Los lácteos medicinales

Y los adelgazantes para estafar

Para
un colega santafesino, Alberto Marcipar, quedó por demás claro que los
organismos reguladores de la publicidad de alimentos y medicamentos no están
capacitados o
no tienen interés en la situación actual de asumir sus
responsabilidades de cuidar la salud de la población. En verdad coincido
plenamente con ello. Qué menos si la evidencia así lo confirma.

Muchas de las cosas que vemos a diario, que como simples ciudadanos nos resultan
graves y poco sensatas por la escasa (o ninguna) atención que se les brinda en
la función pública, y después de todo lo que he dicho, ante la inacción de las
autoridades, se las debe tomar en joda.

 

O sea hacer lo que decía mi abuelo
Isidro
: “Cuando hables de cosas graves con responsabilidad y a nadie
le importe un bledo, lo mejor es que lo tomes para la chacota. Nadie puede
sentirse zaherido, pero lo más probable es que ye presten atención”.

Somos una sociedad de consumo, sin lugar a dudas. Claro, esto es una
perogrullada. Los marketineros lo saben perfectamente por eso apuntan con
mayor rimbombancia hacia el gremio femenino, el más susceptible para obrar
impetuosamente, sin utilizar el sentido común; actúan por propulsión más que por
certidumbre.
 

Además, algunas malas lenguas dicen que son fáciles de empaquetar
con productos (lácteos vitamínicos, bebidas reguladoras, adelgazantes que
provocan colitis, cremas con baba de caracol, champúes con placenta de tortugas
(¿las tortugas son ovíparas?), etc.) que les aseguran figuras como las de
Jennifer López
o Shakira.


Estos especialistas en mercado adquisitivo
conocen muy bien aquel axioma que habla de los límites de la inteligencia y de
la desmedida estupidez humana. Y obran en consecuencia. Nada de lo que
afirman con énfasis para convencer puede ser probado ni técnica ni
científicamente
.


¡Nada! Pero eso no les importa. Cuentan con una absoluta
libertad de acción, y a pesar de las normas establecidas para la difusión en lo
que a veracidad se refiere, machacan y machacan y terminan por lavar los
cerebros.




Ya lo
decía don Erasmo: La mentira y el hurto son vicios parientes.
Las promesas divulgadas en los cortos publicitarios, absolutamente
imposibles de certificar indiscutiblemente, son falacias deshonestas que no solo
afectan el bolsillo de la gente, sino que también le escamotean el
preciado tesoro de la credibilidad, burlándose también de las normas legales que
regulan la materia.

Pero lo más lamentable es que en esta horrible y grotesca
aventura embarcan – mucha mosca mediante – a profesionales que han
logrado cierta reputación pero que los ciega la concupiscencia.


En su momento, el doctor Jorge Surín, profesor titular de Derecho
Publicitario de la Universidad de Palermo y letrado actuante en la Dirección
Jurídica de Protección al Consumidor
del Gobierno de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires
, dictaminó sobre el tema.


Sus palabras, que
recogimos en un artículo que se nos “invitó” a levantar so pena de hacernos
sonar como arpa vieja, confirmaba que las normas legales vigentes establecen que
“se trata de publicidad engañosa todas aquellas promociones o
presentaciones que mediante informaciones erróneas induzcan a engaño, de manera
tal que el consumidor tiene una expectativa equivocada sobre las
particularidades y alcances de los productos”.


Y en el
caso específico de los alimentos elaborados para niños, el abogado sostenía que
“se hallaron fuertes evidencias de que se exageraba la calidad de los
preparados con una falsas promesas…”
Pese a todo, el poder económico nos dio
con un hacha.

Para
muestra de exageraciones solo basta analizar la publicidad de ese producto
bebestible, y que durante el mundial de fútbol tuvo como principal figura a
Lionel
Messi. Los publicistas prometían (aún lo hacen con otras
caras), que su ingesta protegía al organismo contra siete (se remarcaba un 7
gigante) trastornos clínicos.


Entre otras ventajas sanitarias, el preparado –
que seguramente tenía algo de leche – era excelente para mejorar la flora
intestinal, reducir el colesterol y combatir la osteoporosis. Algo así, más o
menos.


¿Cuánto hubiera pagado el Faraón por contar con ese alimento tan
maravilloso para hacer pelota a las siete plagas que Moisés fue derramando sobre
Egipto? O al propio Moisés para mantener vivo a su pueblo que zafaron de la
esclavitud y tomaron el camino del desierto…

Más
que establecimientos lácteos, algunas plantas parecen laboratorios medicinales
que venden vitaminas con algo de leche incluida. Ciertos yogures tienen en su
fórmula todo el abecedario vitamínico, desde la A hasta la Z.


Algunos graciosos
afirman que hay craneotecos industriales que sugieren (para
seguir incorporando nuevos compuestos químicos), apelar al alfabeto griego para
identificarlos en los envases. Esto es una guarangada, pero resulta chacotera,
¿verdad?

Lo
que sigue parece una exageración. En realidad puede que lo sea. Pero lea y
medite. Si esboza una sonrisa socarrona, creo que logré mi cometido de que
“avive el seso y despierte”,
como en el poema de Jorge Manrique.

Se
expenden preparados que sugieren, de manera subliminal, una mayor efectividad
que la leche materna. Otros, creados especialmente para mujeres (parece que a
los hombres no los afecta el estreñimiento), son infalibles para asegurar la
regularización intestinal (intuyo que la evacuación) como si el sistema
digestivo se tratara de un sistema computarizado. ¡Y qué felices se muestran las
damas reporteadas que aparecen en el corto y que emiten opiniones varias! Les
falta exclamar: ¡Eureka!

Pero el que se lleva los laureles, en lo que a exageración se refiere, es el
que hace desaparecer el frío y los traumas invernales; que sugiere sin
ambages que aquel que lo incluya en su dieta diaria podrá “cantar, saltar
y brincar, andar por los aires y moverse como mucho donaire”
, al tiempo
que estará físicamente en condiciones de afrontar torrenciales chubascos,
desabrigado y sin impermeable.


Muy parecido a Gene Kelly – ¿habrán
plagiado el jingle? – cuando bailaba y cantaba bajo una fuerte lluvia,
pero sin beberse un lácteo revitalizador. Realmente – he ahí lo dramático – lo
que se nos presenta con mucho eufemismo en la televisión (con todo respeto y
sin ánimo de que me lleven a los estrados de la Justicia) me resulta una
apología a la filosofía japonesa del kamikaze (viento divino).


Se sugiere a que la gente podrá abandonar sonriente y acalorada la cama
mañanera. Y que con poca vestimenta puede alcanzar la calle optimista y sacando
pecho para enfrentar un clima polar. Es que ha ingerido lo que le ofrecieron y
se siente preservada de cualquier dolencia invernal, inclusive de la gripe
aviar.

Y
ahora, un gracioso contrasentido. Después de semejante despliegue publicitario,
de transformar el invierno en verano, si uno junta 14 tapitas “Melitac”,
el producto milagroso, ¡regalan una bufanda! al afortunado
“viento divino”.

¿No habría sido más apropiada una chomba de mangas cortas,
bien estival? Y bueno, como decía el finado Don Alvaro: “¡Hay que pasar el
invierno!”

¡Parece cosa e’Mandinga!, ¿verdad?

Una demanda por allá; un abogado por acá…



¿COMO CALIFICAR LA INACCION GUBERNAMENTAL?

Comentábamos
en una nota anterior – “Leyes, Salud y Alimentación: La Leche Materna no
se Negocia”
– sobre un revolucionario paso dado por el Poder Legislativo
boliviano al promulgar Diputados por mayoría un proyecto de ley de grandes
alcances sociales que ya pasó a Senadores.

Dicha norma legal determina que el
necesario amamantamiento de las criaturas no puede ser suplantado por
otro tipo de alimentación (v. g. derivados lácteos híper vitaminizados),
y prohíbe de manera terminante que en la publicidad, tanto gráfica como
televisada, se apele a profesionales médicos o enfermeros para convalidar las
bondades de los productos. Pero avanza mucho más: impide la actuación de
criaturas menores a los dos años en los spot publicitarios.


Y parafraseando al astronauta Neil Armstrong cuando
pisó la Luna, “fue un pequeño paso para los legisladores bolivianos, pero
un enorme salto para la sociedad del país hermano”.

Al
hablar sobre los avances alcanzados para el cuidado de la salud desde la primera
edad, se comenta en corrillos bolivianos la necesidad de legislar también sobre
ciertos productos farmacológicos para eliminar la obesidad y recudir el peso
corporal, y que son verdaderos engañapichangas.

Me refiero a esos dos engendros
llamados “Reduce Fat-Fast” y el “Amerilab Silhoette Efervescente”,
que se elaboran en los Estados Unidos solo para ser vendidos al sur del Río
Grande ya que están absolutamente prohibidos en ese país.


En lo que a la Argentina se refiere, esta chantada se ha
transformado en un ¡Viva la Pepa! Por ejemplo, el Ministro de
Salud y Ambiente, doctor Carlos Ginés González, como médico veterano sabe
que todo cuanto afirma Jorge Hané, el chamán venezolano que acumuló una
enorme fortuna gracias a la candidez humana, es una aberrante mentira y que sus
pastilla lo único que pueden adelgazar son los bolsillos de los ingenuos que
creen en su melosa charlatanería y en el plañidero “¡Llame ya!”.


También lo saben los profesionales de la ANMAT
(Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica)

sobre la inocuidad de estas pócimas solo aptas para sacar plata. La ANMAT,
de manera desaprensiva, deja correr este desatino, una suerte de placebo para
gorditos inocentes que con el tiempo terminan por darse cuenta que han sido
embaucados y solo les queda ir a cantarle a Gardel.


Los engañados, que lucen
como la “Tota” Santillán y ambicionan la figura de Pablo Echarri,
deberían interponer denuncias judiciales por la irresponsabilidad de
quien permite la circulación por todo el país del “Reduce Fat-Fast” y del
“Amerilab Silhoette Efervescente”, este último engendro diabólico es el
que mayores embustes afirma sobre sus presuntos beneficios.


No es mi intención ofender a nadie. Muy lejos de ello. Pero
es obvio que el Estado no cumple con sus misiones y funciones de preservar a
ultranza la salud de la población y controlar de manera integral todas estas
barbaridades. Tampoco lo hacen los organismos dedicados a la Defensa del
Consumidor, tanto de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como de las provincias
argentinas.

También
tengo algo que decir con relación a los médicos mediáticos, especialmente los
que ofician como panelistas en distintos programas informativos de los canales
de cable y aire. No me olvido del doctor Alberto Cormillot y su
participación en el envío televisivo “Cuestiones de Peso”.

Ni tampoco del doctor Nelson Castro, quien en su programa “El Juego
Limpio”
no deja de mostrarse pedagógico y erudito en cualquier tema de
actualidad, ya sea económico, político y social. Y realmente lo hace con toda
solvencia.


Lo increíble es que jamás, entiéndase bien, jamás
he oído de boca de estos médicos que ejercen el periodismo, comentarios algunos
de advertencia sobre las atrocidades de estos adelgazantes y otras pócimas, que
no sirven para nada y que se utilizan sin ningún control histológico.


No lo
puedo aceptar, pero todo me lleva a pensar sobre aquello de que “donde se
come no se manicurea”.
No echemos en el olvido que los canales perciben
suculentos ingresos por la publicidad que generan estos engendros
frankistenianos…


Entiendo que la misión de estos profesionales no es solo
hablar de medicina y/o política, sino que tambien tienen la ineludible
responsabilidad
de alertar, haciendo docencia, sobre los engaños del que son
blancos los incautos ciudadanos con problemas de obesidad. Estos médicos han
formulado – creo que aún se estila – el “Juramento Hipocrático”
por lo cual al callar, otorgan.


No pretendo sugerir que sean perjuros, pero si
voy a recordarles que : “juraron por Apolo, médico, por Asclepios, Higes y
Panacea, y tomaron por testigos a todos los dioses y diosas, cumplir de acuerdo
a su poder y razonamiento, la práctica de la medicina y enseñar el arte de
curar (…)También se comprometen a aplicar los regímenes para bien de los
enfermos pero nunca para perjudicar o hacer mal; y que a nadie darán para
satisfacer sus deseos un remedio mortal, ni consejo que induzca a su
destrucción; y tampoco administrarán un brebaje abortivo (…) Si cumpliera este
juramento con fidelidad, que goce mi vida y mi arte buena reputación entre los
hombres y para siempre; pero si de él me aparto o lo transgredí, que me suceda
lo contrario”.
Esto se remonta al Siglo 460 a de C.


No sé si en la actualidad se continúa refrendando este
“contrato”
de responsabilidad de quienes reciben sus diplomas que les
acreditan se doctores en medicina, pero entiendo que resulta bueno recordarlo
para que el vulgo esté enterado de un compromiso contraído hace 2466 años aun
vigente.


Y también para activar conciencias entumecidas. Con el debido respeto,
incluyo en este recordatorio a los médicos de la ANMAT, del Ministerio
de Salud y Medio Ambiente
, y a los integrantes de la Academia Nacional de
Medicina
.



CONCLUSION REFLEXIVA




Dos mil cuatrocientos sesenta y seis años de diferencia
y un romanticismo aplastado, destruido, pero no olvidado en este nuestro joven
siglo XXI, al que me gustaría calificar como de prosperidad, aunque tantas
guerras y matanzas genocidas hacen pensar lo contrario.



La profesión médica –
salvo algunas excepciones – conserva todavía un dejo de respeto y cariño
por aquella historia que fue. Y en medio del fárrago de un siglo XXI
progresista, me inclino respetuoso ante la memoria Hipócrates quien es
considerado el primer médico con derecho a llevar tal calificativo, y quien juró
– y legó para la posteridad – cumplir con la sagrada misión de acuerdo a los
preceptos que él mismo estableció.


Muchachos, a ponerse las pilas y obrar en
consecuencia. Honrar a Hipócrates, será Justicia.
 

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