En la Primavera

La mejor maestra que Dios dio al hombre es la NATURALEZA, aprendamos un poquito de ella

Los fríos y
grises días de invierno nos hacen esperar con añoranza e ilusión la primavera.
El ciclo anual camina con paso invariable por las cuatro estaciones una detrás
de otra, sin alterar su ritmo ni compás, por eso los hombres, pacientemente
soportamos los días invernales, con toda la fe que da la seguridad de que
después de esto, viene la dulce primavera.

 

Hay una
similitud entre el macro ciclo anual y el ciclo del día, pues al igual que las
cuatro estaciones, en veinticuatro horas se inicia con el amanecer, el pleno día
el anochecer y la noche. Y aunque cada día parece igual, tiene sus diferencias
al igual que cada primavera, siendo la misma estación, varía un poca de las
demás.

 

En nuestro
empeño en vivir mejor, en la preocupación de hacer la vida más cómoda, práctica
y agradable, buscando siempre sacar más ventajas de lo que existe, a veces hasta
con miopía extrema, se nos ha olvidado el darnos tiempo para contemplar la
naturaleza y escucharla, sentirla palparla.

 

Ella es la
maestra más sabia y profunda que hay, es la que nos enseña las razones del
equilibrio, la eventualidad de las cosas y el ritmo natural de los ciclos. Sin
embargo los hombres nos hemos empeñado en simplificar nuestra manera de vivir y
en obtener a toda costa lo mejor, a veces con miopía extrema.

 

Se nos olvida
que todo tiene un costo y que en las reglas macro universales, son implacables,
de todos los excesos vienen al caos, para después recuperar el equilibrio.

 

Es por eso
que cada estación tiene su razón de ser. Aparentemente nada nuevo tiene el
hablar de la primavera, pero cuando hablamos de la misión especial de cada
estación, reflexionando sobre la ley causa-efecto, podemos apreciar que la vida
actual nos ha alejado de la sabiduría natural.

 

Al hablar de
la primavera primero mencionaremos la misión del invierno: partiendo de que nada
es bueno ni malo, sino que todo forma parte de un proceso, la importancia del
invierno es el frío, la fuerza contractiva es la que obliga a la naturaleza a
recogerse, los metales se contraen, el agua se congela, los animales hibernan,
las plantas se reducen, pareciera que la actividad externa cesa.

 

En contraste,
la actividad interna aumenta, se recuperan las energías gastadas, se retro
alimentan los cuerpos, y durante este proceso invernal se preparan para el nuevo
ciclo de expansión.

 

El invierno
en el hombre, se identifica con las actividades pensantes, mediantes, las de
recogimiento y análisis para que al prepararse al nuevo ciclo, tenga el tiempo
de proyección, diseño.

 

Y con este
preámbulo, podemos pensar en lo que la primavera significa. Es la época del
inicio de las actividades, de comenzar con lo planeado. La naturaleza misma
cambia de su austero traje invernal, para vestirse ligera y con colores tiernos.

 

Es tiempo de
despertar, el espíritu se llena de ilusiones, el amor invade todos los
corazones, los animales entran en celo, las flores exhiben sus mejores colores y
brotan retoños por doquier.

 

Este es el
renacimiento natural, los propósitos y planes que hicimos al inicio del año, ya
debidamente planeados, ahora entran en acción, concientes del tiempo que hay que
aprovechar.

 

Ahora es
cuando hay que sembrar con toda convicción y esperanzas, sin miedo al fracaso,
sin atemorizarnos por lo que pueda suceder.

 

El verano es
expansión de las energías, es abarcar todo el espacio, que podamos, crecer,
crecer, aprovechando la energía solar y el tiempo propicio.

 

Habrá
tormentas o imprevistos, pero aquel que bien planeó y sembró a tiempo, tiene muy
alto porcentaje de crecer con oportunidad.

 

El otoño,
energía apacible y tranquila, nos enseña a gozar de los frutos del trabajo
natural, los árboles cargados de frutos madurando tranquilamente, las plantas
enseñando orgullosamente sus semillas, la naturaleza misma se viste de filosofía
y romanticismo, invita a reflexionar sobre los resultados obtenidos, a cosechar
lo que sembramos, a hacer un balance de acciones y consecuencias.

 

Para que de
este análisis, aprendamos durante el invierno, las lecciones del fracaso,
convirtamos en sabiduría el hacer bien las cosas e iniciemos otro nuevo ciclo,
no de igual manera, sino superándonos y mejorando nuestra actitud hacia la vida
y el respeto hacia la naturaleza.

 

Esto y mucho
más nos enseña cada día la madre naturaleza, pero muchas veces los hombres
queremos vivir retándola, dominándola y controlándola, sintiendo que la vencemos
y violamos sus más sagrados principios.

 

Por eso vemos
gente que se queja de su mala suerte, pero que siempre se empeña en sembrar en
invierno, otro que cree que la primavera es eterna y no cumple con las reglas
existenciales, teniendo un terrible otoño y un cruel invierno, empresarios que
piensan que el verano de expansión debe de ser permanente.

 

Y crecen y
crecen sin dar tiempo a su empresa a retroalimentarse para recargar energías y
conocimientos, o personas que están obsesionadas en cosechar, en obtener
resultados, en quedarse con los frutos del trabajo, sin entender que para
recibir, hay que dar, y dar generosamente.

 

Muchos
jóvenes viven en el escenario de la vida, esta vida que hemos creado los
hombres, fascinados como un niño en una superjuguetería, no sabiendo escoger lo
que desean, ante tantas y tantas opciones, sin pensar que el tiempo transcurre y
que también la tienda se va a cerrar.


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