor, mamá, un poco más para que
me haga a la idea, para que me mentalice y me vaya despidiendo poco a poco de
ti, tengamos las últimas conversaciones lentas, los últimos paseos por todo lo
que haya sido el marco de nuestra vida en común, para que te despidas a mi lado
del sol y de la luna, de los caminos que recorrimos juntas, para que termine de
creerme que a ti también te llega tu final, para que me dé tiempo a recolectar
donde hayan fuerzas para seguir sin ti y pueda conseguir el bálsamo de la
comprensión, la paz de la aceptación, la protección de lo divino, y derrame
en soledad las lágrimas que no quiero llorar delante de ti, ya que más bien me
gustaría despedirte agitando el pañuelo y la sonrisa, como se despide a los
seres queridos que emprenden un viaje, más quisiera dejarte partir con mis
bendiciones, preparar un camino alfombrado de corazones y entregarte una carta
confidencial para Dios, tus credenciales como Embajadora del Reino del Amor,
para que te traten como te mereces, pero no puedo, ya ves, me debato entre la
avaricia de ti y dejarte partir como tú quisieras: con mi beneplácito y sin
las cuerdas que insisten en mantenerte atrapada, mamá, ya ves, otra vez estoy
confundida, soy de nuevo aquélla niña pequeña desconcertada que recurría a
ti para que me salvases, y a pesar de que me has enseñado a valerme por mí
misma, en este momento renuncio a ser adulta y me refugio en la cabezonería
obstinada de negar la realidad con la insensata esperanza de que el mundo sea
como yo quiero, y ahora… ahora tengo que calmarme… ahora… entre tanto caos
asoma una luz prudente que me sugiere dulcemente que no obstaculice tu decisión
con mi egoísta apetencia y que sea respetuosa con tu decisión, que no
comparto, pero algo dentro de mí me ruega que deje esta obstinación y que me
ponga de tu lado, que abra mi corazón, que te diga las palabras que quieres
escuchar, que deshaga este abrazo que más que cuidarte te ahoga, que bese tu
mano y te dedique una oración, algo dentro de mí me pide que enjugue mis lágrimas,
que arregle tu cabello, que llene la casa de velas encendidas, que ponga sobre
la mesilla las Santas de tu devoción, que convoque una fiesta en el Cielo para
tu recepción y que extienda invitaciones de primera fila a nombre de tus
padres, que te amaron todo lo que se puede amar, de la tía Julia que fue tu
segunda madre, y de tu hermano Rafael, que te aventajan en este camino que en
breve emprenderás y ya son expertos conocedores del sitio a donde te diriges en
paz, con la paz de tu fe, acompañada por el coro de almas a las que rezaste sin
olvido, así que te liberaré del abrazo, me levantaré, me pondré una sonrisa
verdadera, un brillo de llanto y felicidad en los ojos, velas y aromas, y la música
que me solicitaste para cuando llegara este momento…
Seguramente no podré retener a todas las lágrimas que querrán despedirse de
ti cuando sienta el suspiro último, cuando vea entrar por la ventana las
lucecitas blancas que alumbrarán tu camino, o ese Ángel de la Guarda especial
que pedías, así que no te entretengas en ayudarme a recoger mis lágrimas y
vete con el corazón rebosante de cariño y el alma en paz, con la satisfacción
del deber cumplido y la bendición de cuantos te conocimos y disfrutamos.
Yo
pondré mis labios sobre los tuyos y soñaré que me has besado.
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