El Hombre que
Calculaba se acercó al Prestigioso Ministro y dijo:
-Voy
a demostrar que la división de las 8 monedas por mí propuesta es matemáticamente
cierta.
Cuando, durante
el viaje, teníamos hambre, yo sacaba un pan de la caja en que estaban
guardados, lo dividía en tres pedazos, y cada uno de nosotros comía uno.
Si yo aporté 5
panes, aporté, por consiguiente, 15 pedazos ¿no es verdad? Si mi compañero aportó 3 panes, contribuyó con 9 pedazos.
Hubo así un
total de 24 pedazos, correspondiendo por tanto 8 pedazos a cada uno. De los 15 pedazos que aporté, comí 8; luego di en realidad
7. Mi compañero aportó como dijo, 9 pedazos, y comió también 8; luego sólo
dio 1. Los 7 que yo di y el restante con que contribuyó el bagdadí formaron
los 8 que correspondieron al jeque Salem Nasair. Luego, es justo que yo reciba siete monedas y mi compañero sólo una.
La
demostración presentada por el matemático era lógica, perfecta e
incontestable.
Sin embargo, si
bien el reparto resultó equitativo, no debió satisfacer plenamente a Beremiz,
pues éste dirigiéndose nuevamente al sorprendido ministro, añadió:
-Esta división,
que yo he propuesto, de siete monedas para mí y una para mi amigo es, como
demostré ya, matemáticamente clara, pero no perfecta a los ojos de Dios.
Y juntando las
monedas nuevamente las dividió en dos.
Fuente:
“El Hombre que calculaba”, de Malba Tahan, Editorial Vosgos.