Muchas veces nos dicen que cuando visitemos a un cliente hemos de cuidar nuestra imagen: traje, camisa, corbata, la justa medida de maquillaje y de perfume… nos aconsejan cómo debemos dar la mano —ni con demasiada fuerza ni sin ella—, cómo debemos sentarnos y mirar a nuestro interlocutor, qué actitud debemos adoptar…
Pero cuando la imagen que vamos a dar ante nuestros futuros clientes no se trata de nuestro aspecto sino que consiste únicamente en un texto escrito, estamos desnudos, y a menudo olvidamos que seguimos debiendo ofrecer una imagen de corrección y profesionalidad.
Desprovistos de nuestra imagen física, tenemos que construirnos a nosotros mismos a través de las palabras, terreno resbaladizo donde reina la incertidumbre, puesto que es difícil saber cuál será la interpretación de los lectores. Y, por otra parte, el texto no dice solamente cómo somos, sino también cómo trabajaremos.
Por eso mismo debemos cuidar nuestra imagen aún más en la redacción, pues una sola palabra que resulte inoportuna puede presentarnos ignorantes o impertinentes, y un error ortográfico o una sintaxis desangelada habla de nuestra forma de hacer las cosas, que el cliente puede extrapolar y de este modo pensar «Si es así de descuidado en esto, ¿cómo será en el desempeño de otras tareas?».
Nuestra imagen es lo que hacemos y lo que decimos, pero aún más lo que escribimos, pues ahí no hay nada que nos ayude más que las palabras, tan rebeldes, tan polifacéticas y tan vivas. Nuestra imagen se construye en buena medida con nuestra capacidad de encontrar la palabra precisa, tan escondida a veces.
La ayuda que buscas
El corrector es un profesional del lenguaje cuya función es conducir el mensaje desde el emisor —el escritor, empresario o cualquier persona que desea redactar un texto— y el receptor —los clientes que solicitarán los servicios de nuestra empresa.
El corrector revisa la ortografía y la gramática, limpia el texto de errores y actúa de intermediario entre el autor, que sabe lo que quiere expresar, aunque no siempre sabe cómo —las ideas están claras en nuestra cabeza, pero cuando intentamos domarlas para que discurran dóciles por el papel se vuelven rebeldes y se niegan a expresar lo que queremos—, y el lector, que percibe no lo que el autor pretendía decir, sino lo que dijo.
Todo aquel que desee vender u ofrecer un servicio debería ser consciente de que si no existe comunicación entre empresarios y clientes, no habrá acuerdo ni contrato.
De este modo es importante para cualquier profesional que deba contactar con sus clientes a través del escrito que conozca la existencia de estos profesionales del lenguaje y cuente con sus servicios, porque lo cierto es que más relaciones prosperan como resultado de un texto limpio y una palabra correcta que de un traje elegante, pues las palabras son el mejor espejo de nuestro carácter.
No permitas que como consecuencia de una redacción confusa tus clientes sientan desconfianza. Una expresión transparente y sin errores evitará que se deshagan las alianzas y las fortalecerá, contrata un corrector que revise tus escritos y te asegurará la fidelidad de tus clientes.
Por Vanessa Mata Montero – Asesora lingüística en MercadeoBrillante.com.
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