El reclamo como expresión patológica

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Al llegar a la tercera edad, algunos mayores se angustian y transforman sus temores en una situación pasiva y de queja permanente. Los reclamos incorrectos que debemos evitar.

Subsiste
un amplio porcentaje de pasivos que han quedado fijados, estereotipadamente, a
la expresión de su
disconformidad a través de la queja, del reclamo lastimero
efectuado en el seno de la familia, en la “cola” del banco, en el centro de
jubilados, en la plaza, en el supermercado, etcétera.

Ese
“reclamo no organizado” no tiene futuro o lo que es igual, no tiene vida. Al
estar desvitalizado, es una patada al vacío que no obtiene respuestas y que
provoca variadas consecuencias:

1-La
disminución y empobrecimiento del entorno social que rodea al pasivo, por
cuanto las personas gruñonas generan rechazo, mucho más si son mayores.

Sin
embargo, el entorno social ya se encuentra disminuido desde el vamos en cuanto,
al perder su condición de integrante de la
población económicamente activa,
pasa a engrosar las filas del sector económicamente dependiente.

Comienza a
privarse de los lugares y las personas con las que hasta el momento de su
jubilación, compartió largas horas de cada día, luchas y esfuerzos, alegrías
y sinsabores; es decir, de aquellos con quienes construyó su identidad como
trabajador.

Aquí, nos encontramos con el punto crítico en el cual se produce
un pasaje, un cambio de situación, donde lo que se deja como entorno social no
tiene la contrapartida saludable de lo que podría ser ganar un nuevo entorno en
el que se desarrollara como miembro de una población socialmente activa.

2-El
incremento del sentimiento de soledad de aquél que se queda mientras otros se
van, continuando su carrera productiva a través del trabajo, la profesión o el
estudio.

Este sentimiento se une, paulatinamente, al desconcierto generado por
la disminución del entorno social y a un creciente sentimiento de impotencia o
pseudoinvalidez decretada por los organismos que definen cuándo un trabajador
está en condiciones de retirarse definitivamente.

Ocurre que se pierde un
entorno que implicaba compañía, reconocimiento, intercambio y suministro
afectivo.

3-La
sensación de vacío provocada por la ausencia de una inserción social que
capitalice lo que resta de su intelecto, de su fuerza, de su habilidad o
destreza pasados. A esto se suma, por parte del pasivo, que ya no está
a la altura del progreso tecnológico que invade los lugares de empleo, pues se
le quitan las posibilidades de incorporarla a través de su capacitación.

 Aparece el sentimiento de futilidad, de
vivir de balde, de no interesar a nadie, no ser buscado, necesitado, no ser importante para alguien o para alguna actividad. Un
dicho popular es repetido por algunos pasivos: “Aquí estoy, como pan que no
se vende y harina que no se amasa”.

Este
panorama encuentra su vía de expresión inicial en el mayor a través de la
queja estereotipada y no organizada; que no encuentra eco ni respuesta, salvo la
comprensión transitoria del ocasional interlocutor.

Entonces, el pasivo
finaliza reaccionando con un estado depresivo, que se irá agravando hasta
convertirse en estados melancólicos motivados por la pérdida.

El
mayor experimenta penosamente su empequeñecimiento social, no se resigna a
llevar una vida menos activa y tal vez, agrava su estado depresivo ante el
balance negativo de su vida si se culpa por la comisión de errores, o la omisión
de acciones que le hubieran dado otra ubicación en este momento final de la
vida laboral.

La angustia sobreviene ante la
posibilidad de medir y evaluar su desempeño pasado y la ausencia de
posibilidades de repararlo ahora o de realizarlo de otra manera.

A la incertidumbre material del
presente y del futuro se le suma el temor de constituir una preocupación para
sus familiares o de terminar recurriendo a otros modos de asistencia, lo cual
representa la pérdida de la condición de independencia y productividad que
hasta el momento del retiro detentaba.

En
resumen, tanto a través de la actitud depresiva como a través del reclamo
patológico, la población pasiva está expresando el sentimiento y la convicción
de ser abandonados sociales y como tales, optan por estos dos caminos:

1-
Deprimirse y entregarse pasivamente a una situación que los supera y se les
torna material y emocionalmente inmanejable, tal como las personas aquejadas de
un síndrome de abandono.

2-
Tratar de imponer las reservas vitales que les restan y reclamar hasta niveles
de violencia, tal como harían las personas con un síntomas de abandono a forma
agresiva, aquellos que intentan arrancarle a la sociedad lo que ésta les
retacea o niega.

Continuará….