La investigación sobre la afectividad es, de alguna manera, una búsqueda imposible, por cuanto la afectividad no está en ninguna parte.
Una sensación originada por un objeto exterior, por ejemplo, está aquí: veo esta lámpara. Está la lámpara ahí –puedo tocarla- y veo también su imagen en el cerebro. Una sensación interna -un dolor en la mano- está aquí, porque tengo la certeza de que el dolor es en esta mano, en la derecha, y no en la izquierda.
Un pensamiento, también es ubicable. Sentimos que pensamos con el cerebro, y no con otra parte de nuestro cuerpo. ¿Cómo lo sentimos? ¿Cómo estamos absolutamente convencidos, en nuestro vivir diario, de que una idea me ha venido a la cabeza y no al pecho, al vientre, o al pie? Supongo que los neurólogos tendrán alguna explicación. Nosotros no. Pero así es.
De modo que sensación sensorial y sensación pensante (si podemos llamar así al hecho de saber que nuestro pensamiento está en el cerebro), son cosas localizables en la topografía de nuestro cuerpo.
En cambio, el querer (el estar queriendo a alguien todo el tiempo, lo que podíamos llamar el sentimiento profundo), está dentro del armazón corporal, pero ¿dónde? En todas partes, hemos oído decir a expertos en psicología profunda, pero la verdad, que decir que está en todas partes va mas allá de la psicología humana y lleva a ser un concepto religioso (Dios está en todas partes), que servirá para el creyente, mas no para el profano.
Así que el sentimiento no tiene lugar donde habitar, donde ser, donde vivir. Del sentimiento no podemos decir: Mirad, está aquí, como estaba la lámpara o como estaba el dolor de la mano.
Sin embargo, hay un camino –nos atreveríamos a decir que es el único camino – por medio del cual ese sentimiento que no está en ninguna parte, puede ser, de algún modo, movido, removido, y hasta despertado. Muevo, remuevo y despierto algo que no se en que lugar está. Qué curioso.
¿Y como hago esto?
Pues fíjense ustedes que muy fácilmente. Visualizando el objeto que amamos (sea individuo humano, sea animal, vegetal o mineral), en ese momento esa cosa afectiva, que no tiene lugar en el espacio, la experimentamos. Y la experimentación es implica una cierta colocación en el espacio.
Una prueba de afecto en el habla cotidiana es: Estoy pensando en ti, exprese emotividad sensual, afectuosidad amistosa o cualquier otro sentimiento. De modo que decimos estoy pensando en ti, para de alguna manera, “coger” ese sentimiento no localizable en el cuerpo y vivenciarlo.
Pero fíjense que cosa mas curiosa: es la visualización el camino para llegar al afecto (deliberadamente hemos aludido la palabra amor por las graves confusiones que tal palabra lleva en su variadas significaciones en las que no podemos entrar porque nos alejarían de nuestra meditación.).
Estamos viviendo con una temperatura vital baja, queremos subir, llegar a está el sentimiento, y entonces, visualizamos a un ser querido, y, sentimos que ese sentimiento, despierta y se expande, y está ahí.
Visualizando cualquier objeto que despertó nuestro afecto, sentimos ese afecto. Prueben ustedes a hacerlo. Visualicen al ser al que mas quieren, lo que es algo que se hace de un modo instantáneo, y sentirán que ese sentimiento, (que misteriosamente está pero que no podemos decir que este en ningún lugar de nuestra realidad física), que ese sentimiento, repetimos, de un modo intenso, está ahí, no como estaba la lámpara ni el dolor en la mano, pero está.
De qué manera, no lo sabemos. Pero no solamente está sino que además es lo mas sustancial de nuestra vida. Mas aún: lo que merece vivir y continuar viviendo la vida.
De modo que nos encontramos de un modo casi mágico un camino sencillo, para hacer revivir el sentimiento: su visualización.
Y otra cosa tan interesante que llega a asombrarnos. El Yoga, que no es método, sino la filosofía de la India que busca la libertad absoluta, y que al estudiarlo durante dos décadas, apenas si sabemos algo de sus secretos, cuando se enfrenta con la realidad humana profana y quiere ir mas allá para llegar la condición sagrada, da una norma sencilla: visualizar un punto concepto, una imagen, una palabra, y concentrarse en el con objeto de liberarse del proceso mental, fuente de sufrimiento.
Así que una de las vías principales para acceder a la libertad absoluta, para alcanzar la iluminación, es la visualización de algo y la permanencia esforzada e interrumpida en de esa visualización sea fuera (un punto, un objeto) o dentro, en el proceso de la mente.
Mircea Eliade, en su libro, Yoga, libertad e inmortalidad, alude a las excavaciones comenzadas, hace treinta años, en el Penjab por Sir John Marshall y sus colaboradores y continuadas por E. Mackay Vatts y Wheeler, que revelaron una civilización cuyo apopeo puede estar situado entre los años 2500-2000 antes de la era cristiana. Fueron estas excavaciones en las ciudades de Mohenjo y Daro.
Y dice Eliade: Pero el hecho mas importante en este descubrimiento es el hallazgo un tipo iconográfico que puede ser la primera representación gráfica de un yogui. Sirve esta nota para que empecemos a ver en el Yoga un universo inmensamente rico.
Concluimos: que si “ver” lo externo, o ver lo interno , es la llave maestra de encontrarse con la ascensión a una vida superior, tanto en una de las terapias mas antiguas, y que si “ver” también es el camino del individuo humano para la vivencia recóndita de lo afectivo, estas visualizaciones pueden ser el sendero hace ese gran salto en el orden de la paz interior que venimos queriendo dar y no damos.
Estas breves líneas hemos de decirlo son la síntesis de cuarenta años de actividad meditativa en torno al mundo emocional, inasequible, inaprensible, e inconmensurable.
Estas breves líneas son el prólogo de un enorme trabajo que quizá sea hora ya de emprender.
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