Estimada señora:
Es motivo de la presente tratar de explicar lo
extraño de mi comportamiento durante nuestra cita. Y pedir las disculpas que
corresponden para el caso.
Sucede, respetable señora, que si bien fue muy agradable tratarla, yo estaba
esperando encontrarme con otra persona.
Hoy puedo afirmarlo. Porque aunque UD. diga lo contrario, después de analizar
las respuestas que dio a mis preguntas, (que espero no halla tomado como
inquisidoras), puedo asegurarle que era otra a la que yo esperaba.
Debo reconocer que es UD. una mujer muy hermosa. Pero de una belleza tranquila,
relajada. Esa belleza que consiguen las mujeres maduras, aplomadas… En cambio,
la persona que yo aguardaba, es también muy bonita, pero con otro estilo. Un
estilo algo provocador, más… sensual. Ninguna duda que UD. es más elegante.
Ella quizá sea algo vulgar, pero muy sexy.
Evidentemente es UD. de un temperamento equilibrado, seguramente forjado en
fuertes experiencias que ha sabido canalizar en forma positiva. Ella, por el
contrario, es como un cuento de Andersen: infantil, agresiva, directa.
Es cierto: tienen el mismo color de ojos. Pero los suyos trasmiten serenidad y
prudencia, mientras que en los de ella se descubre una mirada audaz, casi
insolente.
Sus dientes, señora, muestran el tratamiento de los ortodoncistas caros:
blancos, parejos. Esos que permiten mostrar una sonrisa segura. Tranquila como
un manantial… Los de ella no. Eran algo desparejos. Las paletas muy grandes.
Pero su risa era una inmensidad de carcajadas, un océano de alegría…
¡Por favor, señora! ¿Cómo supone pueda creer sea quien yo esperaba? Jamás
hubiera ella hablado a favor del capitalismo como UD. lo hizo. Ella es fanática
del Che. ¡Si hasta duerme con una remera que tiene un dibujo de su cara!
Y
por último, si algo confirmó mi sospecha, fue cuando le pedí a UD. que cantara
“Ni el clavel ni la rosa”. Cualquier letra de Leonardo Favio ella puede
cantarla sin cometer un solo error. Es su ídolo.
Por eso, señora mía, aunque lleve los documentos que certifican haber nacido el
mismo día y en el mismo lugar, yo puedo asegurarle que UD. no es ella.
Lamento si en algún
momento pude resultar mordaz o ridículo con mis preguntas. Pero era la única
manera que tenía para confirmar su identidad. Después de veinticinco años, las
personas cambian. Se arrugan, engordan…Sé que a ella debe haberle sucedido algo
así. No obstante, podría reconocerla a pesar de todo. Porque nadie conocía su
interior mejor que yo. Y el interior no cambia.
No sé si después de nuestro encuentro la seguiré buscando. Creo que la perdí
para siempre. Pero de lo que estoy seguro es que por siempre guardaré el
recuerdo de esa mujer que conocí cuando tenía veinte años, a la que amaré
infinitamente.
Querida señora, ha sido un placer haberla conocido. No le quepa duda que es UD.
una dama de la cual podría enamorarse cualquier hombre. Lástima que yo ame tanto
a otra
Atentamente
Gustavo Mendoza
P.D. Seguramente tampoco era yo a quien UD. esperaba
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