Aventuras y desventuras de mi amiga perdida en un sex shop
Jajaja, jejejeje y jiijijiji, serán una constante en la conversación. Siempre
nos las arreglamos para hablar. Lo mejor es, de lejos, FACE too FACE y tete a
tete, como corresponde. Pero sino, no con los teléfonos y el msn, alcanzan;
claro no es lo mismo, pero para un caso de urgencia, sirve.
Y
las amigas solemos llamarnos, como decía, desde lugares insólitos. Pero el
premio se lo llevó mi curiosa amiga menor que me llamó desde un sex shop. Y
aquí, una posible acotación al margen, sería pensar en las ventajas que tiene
tener un amiga menor, una inevitablemente hace comparaciones, de las cual ni una
ni otras personas, a veces solemos salir bien paradas y sabemos lo inútil que es
hacerlas, pero las hacemos igual; entonces, su experiencia me retrotrajo a la
mía.
Claro, ahora es más fácil, pensé para mis adentros. La cuestión era lidiar con
la curiosidad y entrar en otras épocas y tiempos, donde no estaban como ahora
las reuniones al viejo estilo tupper ware pero del sexo.
A
mi me pasa lo mismo que a usted... en el sex shop
Pasaba siempre de casualidad y apurada porque era un trayecto obligado camino a
mi trabajo. Pero nunca me olvidaba de revolear una miradita para ese lugar
oscuro y de un cartel rojo palpitante que enunciaba, como si hiciera falta, “sex
shop”. Tampoco olvidaba la renovada promesa a mi misma, con falluta convicción:
voy a entrar. Y que murmuren lo que quieran.
Por Mónica Beatriz Gervasoni
Las empresas
telefónicas están más que felices sobre todo con nosotras, porque si fueran por
los monosilábicos de los hombres, se morirían de hambre; pobres. Decía que el
celular es un elemento de gran ayuda para la mujer porque si se encuentra en
apuros con los hijos, con su marido, con su amante, con su amigo con derecho a
roce o en cualquier situación digna de ser contada a su amiga, lo mejor es
hacerlo en el acto.
Bueno tampoco la pavada, obviamente que no en medio de
posturas tantricas y convocando al kundalini, pero una vez que todo terminó con
bombos y platillos y fuegos artificiales como corresponde y él partenaire en
cuestión se quedó dormido hasta la próxima, no hay nada mejor que, en vez de
mirarlo a él, porque ya lo vamos a derretir de tanto hacerlo, peguemos un salto,
manoteemos el celular, de él o el nuestro y parloteemos con lujos de detalles
con nuestra confraterna.
Rezando porque esté. Y que no esté justo ella también
en un revolcón como Dios manda, por supuesto; porque en ese caso deberemos
esperar pacientemente para hacer un jugoso intercambio de detalles.
Y empezó el diálogo, ¿a qué no sabes donde estoy? Conociéndola lo curiosa
y enamoradiza que es, preferí no especular y dejé que ella misma me lo contara.
Se ahogó entre risitas y me la imaginé colorada como un tomate pero sí, chan,
estaba en un sex shop.
Se llamaran ¿sexo ware?
Me encomiendo a que el kamasutra, perdone mí ignorancia. Es decir, esas
míticas reuniones dedicadas antes a vender utilería de cocina apta para toda
mujer que cocinaba pero ahora aplicada al sexo. Supongo que, como funcionaban
las otras, con publicidad de boca en boca para las reuniones, pero, esta vez,
promocionando la venta de lencería erótica y otros adminículos sexuales.
Cuya
demostración, imagino, se hará a las concurrentes, obvio. ¿Habrá algún regalito
para la dueña de casa?, pregunto yo, porque si es así, organizo una en la mía, ipso facto, después de instaurar, con mis hijos, el horario de protección al
menor como si fuera un toque de queda. A la venta se ofrecen adminículos
emulando lo más importante del hombre, anatómicamente, hablando, por supuesto,
todo igual que lo que había en el local.
Pero digamos que en una reunión entre
mujeres hay más confianza y una se puede reír a sus anchas, de la vergüenza, del
intento de vencer la timidez, puede confesar libremente sus ganas de jugar en el
sexo, esas son otras de las bondades que componen una reunión de ese tipo,
hechas en casa. Pero confieso, que la visita y el llamado de mi amiga me dejó
muda. Pero de admiración y de envidia. Todavía recuerdo mi última visita
excursión a uno.
Después de todo soy una mujer
moderna y sola. El que tenga algo que decir que tire la primera piedra, pero
por las dudas, a sabiendas de la perversidad de las chusmas del barrio, la vez
que entré, antes de hacerlo miré a ambos lados y me puse anteojos negros en
pleno invierno. Sin chusmas a la vista, digo moros, a la vista, traspuse el
umbral.
Rezando porque ningún solícito vendedor se acercara a ofrecerme nada.
La curiosidad mata al hombre, dicen, pero embaraza a la mujer, siguen acotando y
la verdad no está muy lejos de esa sentencia que se repite por algunos siglos.
Así que a medida que miraba me iba entusiasmando más.
No lo podía creer, tanta
represión me empezaba a hacer creer que en dos minutos me estaba convirtiendo en
una depravada sexual. Obviamente apagué celulares, no quería que nadie
interrumpiera mi visita y como mis amigas eran un poco más mayores que yo, no
daba, como ahora que le agradezco a la mía, haberlo hecho, llamarlas desde ese
lugar.
No alcancé a preguntar nada de nada y muchísimo menos llegué al punto
de que el vendedor me ofrezca algo, como le ofrecieron a mi amiga. Porque lo
tenía vigilado. Creo que si hubiera poseído un tercer ojo se lo hubiera
dedicado a él. Del pánico que me hubiera dado si siquiera se hubiera levantado
y se hubiera dirigido a mí.
Para colmo de males en pleno horario laboral no
había ningún otro mortal que no fuera yo y mi persona. Así que si se iba a
dirigir a alguien, era a mí y tan solo en mí. Y creo que para mí no iba a ser
ningún honor que lo hiciera. Claro que él estaba para vender y yo, se suponía
que era una potencial clienta pero no, válgame que yo estaba tentada de
curiosidad. Igual que mi amiga que también se espantó al ver al vendedor
dirigirse hacia ella.
Yo huí apenas vi un sutil movimiento de él, que traducido
podría ser que se levantaría de la silla. No esperé a dilucidar si iba a
dirigirse a mí, al baño o iba a hacerse café, lisa y llanamente huí. Pero mi
amiga se quedó, no lo más campante, pero como siempre, más chica más corajuda.
Se banco con hidalguía femenina de quien pasó por dos partos cesáreas, y
mirándolo a los ojos, tuvo que hacer un gran esfuerzo para mirar delante de él
la mercadería de exhibición. La pasó mejor, según me confesó, con la lencería
erótica, un desfile de látigos y vestimenta “sado” pero cuando pasó a los
detalles descriptivos de cierto objeto símil anatomía de un tipo, me confesó que
el rubor se le instaló en la cara para no abandonarla por mucho tiempo.
El
vendedor se explayó ofreciéndole a la vista lo más variados tips habidos y por
haber del local: símil piel y gran variedad y oferta de tamaños, small,
estándar y ¡extra large! Me ruboricé tan solo porque me lo contara y yo que
tengo una más que frondosa imaginación, imaginé la escena en un santiamén.
Ella
sabiéndolo, conociéndome de memoria, y habiendo trascendido el rojo, bordó,
violeta virulento, intentó que yo compartiera algo de esa vergüenza y me eligió
de cómplice cuando inquirió, vía celular: ¿a qué no adivinas que tengo en la
mano? No puedo jurar, si blandió el chiche o no, yo estaba rojo bordó comprando
en un kiosco y el solo rubor de mi cara, enloqueció al vendedor que le agarró un
ataque de risa, al saber la causa.
Conclusión ella la pasó de diez mientras yo
trataba de remar con la vergüenza de mi recuerdo, de mi paso por uno de esos
lugares, la tentación de risa (a las mujeres se nos da por reír cuando nos
avergonzamos), el recuerdo del kiosquero y las ganas de largar todo e irme al
sex shop con mi amiga.
Así sería más justo y la historia la escribiríamos a dos
manos diciendo: las aventuras de un par de amigas perdidas en un sex shop, sería
más justo, pero para balancear las cosas mejor organizo una sex shop ware en
casa y listo el pollo y la gallina.