“El sexo, por muy fabuloso que sea, es un rato”, me comentó con mucho tino una amiga. La vida cotidiana de un matrimonio se entrelaza con muchos detalles que conforman la buena armonía o su contrario.
No son pocas las mujeres que se quejan de la manera que habitualmente se proyectan sus compañeros, aunque en las noches, arda el fuego entre los dos.
Describen las mujeres sus más íntimos conflictos: “Mi marido es lento. Le dejo asignada varias tareas hogareñas cuando me voy en la tarde a la guardia médica y cuando regreso, me encuentro que si ha hecho una o dos, es mucho.
Esto es algo que no he podido cambiar en su personalidad, ya que yo aprovecho mucho el tiempo cuando estoy en la casa y puedo hacer varias cosas a la vez. No deja de irritarme su desinterés por ser más diestro.”
A esa misma lentitud le sacarás buen partido en la intimidad, le comento con intención. Cambia su expresión del todo y reconoce que él se regodea y hace un preludio amoroso digno de un maestro.
Otra profesional confiesa: “Mi marido se cree que tiene un trabajo más importante que el mío, y cuando yo le hablo de lo agotada que me siento después de una jornada laboral intensa, me mira con cierto desdén y me dice a boca de jarro: Trabajar, yo.”
Una técnica media en computación, a quien conocí en una fila y al poco charlábamos amistosamente –sin habernos presentado formalmente– en su conversación, sin tregua apenas para respirar, se fue adentrando en su vida y me comentó entre otras cosas:
“Comprendo que soy quisquillosa con la limpieza y el orden. Mi marido es lo más regado de este mundo y no te quiero contar en 10 años de matrimonio cuánto hemos discutido por eso. La psicóloga de mi familia me aconsejó que ambos teníamos que poner de nuestra parte y cada cual ceder un poquito.
Yo entendí y ahora paso por al lado de la camisa colgada de la silla, cuento hasta cinco, y sigo… ¿Pero qué trabajo le costaría a mi marido ponerla en una percha en el cuarto, eh? ¿Por qué no me puede complacer en apretar el tubo de pasta de abajo hacia arriba, eh?”
Cuando, al fin, ella hace una pequeña pausa, aprovecho para preguntarle: ¿Y la vida sexual de ustedes, qué tal? Con risita pícara –era la primera vez que sonreía—me dijo bajito y cómplice: “¡Divina!”
Pudiera citar otros ejemplos de matrimonios que tienen niños pequeños y las disputas que genera el trabajo que esto implica, amén de que no siempre hay un acuerdo de antemano sobre la manera de educarlos.
El padre le pone un castigo al chico por algo que hizo mal y viene la madre y se lo quita. Discuten delante de los niños y éstos terminan por sentir que en la casa al fin y al cabo, nadie manda.
Cuando se indaga en las particularidades de muchas de estas relaciones, en algunos casos, como hemos visto anteriormente, hay amor y buen sexo; en otros, resulta que es en la cama donde hacen las paces y todo culmina con una gran explosión erótica.
Pero realmente al lecho no debía irse enarbolando la bandera blanca o buscando un pacto de paz. Esto es algo que debía realizarse en otros momentos ajenos al sexo, para no contaminar ese tiempo íntimo con discusiones previas que a veces terminan ambos dándose la espalda y cada cual rumiando sus agonías.
DIFICIL ARTE
Armar hoy día en este mundo tan complejo una familia armónica, con un padre y una madre, que se encuentren y no que se desencuentren a menudo, es un difícil arte porque la vida está llena de dificultades, escaso tiempo y no pocas veces se necesita doble dosis de paciencia, tolerancia y aplomo para no dejarse tentar por los problemas.
Una pareja, una familia es sabia cuando combate su estrés o sus conflictos momentáneos disfrutando de la naturaleza, paseando juntos o jugando un simple partido de cartas o ajedrez. Lo más importante es que no se pierda de vista lo esencial: La necesidad de amar y ser amado no solo es grato sino importante para sobrevivir en cualquier tiempo histórico y en cualquiera estructura social.
Sería deseable y muy benéfico para la familia y la pareja ir eliminando los pequeños obstáculos que los separan y aceptar a la pareja tal cual es. El lento, no va a dejar de ser lento aunque todos los días del año su esposa le reclame mayor eficiencia.
Y no ver solo la parte negativa de su lentitud. El otro, el importante, seguirá sintiendo que su trabajo es imprescindible y lo más trascendental de este mundo.
A mi modo de ver, no vale la pena discutir por cuestiones tan simples como por donde se aprieta el tubo de pasta. Más bien se trata de negociar para no abrir abismos y preservar el amor.
La terapeuta María Antonia Solórzano es del criterio que “en nuestras tradiciones culturales hay quienes consideran que la fórmula ideal para ser felices en pareja es evitar la primera pelea a toda costa; algunos piensan que la clave de la felicidad conyugal es que la esposa nunca se entere ni cuánto gana el hombre, ni cuándo le fue infiel; otras personas siguen creyendo que detrás de un gran hombre siempre está una gran mujer.”
En resumidas cuentas, hay modelos preestablecidos para cada personaje: En la actualidad, muchos hombres prefieren a las mujeres que trabajan fuera y, a su vez, se ocupan de casa, pero con más énfasis en esta última función.
A otros varones les encantan aquellas sumisas, que terminan por depender emocionalmente de ellos y eso les da mayor seguridad; no falta quienes prefieren a esa otra mujer atenta, servicial, que le dice “amorcito” con mucho cariño y le corta las uñas de los pies.
Las tradiciones marcan pautas y romperlas no es fácil. Pero se impone reconstruir todos los estereotipos, esas fórmulas recomendadas que asignan a los hombres y a las mujeres conductas y tareas que se supone garantizan la felicidad conyugal.
Pero que, en verdad, no garantizan nada. Sirven más bien para originar un ramillete de insatisfacciones en las mujeres más que promover el verdadero encuentro entre dos que se aman.
Pertenezco al grupo de mujeres convencidas que si ambos traemos dinero a casa, en las relaciones de pareja también hay que buscar mayor justicia y equilibrio; compartir los trabajos domésticos y los ratos placenteros, a partes iguales. Ninguno ha de recostarse al otro porque quien está en desventaja termina un día explotando.
Aclarado este punto de elemental equidad, concuerdo con la doctora Solórzano en que “no importa cuál receta se use, la convivencia entre una mujer y un hombre que quieran cultivar el amor, no responde a ningún libreto preestablecido. Por el contrario, cada vínculo es tan único como una obra de arte viva y, por tanto, es una creación continua y permanente que necesita inventarse y reinventarse a diario.”
SUEÑOS Y REALIDADES
Conozco a algunas mujeres quienes me han hablado de su niñez, cuando soñaron ser abogadas, médicas o arquitectas, y cómo ya después de casadas y con hijos, aunque muchas lograron realizar sus expectativas profesionales, la vida hogareña les roba demasiado tiempo, y eso las frustra y entristece.
Comenta la doctora Solórzano que a los hombres le pasa otro tanto : “Para el sexo masculino sus éxitos o fracasos, en cualquier área de la vida, afectan su propia autoestima.
Se les enseñó, o más bien se les obligó a creer que sólo pueden estar orgullosos de sí mismos si son combativos, triunfadores. Pero, además, que su desempeño como miembros de familia se mide por su productividad económica; lo demás podrá ser valioso, mas no fundamental.”
Termina la especialista argumentando que “podemos y debemos modificar nuestras ideas acerca de los roles y libretos del encuentro amoroso, apoyar el derecho de nuestros hombres y mujeres, de nuestras niñas y niños a realizar los sueños que los conviertan en seres completos, en personas libres con la posibilidad de amar y ser amados, y en consecuencia capaces de construir una relación de pareja y una familia sana.”
En las manos de cada una de nosotras está la posibilidad de construir ese sueño.
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