CSI y similares: la tevé de un mundo inseguro

¡No olviden el pochoclo y el algodón! Desde hace tiempo tenemos en pantalla necropsias reveladoras, y en poco tiempo disfrutaremos de un ciclo de crímenes irresueltos donde veremos las fotos de restos humanos descompuestos en la bañera, en los pozos ciegos y en una alguna cañería de agua tapada

Y aunque
los sobrinos del Tío Sam duden que a Kennedy lo haya matado Oswald, en la
pantalla nos siguen convenciendo en excelentes ficciones y documentales, que
ellos con un pelito de ameba del cuerpo del occiso averiguan hasta la dirección
de la maestra de primaria del bastardo que lo asesinó.


Aunque aquí también
filmamos forenses piolas en tevé, que nos transmiten las voces de hematomas y
cuchilladas, ya que como ellos dicen, el cadáver habla.


Pero,
como si nos faltaran achuras y chinchulines de víctimas de los crímenes criollos
y foráneos, también se han agregado los realities que compiten con las
versiones extranjeras de cirugías y reconstrucciones de rostros y otras partes
del cuerpo.


Nos sorprenden con operaciones de cambio de sexo en vivo y en
directo, rostros con atrofia muscular y labio leporino que se abren al ojo de
la cámara para que veamos cómo un bisturí los transforma en segundos.

Y eso no
es todo, también nos proveen series en las cuales las protagonistas charlan con
los muertos, cuyos fantasmas vuelven a la Tierra a reconciliarse con los seres
queridos y saldan todas las cuentas pendientes hasta que una luz divina se las
lleva.


Tengo la
imprecisa alucinación de que cada vez que los Estados Unidos padecen un
presidente belicista, de esos que exportan guerras o hacen que su gente esté en
peligro de sufrirlas en su territorio, aparecen (mágicamente) programas y
películas que nos ayudan a digerir el antes, el durante y el después de
una conflagración mundial.


Y no me refiero a una propaganda directa que nos
muestre que los rusos, latinos, vietnamitas, negros y árabes son los malos.


Si
no a algo más subliminal aún, como si nos dijeran: “no es tan impresionante
ver un tipo estropeado por un misil, y si se va para el otro lado, no te
preocupes que alguna médium lo comunica con el presente y viene cuando se le
canta”.

En la
película EL ESPÍRITU DE LA COLMENA, de Víctor Erice, se muestra un pueblo
pequeño, perdido en la meseta española en 1940 al cuál llega como estreno la
película Frankenstein.

En el desvencijado salón donde se exhibe el film,
entre el público, hay dos niñas, Ana e Isabel, que miran atentamente la
película, y luego a la noche, Ana le pregunta a su hermana porqué el monstruo
mata a la niña luego de regalarle una flor, y porqué al final muere él también.

Interesante duda de la chiquita que no hallaba en la lógica interna del guión
una causa cuyo efecto fuera ese acto de violencia extrema. Nosotros tampoco,
pero mientras tanto ya nos acostumbramos a cenar presenciando una autopsia en
colores, mientras mojamos el pan en la salsa.

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