Es lamentable que en años de educación formal no se enseñe cómo administrarnos
o de qué vamos vivir. Carecer de ese aprendizaje hace que cada quien, sin
diferencia de género, se arregle como pueda, con nosotras el tema es más
complejo amplio.
Intervienen factores culturales y morales. También influye la relación de los
progenitores con el dinero, son los que ponen la cara y el cuerpo para que
actúen los mandatos sociales, “las niñas deben ser maestras y el magisterio es
un sacerdocio”, ejemplo un poco anticuado, pero que dejó su marca tatuada en
muchas mentes actuales.
Llevar adelante una casa con o sin hijos es otro trabajo casi sagrado no rentado
y muchas veces es un campo minado para la realización personal. Y el pago de
“ama de casa” no es algo tan apetecible, frente a tan monumental tarea, muchas
diríamos “ni que me paguen”.
Con respecto a las matemáticas y las mujeres, existen estudios muy serios sobre
como se favorecía el aprendizaje de ciencias “duras” en los educandos mientras a
las chicas se les exigía poco y perdonaba mucho si no sabían hacer bien las
cuentas.
Desde que aparecieron las escuelas estábamos en desventaja. Más vale
burrita y maridable, sería la traducción en lenguaje popular.
Desde que comenzamos a ganar dinero en serio somos un acosado mercado.
Enfrentamos varios frentes y clichés.
Invertimos muchísimo en cosas que no necesitamos.
Hoy, es una tarea maternal impostergable enseñarles a nuestras niñitas a no
comprar globos de colores que empujan siempre a la convicción de que la plata no
alcanza o a la incapacidad de disfrutar lo que hay.
A los vástagos se les enseña con lo que se hace, no con lo que se dice. El niño
observa que la madre trabaja afuera y en casa, aunque delegue, es la responsable
de la ausencia de papel higiénico y el agua del perro y exigirá lo mismo de su
mujer cuando la tenga. Las chicas advierten que es mamá quien lleva el
yugo de la casa por más que incentive, en los dichos, la independencia.
El manojo de buenas intenciones futuristas y los consejos se esfuman con se
corre todos los días y se sirve la porción de afecto en juguetes o golosinas que
tienen su precio en moneda local.
El psicoanálisis descubre que el dinero es libido, energía que circula, cambia
de objetos, se mueve requiriendo amor.
La hipótesis psicoanalítica desdibuja un falso cliché: el famoso
“materialismo”. “Fulana es materialista” quiere decir más o menos que no tiene
sentimientos, cuando en realidad es una buscadora de cariño, de sostén. El amor
es siempre material.
Criaturas humanas, además de afecto flotante, necesitamos cosas que lo hagan
real, un bebé necesita del pecho, baños, frazaditas; un enfermo una cama y una
sopa. Una mujer, un certificado de convivencia. No hay posibilidades de lazos
sin cuidados ni objetos contantes y sonantes.
Esquivando condenas sociales y familiares emergemos a un mundo en el que es
imprescindible no equivocarse en las cuentas y a la vez, según la publicidad
“hay que disfrutar de todo, todo el tiempo”.
Es trabajoso, para nosotras, objetivar la relación cuasi prohibida con el
dinero sin temor, culpa o vergüenza. Si ganamos la batalla y nos quedamos
huérfanas de mandatos y exigencias, se abren otros problemas aprender a poner
precio al trabajo y, posteriormente, a controlar auto-saqueos.
Si todo va bien y
se pudo más o menos construir el propio rompecabezas arrancando al paso los
yuyos malos, culpas y deseos de ser buena, se vive, como dije antes, con la
sensación de que los fondos no alcanzan.
Otro responsable que podemos pesquisar es un mito urbano sin fundamento, el
famoso “me lo merezco”. No sabemos quién lo inventó, pero se anda a cuestas con
este gusanito taladrando que arremete con la tarjeta de crédito. Plástico
aparentemente inocuo y causante implacable de preocupaciones y malestares.
Concientemente, una no se merece sufrir por que se acaben de una maldita vez las
dieciocho mil cuotas del último antojo que ya se rompió. Nadie se merece vivir
desasosegada por caprichos insostenibles y que, evidentemente, no condujeron a
la felicidad.
El merecimiento es un bálsamo de heridas incalculables e incurables. Comprar es
una experiencia de omnipotencia cuando se siente desamparo. Agujero que el
Shopping promete rellenar con sus “ofertas” y sus días “only woman”.
Lo único que crece son los intereses. Y luego, pagar al contado o en cuotas los
masajes, las clases de yoga, el Feng shui o el spa para aflojar un poco
las tensiones o las enfermedades que descubren los laboratorios con sus
consecuentes pastillas, descontadas de cualquier presupuesto.
Creo que tenemos poca experiencia en manejar fondos. Un refrán africano dice que
si el dinero viene de repente, la experiencia tarda años en llegar.
En cada quien supone un esfuerzo inacabable curiosear qué se necesita, cómo,
cuándo, para qué.
La experiencia se construye haciendo. Equivocándose, regalando ropa que nunca se
usó, sacando del changuito algún sorprendente producto. Disfrutando lo que hay.
Por Silvia Fantozzi
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