Es el deterioro progresivo e irreversible del cerebro,
envejeciendo más rápido. El enfermo afectado de esta enfermedad pierde
lentamente todas sus facultades que le caracterizan como persona.
La demencia en medicina
no es sinónimo de locura. Se trata de un proceso de disminución progresiva de
las funciones intelectuales de la persona, que pierde su capacidad de
memorizar, razonar, decidir, escoger y actuar.
Esta pérdida progresiva
de las funciones superiores incluye la atención, la percepción, el lenguaje, la
memoria, el fondo de conocimiento, el razonamiento abstracto y la capacidad de
construcción. El grado de afectación, para ser valorable, tiene que ser el
suficiente para impedir la actividad laboral, social y familiar de la persona.
Las neuronas, células
propias del sistema nervioso, son unas de las escasas del organismo que no se
reproducen. Solo crecen y se conectan unas con otras. Una vez formadas no se
dividen más, por lo que cuando una muere su vacío no lo ocupa otra.
Durante la vida de la
persona se reduce el número de neuronas y al llegar a la edad adulta se posee
la mitad de las que se tenía al nacer, aproximadamente. Pero no solo el número
de neuronas es esencial en la inteligencia humana, las asociaciones o sinapsis
entre las neuronas que se producen en los tres primeros años de vida se
consideran muy importantes para el posterior desarrollo de la inteligencia.
Unas sustancias conocidas como neurotrofinas, de las que existen cuatro tipos,
son las responsables de que se forme y se mantengan vivas las neuronas.
El investigador español,
doctor Mariano Barbacid, que descubrió en el año 1985 el oncogen TRK ha
demostrado que sirve de receptor para estas neurotrofinas. Si carece del
mencionado gen, no existe formación de neuronas en el embrión, o si llegan a
formarse no se mantienen con vida.
Una destrucción del
tejido cerebral superior a 100 ml determina y a la aparición de la demencia.
Algunas lesiones estratégicamente colocadas en el cerebro pueden producir
demencia sin una pérdida de masa cerebral tan importante, al lesionar centros
críticos para la inteligencia. Por ejemplo, una pequeña lesión en la zona
denominada tálamo puede condicionar un deterioro intelectivo grave. Es lo que
denomina “demencia talámica”.
La demencia
Se considera que entre
un 5 y un 10 por ciento de la población mayor de 65 años y el 25 por ciento o
más de las personas mayores de 80 años presentan una demencia. La primera causa
es la degeneración neuronal primaria, siendo la más frecuente la enfermedad de
Alzheimer, que supone casi el 70 por ciento de todas las demencias. La segunda
causa es la demencia vascular o ateroesclerótica, y la tercera, la demencia
mixta en la que se asocian las dos causas.
La enfermedad de
Alzheimer es el tipo de demencia más frecuente. Se trata de una sobrecogedora
dolencia donde el enfermo pierde lentamente todas las facultades que le
caracterizan como persona. Descuidos, luego olvidos inexplicables y encontrarse
perdido en lugares que le son familiares. Después quedará reducido a las
facultades mentales de un niño de corta edad. Esta enfermedad ha quedado muy
ligada a la imagen de una Rita Hayworth de mirada desencajada, en la que nadie
reconocía la seducción de Gilda, ni a la enigmática dama de Shangai.
La enfermedad fue
descrita por primera vez en 1907 por el médico alemán Alois Alzheimer, al
hallar unas lesiones especiales en la autopsia de un paciente que falleció con
una demencia inexplicable a los 51 años. En un principio se pensó que se
trataba de una demencia que aparecía sólo en personas menores de 65 años por lo
que se la denominó demencia presenil, para diferenciarla de las demencias que
aparecían en los pacientes mayores, llamadas “arterioscleróticas”. Más tarde se
observó que con la edad no sólo seguían apareciendo, sino que la prevalencia
era aún mayor.
Ahora sabemos que
existen dos tipos de enfermedad de Alzheimer. Una, la común y más frecuente que
afecta al anciano, y otra que tiene un componente hereditario y afecta a
personas de determinadas familias. Solamente la segunda se observa antes de la
tercera edad y se ha ligado a una alteración en el cromosoma 21.
El culpable
En este cromosoma se
encuentra el gen que induce la síntesis de la proteína amiloide, y que a su vez
generará la proteína beta. Los acúmulos de esta proteína parecen tóxicos para
la neurona, desencadenando una reacción inflamatoria que conduce a su
destrucción progresiva.
El mal se inicia con
dificultad de abstracción, pérdida de memoria, y desorientación en el tiempo y
en el espacio que pueden ser transitorias. Su desarrollo es gradual, y
habitualmente, no siempre, se divide en tres fases. En la primera existe una
confusión de nombres y lugares, una disminución en la capacidad de recordar
sobre todo cosas recientes y pérdida de iniciativa. Esta fase suele durar entre
dos y cuatro años, según los especialistas. Se caracteriza por la ansiedad que
suele despertar el paciente, que no sabe lo que le ocurre.
En la segunda fase, la
pérdida de memoria es la más apreciable. Hay dificultad para reconocer amigos y
familiares cerca cercanos y pérdida en la fluidez del lenguaje. Esta etapa dura
hasta unos 10 años desde el diagnóstico de demencia, pero suele ser más corta.
En la tercera fase o
terminal, dura unos dos años a veces menos, el enfermo es incapaz de reconocer
a los familiares más próximos, y puede llegar a no entender lo que le dicen y
ser incapaz de comunicarse, de cuidarse solo, presenta incontinencia rectal y
comportamiento depresivo.
Según la OMS, el
principal factor del aumento progresivo en el mundo de la enfermedad de
Alzheimer es el incremento de la esperanza de vida en los países occidentales.
Si en España en el año 1994 había 4.800.000 personas mayores de 65 años,
considerando que un 10 por ciento de ellos presenta algún deterioro de sus
capacidades intelectuales el número de afectados entonces era de 480.000, de
los que un 75 por ciento padecía ya el mal de Alzheimer. Hoy se cree que un 60
–80 por ciento de las demencias de las personas de edad se deben al Alzheimer.
Investigadores
En 1994 se publicó el
resultado de un estudio sobre el efecto de tacrina en pacientes con Alzheimer,
realizado por el equipo del doctor Knnap del Departamento de Investigación
Clínica del Laboratorio Parke-Davis. En él, la tacrina producto un mejoramiento
en las funciones intelectuales de los pacientes y benefició la calidad de vida.
Sin embargo, 384 (58%)
de los 663 pacientes incluidos debieron abandonar el tratamiento, en 285 casos
por efectos adversos. Un 54 % lo hizo por elevaciones de las transaminasas
–índice de alteración del hígado- aunque sólo en un 29 % fue importante, o sea,
superior tres veces al valor normal.
Los resultados de este
estudio sugieren que las dosis altas de tacrina, alrededor de los 169 mg. al
día son efectivas. Pero estas dosis elevadas implican un alto índice de
abandono de tratamiento por efectos adversos, sólo un 28 % de los tratados con
estas dosis pudieron seguir el tratamiento doce semanas.
El profesor Watkins de
la Universidad de Michigan, ha publicado en la revista “JAMA” los resultados de
su estudio en 2.446 pacientes con Alzheimer. En él se ha comprobado que cerca
del 50 % de los tratados con tacrina presentan efectos tóxicos hepático. Para
muchos de ellos, la suspensión del tratamiento puede resolver el problema,
aunque algunos pueden presentar lesiones graves en el hígado.
El gran número de
pacientes que deben cesar el tratamiento hace que el efecto neto de la tacrina
en el número global de afectos sea muy bajo. Pocos se pueden favorecer de ella
y el beneficio dura poco tiempo. El mal progresa a pesar de la tacrina y los
partidarios del medicamento dicen que un paciente beneficiado de cada tres
tratados vale la pena, en una enfermedad tan cruel para la familia y para el
paciente.
La familia
Convivir con un paciente
afectado de Alzheimer es una prueba dura para cualquiera. La evolución de la
enfermedad puede oscilar entre tres y quince años, pero el final es siempre el
mismo: incapacidad y dependencia absoluta. En general, un enfermo de este tipo
exige vigilancia continua, ya que su mente es como la de un niño inconsciente y
puede realizar actividades peligrosas.
Los familiares que están
a cargo del enfermo deben organizarse, armarse de paciencia y dedicar un tiempo
al descanso. La Fundación Alzheimer España aconseja una serie de normas que
pueden ayudar a superar la situación.
Líneas generales:
- Evitar enfados y mantenerse
tranquilo. Las reprimendas no sirven de nada y pueden favorecer la
agresividad del paciente. - Intentar que el paciente siga
haciendo sus actividades diarias aunque las realice mal, y no hacerlo todo
por él. - Evitar con energía que realice
actividades con riesgo. - No atosigar al paciente. Hablar
despacio y darle tiempo para responder. - Proporcionar actividades y
entretenimientos. Él muchas veces no sabe qué hacer. - Organizar las tareas diarias de
forma rutinaria y sin variaciones. Esto facilita su comprensión y le ayuda
a sentirse más seguro. Colocar los objetos siempre en el mismo sitio. - Colocar al paciente una medalla
con el nombre, dirección y teléfono. Puede ayudar en caso de
desorientación. - Tener preparada una foto
reciente, su descripción, así como sus ropas y el número de la comisaría.
Bibliografía
– Les statistiques hospitalieres: Un instrument
pour la surveillance de la maladie d´Alzeimer et des autres maladies
neuro-degeneratives. Intitut de Démographie –Univ.de Louvain.
– Evaluation de la Qualite de vie dans la maladie d´Alzheimer.Univ. de Reims.
– Lawnet. Organisation
Alzheimer Europe
– 8th Annual Meeting of Alzheimer Europe “Keeping in Touch Lucerne,
Switzerland, 1998.
– Remembering Yesterday, Caring Today. European Reminiscence
Network
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