Equidad, cuestión de género

Ninguna escapa a la discriminación, solo que algunas se convierten en Superniña; son las que corren con el celular pegado en el oído y el trajecito sastre impecable a comprar la harina impalpable para la torta de sus mellizos...

El género no es el sexo, sino el conjunto de
significados y mandatos que la sociedad le atribuye al rol femenino y al
masculino en un determinado momento histórico y social, indicándonos una
supuesta forma ideal de ser hombre o mujer.

Por ejemplo: el mundo laboral se divide en un ámbito
privado y otro público; a la mujer (la que durante las guerras tuvo que ir a la
fábrica y a la empresa a reemplazar al hombre) se la condenó siempre a la
invisibilidad del trabajo doméstico, a ser la proveedora obligada de servicios
indispensables pero gratuitos.


Lo femenino
es definido aún como el territorio de lo emocional, de lo silenciado (de allí
que tantos abusos de distinto tipo  se
realicen dentro del  perímetro de lo
privado), y todo lo que tiene que ver con la reproducción humana (la mujer debe
ser madre y el embarazo es su estado de perfección bíblica, su finalidad
natural). 


Ninguna escapa a esta
discriminación, solo que algunas se convierten en Superniña; son
las que corren con el celular pegado en el oído y el trajecito sastre impecable
a comprar la harina impalpable para la torta de sus mellizos.

El arquetipo viril nos presenta un hombre proveedor de
bienes materiales,  productos
culturales y de
la sexualidad. El

varón  pertenece al sector de lo público,
en síntesis, detenta el poder. Para él es “la calle”.

Hoy, aún el inconsciente colectivo sigue atribuyéndole
a la mujer el rol doméstico por excelencia, a través de representaciones
sociales y psíquicas que las inclinan desde que nacen para desarrollar ciertas
potencialidades e inhibir otras.

De allí también la idea estereotipada de que la mujer
es sensible, dócil, emotiva, y  el
hombre es racional, duro y no llora.

Por eso las telenovelas son para ellas y se emiten en
horario vespertino, ya que por la noche llega el hombre para el cual el hogar es
un lugar de ocio, no así para la mujer que “sigue estando en su ámbito
laboral”.

Pero las necesidades sociales que motivaron el acceso de
la mujer al mundo de la producción demostraron que ellas son más versátiles y
eficaces  que los varones. Por otra
parte la desocupación generó nuevos “amos de casa” resignados a aceptar
que la representación de la masculinidad ya no se asienta en el afuera.


En este
caso, algunos matrimonios sucumben  cuando
les resulta intolerable asumir los nuevos roles 
El varón se deprime porque deja de ser el proveedor y la mujer a veces
lo fustiga y lo desvaloriza. La dama no puede admirar ahora a su
Cid Campeador porque lo ve planchar la ropa y cocinar el bizcochuelo
mientras ella vende seguros de vida. 


Hoy
más que nunca la dicotomía masculino/femenino
propone una nueva dramática en la que cada uno debe aceptar, compartir,
negociar, respetar espacios, contener y sobre todo, amar de veras al otro y al vínculo
logrado. O de lo contrario seguir siendo parte de un ejército de liberados pero
tristes, y demasiado solos y solas.

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