Una Reencarnación Incompleta

Algunos críticos de cine le han pegado duro en sus comentarios a la película Reencarnación (Birth, en EE.UU) y la han calificado como mala, regular, o en algún caso, le han brindado un tímido veredicto de buena. Es como decirle al espectador: “vaya sólo si no tiene otra cosa mejor que hacer”...



Una reencarnación incompleta

Mi duda será
:¿Cuál es el parámetro platónico, ese ideal que está en el plano de lo absoluto,
y que les permite inferir que “esto es lo perfecto, lo que debe ser” y todo lo
demás es menos?

 

Vayamos por
partes:

 

Primero: una
obra creativa es un decir de alguien que se expresa metafóricamente. Hay quienes
piensan que un noticiero también es un “imaginario”, pero les aseguro que una
ficción indudablemente es una representación artística de la realidad. Un
director es un hombre que le habla a la sociedad a través de una historia que
cuenta a su manera. ¿Por qué habría de hacerlo de otro modo?

 

Segundo: Como
docente de la materia GUION, en Escuelas de Periodismo o carreras de
Comunicación Social, muchas veces he intentado enseñar a los jóvenes las
distintas particularidades de los géneros y formatos narrativos, y sobre todo
hacer que ellos se topen no sólo con las dificultades estructurales que imponen
contar una historia sino también poder tener en claro cuál es el mensaje
implícito o latente de ese producto.

 

Pero también
en la medida en que el guión es el principio de un arte colectivo, les he
sugerido que indiquen en sus guiones los aspectos del diseño que cuentan la
historia más allá de las palabras ( maquillaje, ambientación, decorados,
indicaciones de cámara en cuanto a ángulos de la toma y amplitud de encuadre de
los planos.-)

 

Volviendo al
objeto de polémica en esta carta, entiendo (como simple espectador) que
REENCARNACIÓN es una historia bien contada, con detalles visuales e
interrogantes que completan el relato y que siguen jugando en la mente del
espectador, mucho después que salió del cine. Parece la resolución de una
ecuación simple, pero no lo es.

 

¿No reparan
esos críticos en la duración de un plano secuencia que dista de la telequinesia
común del cine americano? ¿no perciben el blanco y negro o los colores oscuros
permanentes del vestuario, la tonalidad ocre que provoca la iluminación en el
departamento de Anna (Nicole Kidman), el rostro impávido del niño-muñeco que más
que responder, pregunta, o la mirada alienada de esa mujer vencida por la pena y
la culpa de seguir viviendo más allá de su media naranja, la ausencia
de música en ciertas escenas dónde el silencio pesa en la respiración, o por el
contrario el concierto (estridente en el teatro) acompañando el
desconcierto
de Anna al empezar a creer que el niño conlleva el alma de
su
Sean ?

 

El director no se confundió, como afirma un conocido cronista,
sabía bien que no estaba ante Liv Ullman. Y logra algo mejor: no es Nicole
Kidman, es el público el que siente el horror de Anna antes que ella enarbole su
primera lágrima.

 


La reencarnación no es el misterio revelado que los comentaristas ven obvio y
sin sorpresas. Lo que no tiene respuesta es porqué la imagen de Sean, el
esposo fallecido, ha perdurado en el corazón de una mujer que se empeña en
aferrarse a la falta, a la in-completud, al amor que se recuerda del que ya no
está, aquel que puede ser idealizado porque, justamente, ya no tiene la opción
de decepcionarla.

 


Ella, detenida en el tiempo, debajo de ese puente donde ha
muerto Sean, se niega a sí misma y a su cuerpo. El chico que afirma
engañosamente ser una reencarnación es el espejo en el que ella puede reflejar
su fascinación por la melancolía, y construir la escena en la que el Único, el
muerto, ha vuelto para completarla, para llevarla a ese sitio in-encontrable
donde la carencia desaparece.

 


Por otro lado, la inocencia del niño enamorado
también se resiste a la percepción de un Sean falible, infiel, indeseable. ¿Le
propuso casamiento treinta veces pero la engañaba con la mujer del mejor amigo?
¿Cuál será el mérito o el desmérito que provoca el amor perenne de una mujer,
que no es la madre?

 



Y hay más interrogantes planteados en ese film. En una época de relaciones
furtivas y no comprometidas, ¿qué impulsa al nuevo novio a persistir en el
deseo de retenerla y casarse con ella, aunque a cada segundo no hace más que
demostrarle que ella sigue amando al finadito?

 



¿Acaso ha caído en la trampa de
creer que el enemigo muerto, al no tener existencia física, no es un
rival de temer?

 



¿Por qué acepta como normal su

falta de ser y
de tener


ante los ojos nublados de una Nicole Kidman que desaforadamente le demuestra que
jamás será su

0tro-todo
?¿Cómo
el objeto de deseo y el objeto perdido pueden superponerse el uno con el otro?

 

Finalmente,
creo que muchos espectadores podrán disfrutar el film y otros aburrirse, como
ocurre siempre, pero entiendo que no serán pocas las mujeres que tratarán de
responderse qué harían en el lugar del personaje de Nicole Kidman, aunque el
niño jamás apareciera.

 

¿Adaptarse
activamente a la realidad o ser infieles al cuento congelado, a la novela
familiar de lo irrepetible?

 

Y los varones
difícilmente entiendan qué secreta virtud poseía ese tal Sean que aún siendo
infiel la conquistaba a su esposa por toda la eternidad, y además, qué pasa por
las venas de ese señor actual que juega el rol de novio y consorte, ese que no
tiene valor para abandonarla y buscarse otra que lo ame de veras, condenándose a
una cifra impar en la cual es, pese a su carnalidad, el tercero excluido.

 

Me pregunto
si el drama del crítico cinematográfico no será éste, el estigma de comprender
que el proceso creativo y su posterior vínculo con el sí o el no del público
constituye un espacio, una ciudad en la que él , el comentarista, es sólo un
turista de paso con máquina de escribir, un observador que, indefectiblemente,
como el novio de Anna en Reencarnación, aún pese a su esfuerzo, siempre estará
de más.


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