En un
arrebato de optimismo,
Confucio soñó con una época de
tolerancia universal en la que los ancianos vivirían tranquilos sus últimos
días; los niños crecerían sanos; los viudos, las viudas, los huérfanos, los
desamparados, los débiles y los enfermos encontrarían amparo; los hombres
tendrían trabajo, y las mujeres hogar; no harían falta cerraduras, pues no
habría bandidos ni ladrones, y se dejarían abiertas las puertas exteriores.
Esto se
llamaría la gran comunidad.
El mundo
sueña con la tolerancia desde que es mundo, quizá porque se trata de una
conquista que brilla a la vez por su presencia y por su ausencia.
¿Qué es la
tolerancia?
El Diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española da la definición de la «tolerancia» en manera
siguiente: «Tolerancia…acción o efecto de tolerar.»
Otro significado es «respecto
y consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás, aunque repugnen a
las nuestras. »
Además, el verbo «tolerar» es
definido como: «sufrir, llevar con paciencia» y «permitir algo que no se tiene
por lícito, sin aprobarlo expresamente.» Juzgando a nosotros cuando dicen tal
cosa).
Se ha
dicho que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil de practicar, y muy
difícil de explicar.
Aparece
como una noción escurridiza que, ya de entrada, presenta dos significados bien
distintos: permitir el mal y respetar la diversidad.
Su
significado clásico ha sido «permitir el mal sin aprobarlo».
¿Qué tipo
de mal? El que supone no respetar las reglas de juego que hacen posible la
sociedad. Si algunos no respetan esas reglas comunes, la convivencia se
deteriora y todos salen perdiendo.
Por ello,
quien ejerce la autoridad -él gobernante, el padre de familia, el profesor, el
policía, el árbitro- está obligado a defender el cumplimiento de la norma común.
Shakespeare
hace un
elogio: bendice al que tiene la tolerancia y al que la recibe; Hay una
tolerancia propia del que exige sus derechos.
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¿Cuándo
se debe tolerar algo?
La
respuesta genérica es: siempre que, de no hacerlo, se estime que ha de ser peor
el remedio que la enfermedad. Se debe permitir un mal cuando se piense que
impedirlo provocará un mal mayor o impedirá un bien superior.
La segunda acepción de tolerancia es
«respeto a la diversidad».
Se trata
de una actitud de consideración hacia la diferencia, de una disposición a
admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta de la propia, de la
aceptación del pluralismo.
Ya no es
permitir un mal sino aceptar puntos de vista diferentes y legítimos, ceder en un
conflicto de intereses justos. Y como los conflictos y las violencias son la
actualidad diaria, la tolerancia es un valor que necesaria y urgentemente hay
que promover.
La
tolerancia pasiva equivaldría al «vive y deja vivir»,
y también a cierta indiferencia. En cambio, la tolerancia activa viene a
significar solidaridad, una actitud positiva que se llamó desde antiguo
benevolencia.
Los
hombres, dijo Séneca, deben estimarse como hermanos y conciudadanos, porque
«el hombre es cosa sagrada para el hombre».
Su propia
naturaleza pide el respeto mutuo, porque «ella nos ha
constituido parientes al engendrarnos de los mismos elementos y para un mismo
fin».
Séneca no
se conforma con la indiferencia: La benevolencia nos prohibe ser altaneros y
ásperos, nos enseña que un hombre no debe servirse abusivamente de otro hombre,
y nos invita a ser afables y serviciales en palabras, hechos y sentimientos
Es aquí donde surge el
problema de la tolerancia. Respecto del conocimiento del otro, yo estoy obligado
a tener respeto. Hoy día, se habla con frecuencia acerca de la tolerancia.
Se puede acercarse a este
tema general desde distintos ángulos o puntos de vista. Algunos discursan sobre
la tolerancia política. Otros se preocupan por la tolerancia social o cultural.
En
nuestra vida cotidiana, creo que los que menos nos toleramos somos nosotros en
la familia, con nuestros hijos nuestros padres, hermanos y nuestro esposo.
Hagamos
un esfuerzo, tolerémonos.
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