Todo comenzó, ustedes se acordaran de nuestras crónicas a mediados del año pasado, cuando extraños sucesos perturbaron la población de Los Alamos. Fue cuando la mayoría de la gente del lugar, influenciada fuertemente por … " el cine ", tuvo reacciones antes nunca vistas o imaginadas.
Una reunión de notables del pueblo ( y a su vez todos jóvenes ) decidió en asamblea que de allí en mas, los Álamos seria el fiel reflejo de la belleza, el glamour y la felicidad de Hollywood, tal como lo veían semana a semana en las pantallas del único cine local.
Y así, primero fueron expulsados del pueblo los viejos, luego los enfermos, los discapacitados, los gordos, los flacos, los altos, los bajos, los feos, los pelados, los peludos.
Al cabo de un mes y medio, solo treinta o cuarenta personas habitaban Los Álamos y el único que no daba con el estereotipo hollywoodense, era el dueño del cine, que ahora debía pasar películas americanas diariamente.
El cine y sus proyecciones ahondaba a cada día mas las diferencias y los que no tenían la voz aflautada o grave como el galán de moda, se fueron. Las que no tenían los rizos o bucles de la actriz ideal, también se fueron. en poco mas de quince días solo quedaban siete personas en Los Álamos, tres mujeres, tres hombres y el dueño del cine.
Pero fue una película el detonante final, " Sangre y Arena " mostró una vez mas que ninguno de los habitantes que restaban en el pueblo, podía de forma alguna llegar a ser siquiera la sombra de Rita Hayworth o Tyrone Power.
No huyeron despavoridos, como si hubieran miles de personas observándolos, se fueron cabeza gacha, despacio y ni siquiera osaban mirarse entre ellos, el silencio.
Y esa noche, algo muy curioso ocurrió en Los Álamos (según contó un forastero que errando un camino buscado acertó pasar por allí), justo cuando el reloj del Municipio daba las diez de la noche, las maquinas de proyección del cine se encendieron, la pantalla se ilumino y a medida que las imágenes de Sangre y Arena se sucedían, una risa, al principio tímida pero luego cada vez mas estentórea, partió de la sala de proyección y aturdió a un pueblo vacío.
Autor CARLOS ALBERTO OLHA, residente en la provincia de San Juan, Republica Argentina.
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