Los hombres solemos tener problemas a la hora de
enfrentarnos a la compra de un regalo para una mujer que es especial para
nosotros. El primer problema que usualmente tenemos es poder llegar a una decisión
sobre que es lo que le vamos a comprar.
Y, muchas veces, una idea que aparece
en nuestra cabeza y a la que nos aferramos por parecernos simple pero aún así
significativa, por que nos da la sensación de que demuestra lo que queremos
expresar y, a la vez, no nos resultará difícil de seleccionar, son las tarjeta
de felicitación.
Pero cuando llegamos al negocio es cuando nos damos
cuenta de que estamos en problemas, y de que somos aún más inútiles de lo que
pensábamos para la tarea de hacer una simple compra. Porque las hileras de
tarjetas se presentan ante nosotros y empezamos a bucear a través de ellas, sin
detenernos exactamente en ninguna de las mismas, dudando en todas (o en casi
todas), preguntándonos si representan lo que queremos expresar o si, por el
contrario, expresan algo totalmente distinto, que pueda generar algún tipo de
conflicto, que se malentienda lo que sentimos o si simplemente nos veremos
tontos o amarretes con esa tarjeta en particular.
Porque los hombres tenemos una facilidad pasmosa para
complicarnos nosotros mismos con lo que estamos haciendo, para pensar mil veces
cada cosa y encontrar mil posibilidades de que lo que estamos haciendo este mal
por algún motivo y, de esa forma, dudar de absolutamente todos los pasos que
vamos a dar.
Nunca estamos seguros de
cuál será la reacción de la mujer a la
que le vamos a dar el presente, de si será buena o mala, porque dudamos
constantemente de nuestra capacidad de hacer elecciones correctas. Es casi un
reflejo condicionado.
Y para hacernos la vida un poco más complicada,
también estamos siempre seguros de que la mujer no tendría ese tipo de
problemas, de que ellas son siempre totalmente seguras en cuanto a que regalar
y en lo que expresan sus regalos, de que si fuese nuestra pareja (o aquella
persona que esperamos se convierta en nuestra pareja) la que estuviese buscando
un regalo, ya lo habría encontrado, comprado, envuelto y, aun más, de que sin
lugar a dudas habría encontrado el regalo perfecto. Es parte de la actitud de
los hombres en general y es muy probable que las mujeres tampoco sean tan
seguras como nos las imaginamos.
En fin, dejando de lado las elucubraciones sobre las
diferencias entre el hombre y la mujer a la hora de la compra de regalos, vamos
a meternos de lleno en lo que nos interesa, que es ser capaces de dar algunos
consejos para ayudar con la compra de tarjetas y evitar esos momentos de
confusión.
Porque si bien hay pocas imágenes más graciosas que las de un hombre
frente a una batea llena de muchísimos modelos de tarjetas de felicitación,
sudando copiosamente, restregándose las manos, dudando, tomando diferentes
modelos y dejándolos nuevamente en su lugar, ojos abiertos y llenos de terror,
leyendo en voz baja para ver si entiende exactamente que es lo que quiere decir
la tarjeta y, principalmente, llegando a dos mil y una decisiones sólo para
luego volver a dejarlas y comenzar el proceso de nuevo; es también un momento
espantoso de duda para aquellos que lo hemos sufrido.
Así que trataremos de
prevenirlo con unas pocas ideas que evitarán la mayor parte de las dudas.
Pensar
en el motivo
Lo primero que hay que saber (y, aunque parezca una
obviedad, a veces da la sensación de que lo dejamos de lado) es cual es la
ocasión para la que estamos comprando la tarjeta y comprar la tarjeta en base a
esto.
O sea, no comprar una tarjeta de cumpleaños para un aniversario ni una
tarjeta de navidad cuando estamos celebrando años de casados. Esto manda un
mensaje de falta de interés o de dedicación.
En esta área, lo que hay que evitar como la plaga son
las tarjetas que son para todas las ocasiones. Pensémoslo desde nuestra
perspectiva:
¿Nos gustaría recibir una tarjeta que no dice nada en particular
sobre la situación que estamos pasando?
¿No nos daría la sensación de que, en
realidad, no hubo ningún esfuerzo, sino que se fue a lo seguro y se decidió por
lo más simple que había en todo el negocio?
Seguramente sentiríamos
estas cosas. Y lo mismo le va a pasar a ella. Así que tratemos de ni acercarnos
a las tarjetas que podríamos denominar “genéricas”.
Por suerte, los
comerciantes han pensado en nosotros
(al menos en aquellos puestos que se dedican a la venta de tarjetas
principalmente. Esto probablemente no ocurra si compramos la tarjeta en una
librería o en un kiosco, que sólo tiene un anaquel para las tarjetas) y han
ordenado las tarjetas de felicitación en base a las razones que se pueda tener
para enviarlas.
En un prolijo orden, podremos encontrar por un lado todas las
que se refieren a cumpleaños, en otros lugar todas las que se envían por los
aniversarios, en otro las que dicen “que te mejores”, y así con todos
los modelos que se nos puedan ocurrir.
Gracias a esto, podremos guiarnos por los carteles que
hay sobre ellas y no cometer errores estúpidos por pensar que, en realidad, un
mensaje en particular puede llegar a aplicarse a la celebración, cuando, en
realidad, se refiere a algo totalmente distinto.
Es, también, una forma de
ahorrarnos un montón de tiempo que podremos dedicarle a otras actividades más
útiles, como por ejemplo analizar las tarjetas y no equivocarnos en encontrar
la que queremos.
¿Cómo es ella?
Esta es la otra parte que es obvia, pero con la que
tenemos problemas los hombres. O, al menos, pensamos que tenemos problemas.
Porque no es algo imposible. Se puede conocer a la
mujer con la que estamos, y de esa forma ser capaces de regalarle aquellas
tarjetas que son perfectas para su gusto y que le dicen las cosas que deseamos
decirle. Es tan sólo una cuestión de ser capaces de prestar atención.
Hay que fijarse en cuales son sus reacciones cuando
recibe regalos, con cuales demuestra más interés, cuales parecen generarle más
placer, etc, y mantener todos esos detalles frescos, para ser capaces de
sacarles provecho en el momento de hacer nuestros regalos.
Prestar atención es
la única forma de realmente llegar a conocer a la otra persona, y esto es algo
vital en cualquier relación en la que estemos mínimamente interesados. La única
excepción a esta regla es cuando el regalo es para una mujer que acabamos de
conocer, con la que realmente no hay forma de estar seguros de lo que estamos
haciendo. En ese caso, hay que ir a lo más seguro, a alguna tarjeta especial
para la ocasión, pero que aún así es “genérica”.
Pero algo que siempre, siempre hay que hacer: escribir algo de nuestro puño y
letra. Es cierto que las tarjetas ya traen un mensaje, pero dejar ese mensaje
sólo y no agregar algo hecho por nosotros mismos vuelve el esfuerzo que estamos
haciendo totalmente estéril.
Una tarjeta comprada y sin ningún agregado es algo
que no dice nada de nuestra personalidad, que se limita a mostrar que hemos
gastado un dinero y algo de tiempo, pero no que hemos estado pensando en la
persona para quien es el regalo mientras lo hacíamos. Es una forma perfecta de
arruinar el momento, no escribir nada pensado por nosotros mismos.
Y las mujeres guardan este tipo de regalos. Los
atesoran. Y seguramente nos gustaría que, el día de mañana, cuando vuelvan a
verlos, puedan encontrar algo que las remita a nosotros.
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