La historia del turismo (II)

ACTO II: De Julio Verne a Charles Darwin, pasando por Stanley y Livingstone

 

Está plenamente
certificado que Charles Darwin abrió
el camino a lo que dio en llamarse
“Turismo Antropológico” (más acá en el tiempo, “
Ecológico”), “around the world”, en
mucho más de los 80 días que le tomó al personaje de Julio
Verne,
el infatigable turista inglés Phileas
Fogg.

Don Charles se llegó a nuestra tierras a bordo del "Beagle", allá por 1831/1836, visitando las costas de nuestra América y diversas
islas del Océano Pacifico. Este periplo le permitió acumular una gran cantidad
de información geológica, zoológicas, botánicas y turísticas.

Mucha de esa
experiencia le posibilitó, en 1852, dar a la luz su libro "El
origen de las especies",
lo que armó un tremendo bolonquí
en todo el mundo. Sin embargo, fue – aún lo es – una obra monumental no
apta para individuos con oquedades cerebrales.

Con respecto a
don Julio puede decirse que fue un
gran promotor para los agentes de viaje. Sus personajes-viajeros se
transportaron en goletas, globos, submarinos, aeroplanos, elefantes, trenes,
etc. Y posibilitó que los hijos del Capitán Grant visitaran la Argentina y
conocieran las exageradas dimensiones de un ombú muy particular.

Es factible que
estas referencias sobre viajes hayan generado el inolvidable periplo del
periodista británico Sir Henry Morton
Stanley
(aunque realmente se
llamaba John Rowlands) haciendo “trekking”
por Africa comisionado por su diario para que localizara al misionero David
Livingstone
, de quien no se tenía la más perra noticia.

La remilgada
sociedad inglesa estaba sumamente interesada por conocer su paradero, ya que lo
sabían perdido en lo más recóndito del continente africano. Algunos
pesimistas lo daban como manjar principal de un banquete canivalesco.

Si bien es
cierto que Livingstone se alegró
mucho de ver a su desconocido compatriota, no le dio ni cinco de bolainas con aquello de regresar a la tierra que lo
vio nacer.

Su meta, desde un principio, fue fundar misiones – estaba dedicado de
lleno a ese menester cuanto llegó Stanley
-, y nada ni nadie lo iba a apartar de su derrotero ni de su gente,
especialmente del séquito de quinceañeras “promotoras” que lo cuidaban con
toda dedicación.

Estaba en el paraíso. Cuando
por fin Don Livingstone abandonó
definitivamente la tierra de Tarzán,
varios años más tarde, lo hizo con los pies para adelante… y dentro de una
caja oblonga de cedro.

Ante la tozudez
de Livingstone de quedarse – como
decía mi abuelo, “era más porfiado que
culo de zorrino”
-, Stanley-Rowlands
lo mandó al “joraca” con toda
diplomacia y emprendió el camino de regreso.

Pero el virus de la aventura turística
lo había afectado de manera notable: Africa era imponente e inexplorada, y a
través de un inefable trajinar determinó que su parte Central evidenciaba una
tremenda importancia para explotaciones de todo tipo, con la maquinaria adecuada y el dinero
necesario.

Con sentido
visionario, trazó mapas, delimitó áreas y, concluido su trabajo, regresó a
su patria para ofrecerle a su rey, en bandeja de oro, el territorio descubierto.
Prácticamente lo sacaron vendiendo almanaques: no le dieron ni la hora.

Empecinado, viajó a Bélgica y puso todos sus trabajos y proyectos en manos del
rey Leopoldo II, que resultó ser más inteligente que la monarquía
inglesa, engolosinada con la India y otras colonias. Así de simple fue como se parió lo que sería el imponente Congo
Belga,
en permanente progreso hasta que llegó la Independencia…

Ello le permitió
a Stanley-Rowlands dos cosas: 1)
cuando salió de palacios miró hacia el punto del horizonte donde estaba
Inglaterra, su patria, e hizo un
emotivo y elocuente corte de mangas; y 2) continuar progresando con el Turismo pedestre y acuático: abrió rutas, fundó poblados
que más tarde fueron importantes ciudades y creó fuentes de trabajo…

No se
fue en promesas poludas como la que
el hotelero devenido en Secretario de Turismo, Hernán Lombardi, que le hizo decir al ex Presidente Fernando
de la Rúa
que el Turismo en la Argentina le iba a dar trabajo a
un millón de personas
. Siempre digo que mucha gente no sabe que
solo la inteligencia tiene límites; que la estupidez es infinita.

Los cada vez más
empobrecidos agentes de viaje dijeron:
“¿Un millón… ¡De acá…!”,
y gesticularon como el finadito Olmedo.

Y tenían mucho
de razón. Una notable cantidad de esos empresarios, ilusionados falazmente por
el ingeniero-hotelero LOMBARDI y su
entorno de incompetentes, hoy han dado de baja a sus licencias habilitantes y se
dedican a otros menesteres.

(Continuará)