Hoy la filosofía del “hago la mía y la paso bien” se ha colado hasta en tus círculos más cercanos, y ante ciertos comportamientos salvajes, los que apostamos al viejo ceremonial, o somos tímidos, nos quedamos sin libreto.
Uno de estos malos ratos en situaciones rutinarias y cotidianas, es común que nos toque sufrirlo el día en que nuestra Eva nos blanquea como novio ante su núcleo íntimo. Es ahí cuando el desprevenido Adán quizás descubra que su Lady Di se ha criado rodeada por algunos descendientes de Tarzán, y del mono relojero en celo.
Si eso te ocurre es que te has topado, sin anestesia, con los desubicados de siempre, esos tipos más absurdos que payaso en velorio, y absolutamente impunes. Su delito es el descaro agravado por el vínculo.
Me refiero a ciertos especimenes que pertenecen al mundo masculino que rodea a tu mujer: primos segundos, amigos varones, tíos lejanos, compañeros de trabajo, esos que le mandan e-mails pornográficos, o que en una reunión familiar, después del tercer vaso de cerveza, inesperadamente le dicen a ella chistes obscenos, la sacan a bailar delante de vos como si fueras un poste, y la revolean por el aire, apoyando la mano donde no deben, (o acercándola sin tocar del todo), generando fricciones entre la pareja, cuando los dos vuelven a casa y él exclama: “¡Cómo se lo permitiste!”.
Y bueno, sonaste hermano. Porque los desubicados de siempre son desvergonzados y atrevidos, pero tu Eva los ve como alegres, divertidos, y chiquilines, aunque ya sufran los efectos de
Ellas saben que son improcedentes, extemporáneos, impertinentes, pero igual pareciera que les cuesta mandarlos al diablo.
Al contrario, los defienden ante sus nuevos candidatos, sin percibir que para los desubicados de siempre, las parejas felices son como la luz solar para Drácula, por eso su misión inconsciente es crear conflictos entre los consortes unidos, aunque parezca que solo quieren pasarla bien usando a los presentes como títeres de su divertimento.
La incógnita es saber si tu señora querrá algún día ponerle límites a aquellos que no conocen el arte de la convivencia entre el pasado y el presente de una mujer, o se volverá a quedar sola, por defender a quienes la dicha ajena los irrita como la sal a los caracoles.
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