Cuando nuestros hijos son pequeños y les toca aprender a caminar solos, como
padres empezamos a enseñarles a desprenderse de nosotros, con el único fin de
que lleguen a aguantarse con sus propios pies e iniciativa personal; un proceso
natural y vital del bebé que a ningún padre se nos ocurre interrumpir por nada,
ni tan siquiera por el natural miedo a que nuestro hijo se pueda hacer daño.
Lo mismo ocurre cuando los pequeños empiezan la etapa de la escuela y en
ella los profesores les inician a comprender todo aquello que les ayudará a
defenderse solos en la sociedad; también en esta etapa ningún padre teme que su
hijo acabe enganchado al profesor de turno hasta el punto de depender de él para
el resto de la vida, sino que con confianza entregamos a nuestros hijos en manos
de estos profesionales de la enseñanza.
Cuando nuestros hijos llegan a una
cierta mayoría de edad, esa delicada independencia, muy a pesar nuestra es mayor
y acabamos dejando que a partir de ese momento sean ellos los que tomen sus
propias decisiones y conformen su vida tal y como desean vivirla, sabiendo eso
si, que siempre nos van a tener a su lado si necesitan de nosotros.
Pero
este proceso de independencia personal de nuestros hijos es natural, lo vemos
con claridad y tampoco nadie se atreve a dudar de que esto que viven ya nuestros
hijos no sea el proceso correcto de crecimiento y nos aseguramos de que así sea
porque queremos que nuestros hijos crezcan en libertad e integridad, y dentro de
ese verdadero evangelio de las cosas simples que es la propia vida.
Pero un
día irrumpe en la vida de nuestros hijos el poder a través de partidos políticos
y sobre todo de religiones, y comienzan a descomponer de nuestros hijos todo
este esfuerzo natural que como padres hemos realizado y colocándose por encima
de nuestra presencia, empiezan a aleccionar sus mentes, cargándoles de temores,
de violencia, de odio, de ritos y de ceremonias, con la excusa de su salvación y
drogándolos con ideologías y con vicios, los inician en la corrupción.
Esos
ladrones de almas y de cuerpos acaban con nuestra confianza, adueñándose de la
vida de nuestros hijos, con la excusa de patriotismos y salvaciones, y
encerrándolos en cuarteles y en seminarios, van alejando de su recuerdo aquellas
lecciones sencillas de amor que tanto sudor y lágrimas nos costó, endureciendo
de esta manera su corazón hasta el punto de acabar olvidando el camino de
retorno a sus auténticas raíces familiares.
Y nuestros hijos empiezan a
cambiar, sus caras dejan de reflejar inocencia, bondad, naturalidad; sus
sonrisas dejan de desprender carcajadas de salud, de esa profunda salud
espiritual, porque los alquimistas del poder, les están enseñado a reir
mostrando los dientes como las hienas.
Estos individuos que se dicen salvadores,
guías y representantes sociales y religiosos, están interrumpiendo el
crecimiento de nuestros hijos a toque de himnos y de banderas, de libros
llamados sagrados y de modas pasajeras.
Y cuando logran arrancar a nuestros
hijos de su propio camino de crecimiento íntegro, del auténtico evangelio de la
vida que son sus amigos, su espacio, su familia, y su libertad, con el fin de
llevarlos lejos de nosotros e involucrarlos en una de sus tantas guerras y
juegos diabólicos de poder, nos los devuelven bendecidos por un cura castrense,
pero cambiados, transformados o en tal caso heridos de una muerte en vida, eso
sino llegan en una caja de pino, y acompañados de un psicólogo gubernamental
para suavizarnos con suaves palabras a los padres, el mal trago de este expolio
que hemos sufrido.
Estos ladrones y asesinos son aves de rapiña, y utilizan
lo mejor del ser humano para encandilar a su presa, y una vez que la tienen bien
sujeta, como la mantis religiosa la vacían por dentro, y por fuera la convierten
en un zombi sin cabeza, dirigido, controlado, aleccionado y repitiendo los
conjuros mágicos de sus libros y normas escritos con la sangre de los inocentes
de la historia.
Son muchos los motivos por los cuales nosotros, los padres,
deberíamos clamar nuestra voz al cielo, pero no para que lo oiga el dios de las
religiones de los ricos y poderosos de la tierra, sino para que todos los
hombres y mujeres de este planeta tomemos conciencia y responsabilidad, y
dejemos de una vez por todas de ayudar a sacrificar a nuestros hijos, echándolos sin conciencia a un mundo que está en manos de asesinos,
proxenetas
con y sin sotana, uniformados con estrellas y de políticos soñadores de poder.
La responsabilidad de nuestros hijos es nuestra y de nadie más, no de
profesores ni de dirigentes de turno, sino nuestra, una deuda de responsabilidad
contraída con la vida que deberíamos transmitir a nuestros hijos para que nunca
lo olviden, y para que una vez grabada en su mente y en su corazón, y llegado el
momento que aparezcan en su vida estos fantasmas intrusos de la conciencia a
ordenarles lo que deban hacer, se encuentren con el muro de un corazón y una
mente cargados de amor, de sabiduría, y sobre todo de fuerza interior para
responderles rotundamente, ¡No!, ¡a mi no me llevareis a rendiros homenaje!.
Sólo en ese día será cuando nos podremos sentir satisfechos de haber hecho
un buen trabajo como padres, y orgullosos de ellos poder llorar, pero llorar de
verdad, de alegría, al ver que nuestro verdadero legado de amor se ha puesto en
marcha, y no de tristeza como esta ocurriendo a muchos padres en todos los
lugares de este planeta.
Y si no somos capaces de llevar a cabo esta gran
obra humana, solo una acción valiente puede cortar de raíz el sufrimiento que
estamos causando a nuestros hijos, tirándolos sin conciencia a esta selva de
asfalto que inconscientemente hemos construido, la acción de evitar que vengan a
ella desprotegidos o abortados en vida sin futuro en el que poder verse
reflejados.
Por último y para no ser cansino, quisiera dar un consejo como
padre, y como poeta os digo:
“Vosotros padres no
seáis,
tanto
así de egoístas,
si tener hijos queréis,
preparadles antes la
vida.
Porque no se trata de
amar
a oscuras
en la habitación,
sino con la cabeza pensar,
y amar con el
corazón”.