1) Se nos enseña que para ser feliz hay que encontrar un príncipe azul o una media naranja; enamorarse, casarse, vivir en pareja o “arrejuntarse”, cualquiera que sea el término, el mensaje es el mismo, fuerte y claro.
Desdichado aquel que no lo haga pues el llegar a cierta edad y no estar acompañado es considerado casi un sacrilegio que hace que la gente condene al pobre individuo como alguien que se ha quedado a “vestir santos”; por no decir, que sea tildado de homosexual mantenido, al hombre que todavía vive con su mamá; de santurrón; freak, en fin; un engendro extraño y anormal que no encaja en los cánones de esta sociedad.
Así, desde que los jóvenes tienen apenas diez u once años, si no antes, ya comienzan a ser “atacados” con la eterna pregunta impertinente “¿tienes novi@?”, “¿y el/la novi@?”.
Como si el novio o la novia, cualquiera que sea el caso, fuese un requisito sine qua non para entrar y superar la de por sí tan difícil etapa de la pubertad.
Tan insistente y chocante se hace la pregunta que, sin quererlo, quienes la formulan impulsan al pobre pre-adolescente que apenas tiene noción de la vida, o apenas tiene vagamente definida su propia sexualidad, a buscarse al primero que se le atraviese y pueda servir a sus propósitos para no sentirse anormal o extraño, para satisfacer la demanda de la sociedad.
Pues lo “normal” es tener novi@. Parece inverosímil que esa inocente interrogante “¿y el novi@?” sea incluso la causa mayor de que los jóvenes, en su intento desaforado y desesperado de que se les considere como “normales”, se envuelvan en relaciones no deseadas voluntariamente, para nada intrínsecas.
Pero eso sí, ya una arraigada necesidad externamente motivada; no es creíble que esa simple pregunta sea causa de que se contagien, incluso, de cualquier tipo de enfermedades de transmisión sexual; o se embaracen precoz e innecesariamente, más por ignorancia que por deseo, para que su prole corra con la misma patética suerte que él o ella sufrió: buscarse a cualquiera como pareja para tener un nombre que contestar cuando le pregunten por el/la novi@.
2) La baja estima, es resultado, en parte también, y sólo en parte, del aprendizaje cultural.
Si corremos con la dicha de no ser “hijos producto” del “amor desenfrenado” descrito arriba que nos hará cargar una cruz cuyo peso no nos correspondía ni antes de haber nacido y seguramente afectará nuestro autoconcepto y autoestima, se nos enseña que tenemos que encontrar a “ese alguien ideal” para poder vivir. Innumerables canciones, himnos de amor, rezan que el otro es el ser que nos hace latir el corazón.
Nos falta el aire sin ese otro; no podemos concentrarnos, pensar, comer; no podemos vivir; “no somos nada” sin ella o sin él.
A diario nos bombardea no sólo la música en la radio, sino las imágenes en el cine y la televisión; la mezcla de ambas, música e imagen, en la publicidad; la palabra en la prensa, la poesía y la literatura.
Además, por supuesto, de la presión de nuestros familiares, amigos, conocidos e incluso desconocidos.
Resulta que así, dejando totalmente de lado nuestro propio y desvalido ser, execrándolo por completo, saltamos de relación en relación buscando la eterna fuente de la felicidad en ese otro ser especial, sólo para darnos cuenta de que cuando lo tenemos nuestra vida no es menos miserable, es más, peor aún, nuestra existencia se hace incluso más miserable cuando despertamos de la ilusión y vemos la cruel y cruda realidad: ese otro no es tan especial, después de todo es un ser común y vulgar con tantos o más defectos que nosotros mismos.
Al terminar la etapa de enamoramiento, pues, esa etapa de ilusión, nos sentimos defraudados, engañados, como quien compra un producto por televisión atendiendo exclusivamente a su exagerada publicidad y no a su verdadera calidad, sin la posibilidad de devolverlo o, mucho menos, de que se nos devuelva el dinero de la cuantiosa inversión de tiempo y/o dinero que hayamos hecho.
Llegamos al punto en que la relación se hace insoportable y, en el mejor de los casos, uno de los dos, inteligentemente decide darle buen término a aquello antes de que comience a surgir algo peor. Seguimos buscando, y buscamos y buscamos en otros esa felicidad que ningún ser, por especial que sea, nos podrá dar.
¿Por qué no se nos enseña que es en nosotros mismos en donde yace la tan preciada piedra filosofal, fuente inagotable de la eterna y añorada felicidad?
¿Por qué en lugar de darle al otro la titánica responsabilidad de hacernos felices, antes de amargarle y amargarnos la existencia no nos dedicamos a conocernos mejor, a mejorar lo que somos, para compartir sólo lo bueno y lo mejor de nosotros y no lo malo y lo peor, esperando además, por si fuera poco, que el otro sea quien nos haga felices?
El acto más sensato sería no encomendarles a otros esa imposible labor y no aceptarla de otro que tenga tales expectativas con nosotros.
¿Por qué no enamorarnos de nosotros mismos antes de enamorarnos de los demás?
¿Por qué no nos seducimos para luego seducir al otro, sin necesidad de usar la mentira como ardid sino mostrando en realidad lo que somos, sin miedos ni tapujos?
Si aún hay cosas que odiamos en lo que somos y hacemos o tan siquiera cosas que no sean de nuestro total agrado con respecto a nuestra persona
¿Por qué darle eso al otro esperando, para colmo, que nos ame por ser quienes somos? ¿Por qué mejor no amarnos para que otros puedan, entonces, realmente, amarnos?
Espero que no se malinterprete mi mensaje. Creo fiel y ciegamente en las relaciones sanas, en el matrimonio, y sobre todas las cosas, en el amor.
La carga negativa de lo que expreso acá tiene un propósito intencionado y se basa única y exclusivamente en las relaciones de dependencia afectiva, las relaciones estériles, vacías, destructivas; en la búsqueda incesante de alguien que remplace los sinsabores de cualquier fracaso afectivo-sentimental sin que nos detengamos a aprender de lo que hemos vivido.
Today, I wish you to be your own Valentine.
Por Greisy Fernández Gil
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