¿Por qué el Tarot?
Alguna vez he escrito que tal vez hubiera sido cálidamente acogedor apoltronarme en el marco (ya que en algún momento de irresponsabilidad social decidí dedicar mi vida a la Parapsicología y disciplinas afines) de una “metapsíquica científica” o, también, en una “ovnilogía académica”, para nombrar sólo dos de mis pasiones.
Mediáticamente cuando menos, un parapsicólogo que discurra entre estadísticas y gráficos computadorizados, es, cuando menos, más digerible para la “opinión publicada” –como dice un viejo periodista argentino, que no la “pública”- que aquél que disfruta de sahumerios, velas y, cuando no, las inefables cartas de Tarot.
Y bueno, sí. Me divierte jugar con las matemáticas, amo mi computadora, pero experimento algo visceral cuando estoy rodeado de mis sahumerios, mis velas… y mis cartas de Tarot. Y si bien las sensaciones son importantes para mí, para no parecer un sibarita del intelecto simplemente, dedicado más a disfrutar los qué en lugar de preguntarme los porqué y los cómo , me decidí a escribir este artículo para explicar porqué el Tarot es, a mi modesto saber y entender, algo más que –como supone cierta “inteligentzia” periodística que confunde comentarios incisivos con sarcasmos pedantes- una credulidad ingenua sin fundamento racional. Pues sostengo que lo tiene, y mucho. Y ese es el espíritu de esta nota.
No he de ser redundante con aquello de que un tema nunca es absurdo o serio por sí mismo, sino por el método –o la falta de él- con que es encarado su análisis. Y es un paradigma que, para la conciencia colectiva, ciertos temas son de suyo execrables del pensamiento científico más porque “aparentan” superstición o irracionalidad –o, a veces, por la que muestran sus afamados cultores- que porque necesariamente no la tengan.
Incidentalmente, uno puede especular (aún corriendo el riesgo de transformar esto en un bizantino monólogo) que si de “pensamiento mágico” estamos hablando, aparece éste más en el estudiante universitario que aprende y repite como un sonsonete el axioma enseñado por su docto profesor (quizás sin pasar nunca por la verificabilidad del mismo) que el shamán que afanosamente recolecta ciertas hierbas en la luna propicia para probar la receta de aquél brebaje que en el último solsticio de invierno le enseñara su antecesor en la tribu. De forma que, a continuación, esbozaré mis especulaciones respecto a cuáles son los fundamentos operativos del Tarot.
Tarot y videncia
La “adivinación” a través de las cartas no es un proceso incognoscible. Las cartas por sí mismas nunca “dicen” nada, en el sentido de “dictarnos” algún conocimiento. Son, a los efectos prácticos, trozos de cartón pintado.
Es el agrupamiento de símbolos que encierran los que disparan algo en nosotros. Pues cada uno de sus personajes, eventos y situaciones descriptos tanto en arcanos mayores o menores, los que nos remiten a sucesivos arquetipos del Inconsciente. Es decir, entelequias psicológicas, engramas genéticos que, en la memoria racial y colectiva, codifican determinadas respuestas asociables a determinados estímulos.
En algún otro lugar me he referido extensamente a Arquetipos e Inconsciente Colectivo de la humanidad. Baste reseñar para el lego que un arquetipo es como el ladrillo psíquico de nuestra personalidad, pero un ladrillo que no pertenece a la superestructura levantada a lo largo de nuestra vida en función de las vivencias, sino que forma parte del fundamento basal del edificio de nuestra vida.
A través de los siglos y los milenios, la repetición en el plano individual y colectivo de determinadas experiencias críticas ha marcado a fuego la genética de nuestra especie, y esos “recuerdos ancestrales” , transmitiéndose de generación en generación (especialmente cuando son olvidados o soterrados por la cultura imperante) aflorando como símbolos y signos que de lo colectivo, lo mitológico, se reflejan en el macrocosmos de nuestras experiencias cotidianas.
El Arlequín, Bufón o Loco, aquél que transgrede el “establishment”, destructivo en su irresponsabilidad pero motivador en sus pasiones; el Sabio, que avanza lenta y serenamente detrás de objetivos claros, apoyándose en el cayado de las experiencias e iluminando su camino con la luz de la Razón; la Rueda de la Fortuna, repitiendo los ciclos del ser a través de los tiempos; el sufrimiento expiatorio del Ahorcado; la Luna, expresando la consciencia sólo como un reflejo del inconsciente, todos símbolos emblemáticos, profundos en sabiduría, que encierran, en conjunto, las claves de nuestra naturaleza mortal.
Personajes que representan el drama de la existencia humana, codificaciones fácilmente recordables de facetas de nuestro diamante interior, tallado a través de los evos por clivajes extraños en manos de un Ser superior.
Significado del tarot
De forma tal que las figuras que nos muestran las cartas no son el aleatorio producto de una mente desequilibrada o el afán iluminista de algún mercachifle de la alta Edad Media. Sus figuras, sus colores, cada uno de sus, en ocasiones, insólitos elementos asociados (las letras en el Carro, el número preciso de “lágrimas” que derrama el Sol o el pequeño pájaro negro a un costado de la Estrella, así como el Diablo sacando la lengua o tomando una espada sin empuñadura) tienen una interpretación precisa.
Y, evocativamente, su contemplación meditativa (¿qué otra cosa hacemos cuando, con un cierto vacío expectante en nuestro tórax, observamos en silencio las cartas tratando de encontrar una respuesta a nuestras preguntas?) actúa en nuestro inconsciente, porque, precisamente, en nuestro inconsciente encuentra un eco, que es como decir, el retorno a la fuente de sus orígenes: el arquetipo dibujado en la carta no es más que, después de todo, un reflejo degradado del Arquetipo que duerme en las sombras de los lejanos recovecos de nuestra psiquis más profunda.
Y allí, en el Inconsciente, casi a caballito (es un decir meramente descriptivo, aclaro) entre el Inconsciente Personal y el Inconsciente Colectivo, se encuentra la Potencialidad Parapsicológica, es decir, la capacidad innata, latente en todos y cada uno de nosotros, de producir, voluntaria o involuntariamente, fenómenos parapsicológicos.
Y esa asociación de ideas, de imágenes, esa correspondencia psicoide entre el dibujo en el mundo material y la pulsión despertada en lo mental detona esa Potencialidad.
Y en esa circunstancia y ese contexto, afloran ciertos fenómenos parapsicológicos. Como el de la clarividencia, el conocimiento sin el uso de los sentidos físicos, de información en tiempo presente. Y le contamos al consultante “la otra historia” de su realidad, hoy.
O cuando esa clarividencia se ambienta en tiempos pasados (retrocognición o postcognición) o futuros (premonición o precognición) y hablamos de lo que ha sucedido (y nadie ha venido a contárnoslo) o lo que podrá suceder –obsérvese, ya veremos porqué, que he escrito “podrá suceder” y no “sucederá”- en el futuro.
Leer el tarot
Pero también es posible que, en ese instante de recogimiento, una misma imagen mental esté presente en dos psiquis simultáneamente; las del consultante y la mía, y hablaré, entonces de telepatía.
Para, finalmente, no olvidar que si en Parapsicología llamamos psicoquinesia a las “modificaciones que el psiquismo hace en un sistema físico en evolución” todo el proceso de barajado de las cartas conforma un sistema cerrado en evolución, y nuestra acción, inconsciente, puede canalizar una psicoquinesia que haga que, después de todo, no sea tan “azarosa” la disposición final de esas cartas.
Por supuesto, es posible que algún lector cuestione la validez de los fenómenos parapsicológicos aquí mencionados. Si es así, lo siento; tal ignorancia (no lo digo en un sentido ofensivo, sino en el estricto del diccionario) es problema suyo, no mío.
Por Gustavo Fernández
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