El III Congreso Internacional de la Lengua Española llegó a su fin

Empuñando el bolígrafo identificado con el logotipo del foro,
con el bolso que nos obsequiaron sobre el regazo y un cuaderno entre las
manos –como niños en su primer día de clases–, alrededor de mil asistentes
seguimos, línea a línea, la ponencia general de la sesión plenaria, que recayó
en Claudio Guillén, miembro de la Real Academia Española.

 

En respetuoso silencio, asintiendo con la cabeza ante las
afirmaciones del especialista y plegándonos con tímida risa cómplice a alguna
humorada, los inscriptos al Congreso debutamos en El Círculo.

La multitud femenina en las
butacas, contrastaba con la unánime presencia masculina detrás de los
micrófonos: los ocho oradores eran hombres.

Este hecho se hizo voz al día siguiente, cuando una mujer –de
la platea– lo comentó con los panelistas.

En
realidad, los que expusieron las ponencias de los tres días fueron –en su
mayoría– hombres, y sólo hubo alguna que otra mujer en las sesiones plenarias de
las tardes –paneles simultáneos–, en el Complejo del Parque España.

Aunque el centenario y
reacondicionado teatro estaba colmado, cuatro pantallas gigantes –dos dispuestas
sobre la escenografía y las restantes, suspendidas en lo alto del telón de
fondo– aseguraban la visibilidad desde cualquier punto del auditorio, que
llenaba al menos cuatro de las cinco bandejas disponibles. En dos de las
imágenes amplificadas se veían, en plano corto, los gestos del expositor de
turno. En las otras dos, planos generales del teatro.

Para cubrir lo que sucedía,
decenas de periodistas provenientes de todo el mundo ocupaban su sitio en el
palco reservado para tal fin, o bien seguían las ponencias desde el centro de
prensa montado en el segundo piso del mismo teatro, donde también había
pantallas para la retransmisión. Una actividad febril, destinada a que el
Congreso llegara con sus noticias a todo el mundo.

En la segunda jornada del III
Congreso, después de la apertura de las dos primeras secciones del programa
académico, se llevó a cabo la presentación de ocho paneles simultáneos en el
Parque de España, la otra sede del foro, emplazada en un bellísimo paseo sobre
las barrancas del río Paraná, cerca del centro de la ciudad.

El tono allí era otro. Sin la
solemnidad del Teatro El Círculo como escenario, la cercanía de las sillas donde
se ubicaba el público con respecto a la mesa de panelistas facilitó la
interacción: tras la lectura de las exposiciones, hubo tiempo para preguntas,
humoradas, anécdotas y polémicas. Los asistentes pedíamos más explicaciones,
cuestionábamos algún dicho de los congresistas o planteábamos nuevos temas para
encauzar la charla.

Cuando las distintas salas iban
quedando vacías, llegaba el momento de las conversaciones más personales.
Pudieron así escucharse los ecos de un poema que, con correcta dicción, le
recitaba al oído una elegante señora de unos setenta años a uno de los
expositores, quien agradeció con un beso en la mano.

El patio del Parque de España,
convertido en sede de improvisadas tertulias, congregaba nuevamente, cuando ya
el sol había caído, a asistentes y especialistas. Los ponentes cuyo turno había
sido el día anterior se saludaban con quienes expondrían al día siguiente –que
se habían acercado a escuchar a sus colegas–, se deseaban buenos augurios y
prometían futuros encuentros. Los congresistas nos presentábamos e
intercambiábamos opiniones que generaron, en muchos casos, interesantes
proyectos. A orillas del río Paraná, café de por medio, las luces seguían
iluminando el encuentro.

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