Las
primeras obras de Sergio Camporeale (1955), eran informes, gestuales, donde su
exploración estaba dentro de la propia materia, pero no estaba disociada de
cierta realidad figurativa.
La búsqueda de la relación dialéctica entre
realidad- abstracción, dado que su obra a partir de la década del ’70,
comienza a vislumbrar cierto realismo donde se trata la línea, el color y el
espacio, los aspectos básicos del arte abstracto y la relación dialéctica gráfico-
plástico.
Los signos adquieren realidad y los elementos figurativos se
convierten en signos puramente plásticos, utilizando metodologías del
hiperrealismo, se ubica en su antípodas.
La construcción de sus obras está dada por la tensión de los ejes, las
diagonales o la búsqueda de un ritmo, o sea la puesta en ejecución del
“mental- sensible”.
Las figuras en la obra de Camporeale juegan un papel de desdoblamiento,
de repetición, de acentuación de diagonales.
En ese ida y vuelta de sus
recuerdos, las imágenes llegan a ese irónico teatro, fraccionadas, rotas, como
fotografías viejas. Son como nacimiento de visiones enterradas largo tiempo;
una búsqueda inconsciente en la memoria, relacionar una historia con imágenes
del presente y del pasado que se entrelazan entre sí y donde el mismo arista
asegura no poder determinar lo que es verdadero o lo que no.
Frente a la tela en blanco, su necesidad inmediata, consiste en producir
un acto plástico, la búsqueda de cierta armonía, de silencios, de espacios y
sus formas. El orden en el caos. Si de pronto existe alguna connotación
literaria, es secundaria. El tratamiento de la forma actúa como una indicación
suplementaria y no como una
historia narrativa que debe ser tomada como tal.
La suya es del tipo “obra abierta”, donde el espectador pueda
encontrar llaves o claves que lo llevaran a armar su propio poema, comienza a
generarse un diálogo.
Ese lenguaje/ imagen, intenta atrapar al espectador y por
ende a entrar en la obra; es ahí cuando comienza a ser distinta a lo que vio en un principio; pasa a ser un “voyeur” que se encuentra frente a un espejo y se descubre en un mundo que es el
propio, pasa a ser un observador activo que no se deja dominar sin intervenir,
pasa a ser co-autor de la obra, donde puede descubrir a través de las señales,
marcas, huellas, cicatrices, que el autor deja sin saber bien porque, ya que
trabaja a golpes de intuición, va hacia adelante, hacia atrás, se pierde,
vuelve a encontrarse y en todo ese camino no sabe cual es su ruta; pero sí, el
espectador descubre sus significaciones y en ese dejar- tomar, están esa llaves
que actúan como factores desencadenantes.
Un estudio iconográfico de la obra de Sergio Camporeale, responde al
denominado Espíritu del Carnaval donde el baile de máscaras y los personajes
de múltiples facetas dominan la escena.
Otra variante es la de los personajes
de la Comedia del Arte, forma teatral nacida en Italia a mediados del s. XVI,
agotándose a fines del s. XVII. Una tercera es el Circo, con payasos melancólicos,
prestidigitadores, seres extraordinarios, ya sean animales o personas con
rarezas o monstruosidades.
En el teatro y el circo la presencia del público es fundamental y nunca
se integra en la escena, en los Carnavales todo el mundo juega y participa
democráticamente de la fiesta.
El Carnaval es la alegría ante la diferencia triunfante (alegría ante
el desorden y ante el caos, visto como el reverso del orden y del cosmos).
El
anonimato favorece el levantamiento, provisorio de la represión, la gente
amparada detrás de máscaras y disfraces dejan aflorar a la superficie las
tendencias más contradictorias del alma humana, una permisividad impensable
fuera de esos tiempos de liberación.
Nos podemos remitir a muchos artistas a lo largo de siglos, que estas
tres fuentes aportaron material para sus obras. Picasso, en sus arlequines,
equilibristas y saltimbanquis de los períodos azul y rosa. Los arlequines como maestros músicos de Emilio Pettoruti. Brueghel en su
versión dominada por la lujuria, la locura, la avaricia y los peores pecados.
El Bosco con sus infiernos de tinte moralista y aleccionador.
El belga James Ensor, donde el protagonista del carnaval, es la presencia
de la muerte, representada por esqueletos grotescos, siempre en lucha.
Otto Dix, George, Grosz y Max Beckmann, resumen encanto decadente de la
Alemania de la República de Weimar. El nazismo se sintió reflejado en tal denuncia y no dudó en perseguir a los artistas.
El Carnaval del nuevo siglo, Sergio Camporeale, descorre el velo de un
teatro público que se agota en su decadencia.
Exhibe las luchas y los efectos
de vivir en este mundo donde velocidad y simultaneidad de experiencias,
indiferencia frente al dolor y la hipocresía convierten al sujeto en una víctima
de su propia maquinaria deshumanizante.
Los cuadros de Camporeale parecen escenas de un teatro exuberante, cuyos
actores, desconectados entre sí, han vaciado sus miradas.
Algunas de sus
criaturas juegan con la indefinición y ambigüedad sexual. Sus cuerpos
distorsionados aparecen con prótesis, sufren mutaciones y extravagantes asimetrías.
Dentro de un clima extraño de simulación y burla surgen elementos infantiles
inofensivos que, en esa dinámica de transformación constante, amenazan
convertirse en máquinas infernales.
Engendros diversos flotan y se confunden
entre sí por la transparencia de la sustancia con que están hechos, y conviven
con iconos de nuestro tiempo como la sugestiva Betty Boop, el ratón Mickey y el
pato Donald.
Todo se contrapone, sin resolverse en una síntesis dialéctica. Víctimas
y victimarios de las múltiples formas de prostitución, sus personajes han
quedado sin alma, han perdido la sustancia vital.
Personajes que recrean situaciones patéticas inherentes a los aspectos más
absurdos y triviales de la naturaleza humana. Solo se ven las apariencias y
ficciones como en un escenario de teatro, puro espectáculo, solo fuegos
artificiales.
"MINOTAURO DANS LA VILLE"
Acrilico s/tela, 2001, 89 x 130 cms.