Creo que se están confundiendo los temas.
Todo partió porque tú dijiste que en tus clases no te podrías reir, porque eso te quitaba autoridad y respeto ante tus alumnos, en lo cual muchos no estamos de acuerdo. Ese era el tema.
Quizás dentro de los recuerdos escolares más gratos que tenemos están aquellos profesores que hacían sus clases amenas y divertidas, que a veces hasta contaban algún chiste, o se reían con nosotros, y eso hacía que sus clases era donde se lograban los mejores aprendizajes.
En cuanto a los hijos, que es otro tema, concuerdo contigo en que hay que establecer límites firmes, pero todo con mucha confianza, mucho amor, asertividad y racionalidad. Es decir: las cosas no son sí porque sí, sino porque hay una razón o un motivo que debe explicarse, les guste o no les guste. Y ya más grandes, incluso hay que llegar a algunos acuerdos razonables, porque -y ahí aunque no nos guste a nosotros-ya tenemos al frente a otra persona plena, con todo un mundo interior y un criterio que se ha formado gracias a nuestros propios aciertos y errores, y debemos aceptarlo, comprenderlo y adaptarnos.
Yo vivo las dos realidades, porque tengo tres trogloditas (así les digo a mis hijos varones) de 18 años hacia arriba, con los cuales soy una mezcla de compinche y enemigo. Compinche para todo lo que estamos de acuerdo, y enemigo para lo que no, y ahí debemos entrar a negociar y llegar a acuerdos. Y también tengo dos primores de mujeres a las cuales aún puedo dirigir más de acuerdo a lo que yo quiero, pero no sin que siempre haya una explicación para todo lo que yo o su mamá deseamos que hagan o no hagan.
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